Los cubanos suelen decir “para nosotros, siempre es 26 de julio”. Para los peronistas, también. A 72 años del paso a la mortalidad de Eva Duarte de Perón, la recordamos una vez más, como lo que fue, la mejor de las nuestras. Evita resiste al tiempo, al odio, a la tergiversación y al revanchismo gorila.
La Patria es canto y amor,
la Patria es lucha y deber,
y eso del patriotismo,
para nosotros siempre es 26.
La conciencia y el valor,
triunfaron sobre el ayer,
y desde aquel mismo instante,
para nosotros siempre es 26.
Evita logró lo que pocos en nuestra historia pudieron (incluso ni siquiera algunos próceres de nuestra independencia), que es vivir en la memoria de los más humildes. Una estampita en la heladera, una vieja anécdota que persiste, una memoria imborrable en medio de la mayor injusticia. Evita fue el punto más alto de la personificación de la Justicia Social que perseguimos desde el 17 de octubre de 1945. Por eso decía que “para evitar que se desvirtúe el peronismo hay que combatir los vicios de la oligarquía con las virtudes del pueblo. Los vicios de la oligarquía son el egoísmo, la vanidad, la ambición, el orgullo. Las virtudes del pueblo son en primer término la generosidad, la sinceridad, el desinterés y la humildad. El peronista nunca dice ‘yo’. Ese no es peronista; el peronista dice nosotros”.
A Evita la quisieron usar, ultrajar, vaciar de contenido, pero sabemos que fue la abanderada de los humildes en el proyecto de país que construyó Perón. Justicia Social frente a la beneficencia y la limosna, amor profundo con los más desprotegidos y dureza frontal contra los más duros y la vida por Perón. Evita, esa piba humilde de Los Toldos, que pudo codearse en las esferas aristócratas y oligarcas para no venderse por cuatro monedas ni olvidarse como le dijo a Perón en su lecho de muerte: “no te olvides Juan, que los únicos que no traicionan son los más humildes”.
Evita se encargó de que los que nunca tuvieron nada, lejos de tener un poquito, puedan tener todo. Evita fue una férrea opositora a las migajas de la beneficencia. Por eso, las viviendas para los trabajadores eran chalet californianos y no cajas de zapatos de Durlock. Las vacaciones para los trabajadores eran accesibles a el mar (Chapadmalal), la sierras (Embalse) o la montaña (complejo hotelero en Mendoza que se frenó luego del golpe del ’55). La Fundación Eva Perón fue la síntesis simbólica y material de esta premisa. Desde allí trabajó hasta el último día para que todos aquellos (fundamentalmente ancianos y niños) que todavía no gozaban de la justicia social peronista, puedan hacerlo. Las casas que albergaban a ancianos abandonados o niños huérfanos poseían todo el lujo material que se les había negado desde siempre. A los humildes, todo.
Su último 17 de Octubre, en 1951, sostenida por la cintura por Perón retumbaba su discurso por toda la Plazo de Mayo repleta: “Yo no le diré la mentira acostumbrada, yo no lo diré que no la merezco. Sí, lo merezco, mi General. Lo merezco por una cosa que vale más que todo el oro del mundo, lo merezco porque todo lo hice por el amor al pueblo. Yo no valgo por lo que hice, yo no valgo ni por lo que soy, ni por lo que tengo. Yo tengo una sola cosa que vale. La tengo en mi corazón, me quema en el alma, me duele en mi carne y arde en mis nervios: es el amor por este pueblo y por Perón (…) Si este pueblo me pidiera la vida, se la daría cantando, porque la felicidad de un solo descamisado vale más que mi vida”.
Por eso Evita es la eterna vigía de una Revolución inconclusa, que busca y lucha por ser. Decía en los ’90, uno de los pensadores “malditos” del peronismo, Osvaldo Gugliemino, “en nuestro país y en nuestra América sólo lo que es políticamente movimiento de liberación integral está cargado de futuro, es el futuro mismo. Sin él, sin ese futuro, todo, de golpe, se transforma en pasado, en el pasado más viejo, porque es el colonial. De aquí que mientras ese futuro no se realice, no se transforme en presente, los peronistas no seremos, no podremos ser (como algunos modernosos lo pretenden) nostálgicos del pasado. Seremos dinámicos buscadores de futuro, de ese futuro siempre sitiado, siempre asediado por dentro y por fuera de la vida de nuestro pueblo y de nuestra hombredad –para que no seamos lo que debemos ser. La liberación, como sabemos, es objetivo y lucha estructural; la sobrevivencia nacional y popular, como nos ocurre ahora, es coyuntural”.
Por Juan Martín Azerrat
Cooperativa de Comunicación Popular Al Margen
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