Me levanté con la sensación de que el domingo 19 de noviembre había sido un mal sueño. Prendí el celular. En un posteo de instagram se sucedieron una serie de abrazos, de esos que buscan refugio en el cuerpo del otro, donde la cabeza se esconde en el hombro del compañero para ocultar las lágrimas. Esas imágenes no dejaron un atisbo de duda. Ahora es necesario acuerparse para remontar la caída.
A las 7 de la mañana del 19 de octubre el sol intentaba traspasar una capa de nubes grises. En el portón de la escuela 44, las autoridades de mesa y fiscales se saludaban con familiaridad, era la tercera vez que se encontraban para cumplir con su deber cívico. Había sido designada vocal titular de la mesa 422. El presidente y el fiscal de La Libertad Avanza ya estaban en sus puestos, luego llegó la fiscal de Unión por la Patria. Desde el fondo del pasillo principal cronometré los latidos de la votación. Compartí apreciaciones con los fiscales y cábalas con el presidente, e intercambié mensajes con otras autoridades de mesa para saber si reponían más boletas de Unión por la Patria o de La Libertad Avanza.
La escuela de Puerto Moreno es un enclave del campo popular: en las PASO ganó Juan Grabois y en las generales, Unión por la Patria. Este domingo cada voto que se deslizaba en la urna nos empujaba a saltar al vacío o más bien, como diría el periodista Adrián Murano: “un salto al pasado”, o nos mantenía en tierra firme, sobre un camino de derechos ganados durante 40 años de democracia.
Las estadísticas pronosticaban un resultado muy ajustado. Después de las generales los libertarios intentaron instalar una narrativa de fraude. Había que estar atentos. Entrábamos con frecuencia al cuarto oscuro para revisar que no faltaran boletas. Por las redes se publicaba que en otros lugares del país había boletas viejas de las PASO o que el apellido del candidato a presidente y vice por UP estaba escrito con una sola “s”. En nuestra mesa, a excepción de unas boletas rotas de UP que reemplazamos de inmediato, no hubo mayores inconvenientes.
Esta vez la mayoría de los votantes había chequeado su número de orden en la planilla de entrada o en el celular. Esto facilitó que la jornada transcurriera sin sobresaltos, marcada por un ritmo estable, que avanzaba sin pausas hacia el momento decisivo. Por la mesa pasaron varios bomberos del cuartel Ruca Cura -uno de ellos con la campera de Tom Cruise en la película de Tom Gun-. Al medio día se acercó mi hija para confirmarme que su padre había cumplido con el trato. Había acordado con mi ex que si él votaba a Massa, yo cedía a un pedido a su favor (la micro militancia no tiene límites). No faltó el vecino que nos trajo pastelitos y medialunas para el mate. A la tarde pasaron los escaladores. Uno de los últimos en votar fue un refugiero que acababa de bajar del Jakob.
A las 18 horas se cerró la escuela. 18:05 el cuarto oscuro volvió a convertirse en aula. El presidente abrió la urna y juntos contamos los sobres. Los números coincidían con los votantes del padrón: 246 de un total de 343. Dos votantes menos que en las generales. Abrimos los sobres y colocamos las boletas sobre la mesa delante de la mirada vigilante de los fiscales. La pila de Milei crecía con la misma velocidad que la de Massa. Contamos las boletas de cada partido: 131 UP, 105 LLA, 3 en blanco y 7 nulos (papel picado con las dos boletas, un dibujo de un semáforo y un papel higiénico con una hilera de gotitas).
Por último, el repartidor del correo se llevó la bolsa transparente que contenía el acta de escrutinio y la urna. Las caras de los compañeros en el pasillo anunciaban el naufragio. Traficamos la información que nos llegaba al celular: “Hay preocupación en el centro de cómputos”. “En el búnker de Massa están llorando”.
A las 20 horas ya estaba en casa. Llegaron unas amigas y mi compañero para ver el conteo de votos juntos. Prendí la computadora y estaba hablando Massa. “Nos ganaron por goleada -arriesgó una de ellas-”. Antes de que se conocieran los resultados oficiales Massa dio su discurso de derrota en el cual resaltó que “Argentina tiene un sistema democrático fuerte, sólido y que además es transparente y respeta siempre los resultados”. Una hora después confirmamos que más de la mitad de los argentinos había elegido a un hombre que habla con su perro muerto, que propone destruir al Banco Central, dolarizar la moneda, acabar con la educación y la salud pública y que su vice reivindica a la dictadura.
Ahora más que nunca es necesario acuerparse, estar juntos, para remontar la caída.
Por Verónica Battaglia
Foto portada: Télam
Cooperativa de Comunicación Popular Al Margen
Seguí leyendo Al Margen: