Al final de la película de Disney Raya y el último dragón… ALTO. SPOILER ALERT: estoy a punto de contar el final de la película; si no la vieron, es buen momento para dejar de leer.
Al final de la película de Disney Raya y el último dragón, el único modo de evitar la terrible e inminente victoria de los Druuns (unos seres oscuros y terribles que convierten a los seres vivos en piedras a su paso) es reunir los cinco trozos de una piedra mágica. Esas piezas están en manos de distintos personajes que no confían entre sí. Raya, la protagonista del relato, decide darle la suya a Namaari, quien fue hasta entonces la villana. No lo hace porque confíe en Namaari, porque se lo merezca, porque se lo haya ganado, porque nada en ella le muestre que es confiable. No. Lo hace porque otorgar esa confianza, dar ese salto de fe, es la única manera de derrotar a las sombras. Lo hace porque lo que está pasando es mucho más importante que cualquier cosa que haya ocurrido antes, porque Raya lo sabe, y porque tiene la esperanza de que Namaari también se dé cuenta.
Sospecho que la analogía que me guía es ya transparente al lector: este domingo Sergio Tomás Massa (y también quienes lo apoyamos y acompañamos) fue Namaari. Más de tres millones de personas que no lo habían votado a él ni a Juan Grabois en las PASO nos dieron, con su voto, su trozo del cristal. No lo hicieron porque nos quieran, ni porque nos crean, ni porque confíen en nosotros. Nosotros somos libres de pensar, desde ya, que merecemos esa confianza, pero también sabemos que quienes nos dieron esos votos distan de estar convencidos de ello. Sea como fuere, lo que ocurrió fue claro: esos tres millones de personas nos dieron esos votos porque era la única opción a su alcance para detener a las sombras.
El camino que nos queda para las próximas cuatro semanas es el de convencer a otras muchas personas, que tienen los trozos restantes del cristal, de que imiten ese gesto. Y lo primero que tenemos que hacer para conseguir eso es honrarlo, como se merece. Estoy muy convencido de que Sergio Massa entendió e hizo honor a ese gesto estupendamente en su discurso del domino a la noche. La intención de estas líneas es la de imitarlo, y la de reflexionar acerca de cómo hacerlo nosotros.
Disfruto un buen meme como cualquier otro, y me gusta la chicana al rival igual que a la mayoría de los argentinos. Pero nos equivocamos si pensamos que la elección del domingo fue un partido ganado al rival. No es el momento de agrandarnos, porque no tenemos razones para hacerlo, ni mucho menos de humillar al otro. El viejo militante radical que ayer nos dio su trozo del cristal y decidió no votar a su candidata por miedo a las sombras no se merece que al día siguiente abramos la jornada riéndonos de la muerte de algo en lo que él creía, y que decidió resignar.
El gesto de Raya en la película no sólo redunda en la victoria sobre los Druuns, sino que también conduce a la reunificación de Kumandra, un reino dividido en cinco territorios en conflicto. Las fronteras que fracturan el dragón que se dibuja en el mapa de Kumandra parecieran haber sido pensadas adrede como metáfora de la grieta, la misma que, según Sergio Massa en su discurso del domingo a la noche, “se murió, y empieza una nueva etapa”. Es una frase que merece pasar a la historia, no solamente por su contenido y por su compromiso, sino además por su capacidad para leer lo que está pasando. Si alguien puede confiar en nosotros para detener la oscuridad, eso significa que ya no nos definimos por nuestras diferencias. Quien vio la película lo sabe. El fin de la grieta nos pide que escuchemos al otro, que lo escuchemos en serio, no para responderles mejor, sino para recomponer el tejido social, para volver a construir una experiencia compartida, para entender qué le pasa al que no vive las cosas igual que yo. Tenemos que hacerlo porque creemos en ello, en que la Patria es el otro, pero también porque hacerlo es entender el camino en el que nos puso esta elección, esta “nueva etapa”, y, sobre todo, porque si Massa es presidente por cuatro años eso sólo ocurrirá gracias a una deuda con amplios sectores de la sociedad que vamos a tener que saber pagar.
Esto no significa que de pronto pasa a estar bien todo lo que siempre estuvo mal, solo porque ahora hay algo peor. No significa que estamos dejando que nos corran la agenda a la derecha. Significa reconocer que fuimos indiscutiblemente protagonistas de un proceso político que terminó al borde del horror, y que tenemos que darnos cuenta, por ende, de que ese proceso tiene que terminar, de que eso nos obliga a pensar otro camino. No propongo que seamos menos zurdos, menos nacionales, menos populares. Sólo sé, porque lo he visto, que más de una vez hemos tenido que repensar qué significa ser todo eso, y me parece evidente que éste es un momento para hacerlo, y para hacerlo con el otro, en el nuevo camino, en el del fin de la grieta. Tenemos en nuestras manos, desde el domingo, hoy, ahora, los trozos de cristal que nos han confiado. Estamos pidiendo los restantes. Igual que Namaari, hay una sola cosa que tenemos que hacer para no derrumbarnos en la noche de los días, para que Sergio Massa sea presidente: ser leales a ese legado, y no dejarnos tentar por la grieta.
Por Manuel Abeledo
Cooperativa de Comunicación Popular Al Margen
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