Hace 10 años que la dirigencia política argentina utiliza una herramienta noble y ética, como lo es la política, para lastimar al Pueblo y entregar los intereses estratégicos y permanentes de la Nación.
Todos y cada uno de los últimos 3 gobiernos, incluido el actual, han hecho de la política la expresión más clara y visible de politiquería. Han utilizado la historia, la tradición, los recursos y los años acumulados de generaciones políticas en empeorar cada día un poco más la realidad cotidiana. Los libros recordarán esta etapa oscura de la política por la infamia a la que es expuesta.
“Son todos iguales” “Esto no va a cambiar”. Frases que se traducen en la derrota moral en un país en donde la política ha demostrado poder construir algo completamente distinto. En un país donde se ha demostrado que el Pueblo unido, organizado y movilizado puede lograr hacer de la Argentina un país con pleno empleo y justicia social. La soga está muy tensa para seguir tensándola, por eso, la dirigencia política debería hacer una profunda reflexión sobre su rol y su acción en el futuro.
Es cierto, en la misma medida, que como sociedad nos hemos degradado y la dirigencia no deja de ser una expresión más de lo que somos. Y nos tenemos que hacer cargo de esa porción de responsabilidad. Por elección u omisión, hemos permitido que se consolide y profundice la infamia. Tal vez, porque también sabemos que la sociedad argentina cuando pierde la paciencia, hace tronar el escarmiento. Y es el escarmiento lo que hay que dejar solo en última instancia porque son los más humildes los que terminan pagando los platos rotos. Siempre. Como enseñó Eva.
Sin embargo, no todos somos lo mismo. A lo largo y ancho del país, en el subsuelo de la obscenidad que hoy es la política nacional, existen compañeros y compañeras que confirman que no todos son lo mismo, que no todo es lo mismo y que es posible construir algo distinto. La argentinidad sigue viva y latente, por ende, la moralidad que caracteriza al Pueblo argentino también lo está. Es necesario recuperarla y recuperar la ética para construir una política superadora y transformadora. Como ya lo supimos hacer.
Desde el peronismo, no podemos permitir más la imposición de dirigentes sin representación o de dirigentes que no expresan en su vida cotidiana el proyecto de sociedad que proponemos hace 70 años. Ni mucho menos aquellos que, directamente, expresan todo lo contrario. Y debemos recuperar la capacidad de pensamiento estratégico que hemos relegado. En esta debilidad se explican casi todas las atrocidades que han hecho con el peronismo en la última década. A su vez, debemos contribuir a fomentar una oposición patriota, es decir, un antiperonismo que sea nacionalista.
Esto significa que en la alternancia de gobierno (inevitable en democracia), la Argentina siempre sea la prioridad estratégica. El globalismo (tanto en su expresión de derecha, la neoliberal, como de izquierda, la progresista) debería ser una expresión minoritaria de la alternancia política, como casi siempre lo fue en este país. Sentar las bases del “ser nacional” y de los intereses estratégicos permanentes de la Argentina. Luego, sí, discutiremos si es necesario un nacionalismo de Liberación (como proponemos los peronistas), un nacionalismo conservador-aristócrata (como propone la Sociedad Rural) o un nacionalismo reformista (como proponen los desarrollistas).
Y, sobre todo, construir dirigentes desinteresados de su proyecto individual e interesados en el proyecto colectivo. Los imprescindibles se cuentan con los dedos de una mano, todos los demás somos prescindibles y siempre más limitados e ignorantes que la síntesis colectiva. Si queremos más de lo mismo de esta década infame de la política, lo mejor es que no hagamos nada y que, simplemente, esperemos. Pero si, por el contrario, buscamos recuperar el orgullo de ser un dirigente político, entonces construyamos aquellos que trabajen por y para los intereses del pueblo y de la Argentina.
Por Juan Martín Azerrat
Cooperativa de Comunicación Popular Al Margen