El concepto de belleza varía con los años y las diferentes culturas. En estos años de desconstrucción y revisión de los mandatos sociales se puso sobre la mesa que lo que consideramos bello en los cuerpos de las personas se relaciona directamente con una “Belleza hegemónica”.
Este concepto se puso a la orden del día para poner de manifiesto que cuando nos referimos a alguien bello estéticamente tiene que ver con una serie de preceptos y mandatos culturales que nos impone que es lo lindo y que es lo feo. La belleza hegemónica se puso en el banquillo de acusados y en este contexto sale la película de Barbie, el principal icono de este concepto. Aunque la película expone claramente al patriarcado y sus mandatos, hay detractores que ven como un atraso volver a poner en escena a esta famosa muñeca con sus diminutas medidas.
Sectores progresistas y feministas rechazan a Barbie y la belleza estética hegemónica porque parece ser el problema de seguir viviendo bajo esos mandatos que traen consecuencias nefastas en la salud física y psíquica de las personas. ¿Pero es la muñeca y su figura el problema? ¿Está mal sentirse, ser o decir que una persona es bella estéticamente sin sentir culpa o sentir que estamos traicionando nuestros ideales feministas? ¿Vale la pena, si fuera posible, imponer otro parámetro de belleza, en un sistema que “capitaliza” todo y lo mercantiliza?
¿La belleza es natural o cultural?
La historia cultural de la humanidad se basa en gran parte en la búsqueda de la belleza estética. En las pinturas, en las esculturas, en la arquitectura etc. Antiguos pensadores descubrieron la proporción aurea. A través de una serie de cálculos matemáticos basados en una serie numérica, se establecen los parámetros de estas proporciones agradables a la vista (número de oro, serie Fibonacci) estas proporciones se encuentran en diversos objetos de la naturaleza, flores, caracoles, copos de nieve etc. Estas fueron aplicadas desde la antigüedad en todo tipo de elementos que aspiraban a una perfección formal.
Obras como el Partenón y sus esculturas se basaron en el número de oro y la proporción áurea. También podemos encontrar la proporción áurea en obras arquitectónicas como la Gran Pirámide de Giza o en arquitectos modernos como Mies Van der Rohe o Le Corbusier, en obras pictóricas como la Gioconda o la última cena; de Leonardo da Vinci; o las Meninas de Velázquez; también las esculturas de Fídias o composiciones de músicos como Debussy o Mozart.
La búsqueda de las proporciones perfectas en el cuerpo humano es algo habitual en la historia. Quizá uno de los estudios de proporciones más icónicos es el que Leonardo da Vinci hizo en su famoso «Hombre de Vitruvio».
Científicamente la percepción de la belleza no es meramente cultural, hay cuestiones biológicas que hacen que veamos algo bello y que coincidiría con la percepción de la mayoría de los seres humanos. La belleza estética es un valor, no está mal apreciarla, no podemos pretender erradicarla. Pero, estamos atravesados por la cultural y nuestra cultura básicamente es capitalista y patriarcal, donde nos venden literalmente que la belleza estética es el único valor posible para ser amadxs, exitosxs, valoradxs etc. El capitalismo reduce la belleza estética a lo que el mercado propone dentro de un espectro muy chico. Los cuerpos feminizados son las principales víctimas de estos mandatos.
La búsqueda de la belleza hegemónica mueve millones y se gasta mucha plata en ese intento de ser “perfectas”. Mujeres con una belleza natural hegemónica exponen sus cuerpos para ser aún más perfectas porque parece que nada satisface a un mercado que siempre busca la mayor capitalización posible sin importar las consecuencias.
Yo, la peor de todas
La muñeca Barbie fue siempre cuestionada por representar una belleza casi imposible de alcanzar, tener una vida materialista y consumista y ser representativa de una sola etnia. Lo cierto es que el deseo de tener un Barbie, en mi experiencia, no radicaba en esos preceptos; sino tener una figura a escala de una Mujer donde se podía jugar a través de ella a ser lo que una se le ocurriese, en infinitas situaciones diversas en infinitos mundos (no precisamente el de Barbyland, sino el que yo podía crear de acuerdo a mi situación socio-económica). Creo que aquí radica su éxito y la habilidad de Mattel para tomar las críticas y adaptarlas a estos tiempos, creando Barbies de diferentes etnias, profesiones y actividades. Mattel presentó una línea con distintos tipos de cuerpos, tonos de piel y estilos de cabellos y la Barbie género neutro. Escapo de la mirada ingenua que es para promover la inclusión y diversidad, sino que lo hacen para generar más ventas, pero cuando los cambios en la sociedad penetran en el mercado, es una buena señal. También es cierto que era un privilegio de clase tenerla, no era barata pero tampoco lo era tener un Pony o un Playmovil. Los juguetes originales o de marca (no hace falta más que acercarse a una juguetería) fueron y son la mayoría un privilegio de clase.
La película expone que aún una belleza hegemónica como Barbie en el mundo real es víctima del patriarcado. A su paso por el mundo real, Barbie descubre que las mujeres sufren acoso callejero, no dirigen empresas y a diferencia de Barbyland están oprimidas. Se enfrenta a un mundo desigual, donde el statu quo de los diferentes roles de género está totalmente naturalizado.
Barbie podría representar el mandato capital de belleza, pero no es su erradicación, ni este valor lo que va a terminar con un mundo salvajemente mercantilista donde el principal problema es la desigualdad de oportunidades y el patriarcado dominante que con una buena cuota de humor desnaturaliza la película de Greta Gerwig.
Por Irene Rassetto
Cooperativa de Comunicación Popular Al Margen
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