Silleros, maquinistas y pisteros socorristas son los que hacen que la pendiente se vuelva segura y se disfrute en invierno. Con sol o con tormenta, este equipo de trabajadores ubicados en puntos estratégicos de la montaña coordinan sus maniobras para que la rueda de la alegría funcione.
El conductor de la máquina pisa nieve es el primero en llegar al centro de trineos Piedras Blancas sobre la ladera sureste del Cerro Otto. A las seis de la mañana dentro de una oruga gigante de metal alisa la pendiente y redondea las curvas de los 3000 metros de pista. Hace treinta años que trabaja en el complejo invernal. Antes esta tarea se hacía con pala, se cavaba la nieve de los bordes y se la arrojaba sobre los pozos para nivelar el terreno. También se encarga de prender los cañones de nieve y rociar la montaña con finísimos granos de agua congelada para acolchar el derecho de piso de los principiantes. No se necesita mucha técnica para deslizarse en trineo pero hay ciertos trucos para doblar y frenar a tiempo.
Los silleros arriban una hora después, cuando empieza a despuntar el día. Una combi los busca en la estación de servicio del kilómetro 1 de Pioneros y los sube hasta la puerta de Piedras Blancas. Este traslado a cargo de la empresa es un derecho ganado. Antes había que subir a pie por una senda de 5 kilómetros hundiendo las zapatillas en la nieve. La ropa impermeable y la comida también fueron luchas que tuvieron que dar. Las delicias de Julieta -la cocinera- son alabadas por todo el equipo. Después de varias horas a la intemperie a 1000 metros de altura, con las manos y los pies entumecidos del frío, los operarios entran a la casilla, cuelgan sus guantes cerca de la salamandra para que se sequen y se sientan a una mesa angosta donde los espera un plato de comida caliente. Julieta trabaja hace treinta y tres años y conoce muy bien los gustos y las mañas de cada uno. Charlas sobre la temperatura y la cantidad de turistas -2000 personas en temporada alta por día- se mezclan con chistes o bromas, es necesario ponerle actitud porque todavía queda toda la tarde por delante.
Durante 10 horas la aerosilla gira sin detenerse. Los operarios tienen que estar atentos, no se pueden distraer. Cada 5 segundos les recuerdan a los turistas de subir la barra de seguridad, alzan a los chicos más pequeños y envuelven el brazo del turista para que no se patine al bajar. Luego les indican la salida para que no intercepten la aerosilla que vuelve. También cargan las llantas infladas -a modo de gomón de nieve- sobre el montacarga, la camilla con un herido y las bolsas de basura al cierre del día. Algunos hacen el turno de la noche para juntar unos pesos más a fin de mes. Los reflectores iluminan la montaña para que los egresados le sumen adrenalina a la deslizada nocturna.
“Antes se podía vivir todo el año con el sueldo de una buena temporada –dice Patricio Rodríguez -referente de los operarios-. Ya no. El resto del año manejo un taxi. Lo más difícil es aguantar el frío. Por más que tengas buena ropa y calzado, no es suficiente”. Este año la empresa compró pantalones y camperas de goretex -un material altamente impermeable- para todo el personal. Cuando sopla el viento helado o nieva, se turnan para tomarse un café caliente al lado de la estufa y recuperar un poco la temperatura del cuerpo.
El pistero socorrista monta redes en las zonas más peligrosas de la montaña. De todos modos, los golpes y las caídas son inevitables. Ante el aviso por radio de un accidente, atraviesa la ladera con esquíes para revisar al lastimado. En caso de fractura, lo entablilla y lo lleva deslizando en una camilla hasta la enfermería. También acompaña a los chicos que están perdidos a reencontrarse con sus padres y a veces cuando tienen la nariz roja y están temblando de frío les convida un té en la casilla. En 2011, un grupo de turistas se hamacó por los aires cuando una de las torres de la aerosilla se descarriló. Se armó un rescate de emergencia y se bajó a cada uno de los pasajeros atado a una cuerda.
El precio del pase que incluye siete bajadas en trineo es de 20.000 pesos. Un costo que muchas familias no pueden afrontar. Una vez al año los hijos de los operarios suben al cerro a disfrutar de la nieve. “El día del niño, los hijos y nietos de los empleados –relata Patricio- vienen a ver cómo su papá trabaja-. Les pido a los concesionarios de la confitería que nos den chocolate caliente para los chicos y se llevan una foto de recuerdo”. Cada tercer domingo de agosto, esta invitación se amplía al resto de los chicos de la ciudad a cambio de un alimento no perecedero que se dona al hogar Emaús -albergue para personas con situación de calle-.
La última subida es a las cinco y media de la tarde. De a poco las risas, los alaridos y los colores chillones de la ropa térmica se van apagando. El socorrista revisa que no quede ningún perdido o lastimado antes de cerrar las pistas. El maquinista es el último que se va, acomoda las faldas de la montaña antes de que el rocío helado la arrugue durante la noche. Al día siguiente bien temprano la rueda vuelve a girar una vez más.
Por Verónica Battaglia
Cooperativa de Comunicación Popular Al Margen
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