Este viernes llega a la Biblioteca Sarmiento una historia de amor grotesca y delirante atravesada por el mundo circense. Charlamos con uno de sus creadores y protagonista, Claudio Inferno.
Toda la grandilocuencia de la carpa de circo servida en las copas de una mesa. El Sr. y la Sra. Santos están encerrados en una casa abandonada. Un ida y vuelta de copas y botellas trasluce las dinámicas de poder entre los protagonistas de esta historia. En un trasfondo de soledad compartida solo les resta invocar a los espíritus de los objetos como sus aliados. En ese sofisticado pasamanos el público presencia algo del orden de lo maravilloso: ¿un universo de cristal que desafía las leyes físicas de la materia o son los espíritus que acuden en su ayuda?
Dos rosarinos: Claudio Inferno y Eleazar Fanjul. Uno jugaba con destreza con copas y el otro, con botellas. Ambos coinciden en Barcelona, brindan por esa sincronía y ensayan un circo minimal con objetos de vidrio. Arman sus personajes alrededor de la estética derruida del neorrealismo italiano. La mirada del director Karl Stets lima las asperezas de las transiciones entre el truco y la escena teatral, las acomoda al guión generando un repertorio más íntimo entre los protagonistas. Así nace este ballet de botellas y vasos que ganó el primer premio en 36 Fiesta Provincial de Teatro en Neuquén en 2022.
La compañía Los Santos trae su circo minimal y teatro de objetos a Bariloche. Conversamos con Claudio Inferno sobre la tradición del circo y de cómo llegaron a montar esta gran obra.
-¿Cómo te acercaste al mundo del circo?
-Un tío mío, que había sido acróbata, me enseñó a pararme de manos desde muy chiquito y otros trucos de la acrobacia. En la adolescencia (estamos hablando del año 95, 96, en Rosario) conocí a los primeros punks malabaristas en el ambiente de casas ocupadas donde circulaba información nueva. En esa época copiábamos trucos de fotocopias o grabaciones en VHS. Quizás te llegaba un manual de diábolo en francés y te tenías manejar como podías. Ahora hay más acceso a la información y circula mucho más rápido. Así empecé a vincularme con el mundo del circo y siendo acróbata tuve la oportunidad de transmitir estos conocimientos y aportar algo nuevo a ese ambiente.
Arrancamos montando espectáculos de calle. Luego armamos Circo Volante, una compañía autogestiva, y junto a gente del teatro y a titiriteros armamos el espectáculo El cirquito a cuerda. Por suerte nos fue muy bien y con esto nos bancamos un espacio para ensayar, e incluso clases con profesores de danza contemporánea y de teatro para formarnos. Nos propusimos hacer un circo diferente, corriéndonos de lo clásico y vinculándonos más con otras artes. Esto es un poco el germen de lo que somos ahora. Después viajé a Europa y rodé por varios países, festivales y encuentros de circo.
-¿La vida del circo tiene que ver con el viaje y con hacer comunidad?
-Sí, tiene que ver con el viaje. En su principio la gente de circo vivía de manera nómade. En Argentina hay leyes promulgadas en los gobiernos de Perón que permitieron a los hijos de familias itinerantes asistir a clases a lo largo de su trayecto. Aún hoy hay muchos circos que tienen este formato nómade.
-¿Qué hay que tener para convertirse en cirquero?
-En la base de la técnica hay mucho de juego. Se trata de buscar lo imposible, practicando. Hay unos dichos que me gustan mucho: difícil es igual a dos semanas practicando cuatro horas por día. Imposible es igual a un año practicando cuatro horas por día todos los días. Creo que una cosa que te enseña el circo es la constancia de intentar algo hasta conseguirlo.
-¿Cómo armaron la obra Los Santos?
-Yo llegué en el 2003 a Europa y Eleazar, mi compañero, un poco más tarde. En el 2009 creamos Los Santos, una obra que tiene mucho recorrido y a la que le tenemos mucho cariño. Surge de la curiosidad de combinar distintas artes. Eleazar viene de los malabares, pero investigó con otros tipos de objetos. Así creó el ballet de las lamparitas: hace girar siete lamparitas de luz sobre una mesa con una técnica impresionante. En el caso de Los Santos trabajamos con botellas y vasos de vidrio. Toda la historia se cuenta a través de un diálogo de objetos entre los dos personajes: cómo se dan, cómo se reciben estos objetos es la base de esta relación.
-¿Por qué Los Santos?
-El nombre Los Santos tiene que ver con los espíritus que habitan en los objetos. Como trabajamos mucho con objetos recuperados y cosas que encontramos en la calle creemos que a las cosas las habitan pequeños dioses que nos acompañan en lo que hacemos.
-¿Qué significa hacer arte en este contexto tan complejo para la cultura?
-Hacer arte es un acto político, una cuestión que reafirma un montón de cosas en las que creemos y las demostramos en la acción. Este momento es muy complicado, porque están peligrando entidades como el Fondo Nacional de las Artes, el Instituto Nacional del Teatro, el INCAA, fundamentales para nuestra cultura. Son entidades históricas, claves para el desarrollo de nuestra identidad.
Me parece muy extraño hablar de que tenemos un gobierno de derecha, porque entiendo a la derecha como una cosa ultranacionalista. Este gobierno de derecha que no valora la cultura nacional es todavía una incógnita muy grande para mí. En Argentina, hacer espectáculos sin el apoyo del Estado se hace muy cuesta arriba.
Ahora Eleazar vive en Rosario. Claudio, en Aluminé. Y esta historia de amor grotesca y delirante, como la definen sus creadores, es también una excusa para reencontrarse y refugiarse en el arte como forma de resistencia en estos tiempos enrarecidos. La cita es este viernes 12 a las 21:30 en la Biblioteca Sarmiento.
Por Verónica Battaglia
Cooperativa de comunicación Al Margen