En el mes de la concientización del buen trato a las personas mayores indagamos sobre el fenómeno del edadismo y la necesidad de poner en el debate público esta forma de discriminación para desterrarla.
Hay discriminaciones tan sutiles que parten apenas de un gesto. Un comentario, una forma de dirigirse a alguien. “¿Por qué me hablás como si tuviera un retraso?”, dice Anthony Hopkins en la película El Padre. “¿Por qué me decís vamos a tomar la pildorita como si fuera un niño?” inquiere irónicamente a la cuidadora, aunque este tipo de situaciones es muy común hacia adentro de las familias, donde las opiniones, ideas o propuestas de los mayores son relegadas. La película se destaca entre sus aciertos por tomar la demencia senil desde el punto de vista del propio enfermo. Pero, más allá de este disparador, cuántas veces aparece la discriminación, el maltrato o hasta la violencia hacia las personas mayores en un mundo que parece negar que la vejez, tarde o temprano, es un lugar común a toda la humanidad.
Mientras la expectativa de vida se alarga y las preguntas que surgen en torno a este nuevo tiempo se multiplican, los estereotipos, prejuicios o discriminaciones hacia las personas por la edad se siguen cuantificando. Se llama edadismo, un fenómeno considerado por la OMS como la tercera forma de discriminación, después del racismo y el sexismo y muchas veces ocurre de forma invisible, por lo que cada día es más necesario ponerlo en el debate público. En este sentido, en nuestro país se impulsan algunas leyes que apuntan a que esta situación tenga límites, como el proyecto de Ley -que aún no fue sancionado- para la eliminación de todas las formas de discriminación por razones de edad que se llevó al congreso en 2020 con el fin de terminar con los prejuicios y la estigmatización sobre la vejez. El debate no puede ser menor. En Argentina el 18% de la población ya es mayor de 60 años, en tanto, se estima que para el año 2050 esta franja ocupará el 30% de la población mundial.
“El prejuicio respecto de las personas mayores, sobre todo en nuestras sociedades más occidentales, tiene que ver con muchas cosas”, analiza Flora Proverbio, creadora de Plateadas, una comunidad en línea orientada a mujeres mayores de 50 años, y pone el foco en uno de los aspectos más notables: la visión productiva capitalista donde la persona es valiosa en tanto y en cuanto produce. “El edadismo tiene que ver con todas las edades, pero el viejismo es esta discriminación respecto a las personas mayores. Y se cruza con la cuestión de género ya que a las mujeres les afecta antes: ahora estamos rediseñando los trayectos vitales, pero antes una mujer cuando entraba en la menopausia socialmente pasaba a ser irrelevante, invisible, porque dejaba de producir bebes”.
Con cada etapa de la vida algo cambia. Es innegable. Pero el desafío parece ser cómo reacomodarse sin caer en nuevos mandatos: la silueta, el pelo canoso pero divino, la vida activa en todo sentido. “La vejez se corrió y apareció una nueva etapa. No importan tanto las definiciones, que en última instancia tienen que ver muchas veces con temas de organización -a qué edad son mayor de edad, etc- pero cada uno llega en diferentes momentos. El número es anecdótico al final”, continúa.
Limite la edad
“Hay una cuestión muy fuerte con el tema de los concursos y es el tema de la edad”, decía la escritora y periodista Ángeles Alemandi hace algunos días en el programa Paremos la Pelota conversando sobre la amplitud de participación que brinda el Concurso de Crónica Patagónica frente a los escenarios a los que hoy asistimos.
“Muchas veces la edad es hasta 40 años. Y algo que hablábamos desde la perspectiva de género es que las mujeres siempre llegamos unos 10 años después que los varones: si detenemos nuestra vida en el tiempo que empezamos a maternar, a criar a nuestros hijos -esa complejidad que realmente nos frena para estudiar, capacitarnos, cubrir notas- hay un montón de concursos en los que te quedas afuera”.
No es menor el dato a la hora de repensar aspectos en torno a los límites que se establecen para las participaciones en distintos ámbito e instancias. “El edadismo está tan incorporado que lo más peligroso es que lo reproducimos sin darnos cuenta”, dice al respecto Flora y recuerda que las actitudes que uno tiene en torno al envejecimiento impactan muchísimo en la salud. “Un aspecto muy importante a trabajar es el autoedadismo: cómo uno se autolimita o limita sus interacciones por este edadismo que está tan incorporado”.
Asimismo, incorpora este aspecto al trabajo que viene realizando en torno a las denominadas economías plateadas: “En lugar de sacar a las personas del sistema productivo cuando tienen más de 50 años, como pasa ahora, hay que incorporarlas, que no haya discriminación por edad”, dice y señala otros desafíos reales que abarcan, incluso, cómo están diseñados los entornos de las ciudades. “A medida que la persona va envejeciendo los obstáculos que le ponen el sistema son tremendos. Todo lo que tiene que ver con la salud o lo previsional también es un desafío”.
Romper prejuicios
En términos de edadismo, la educación y la formación también tienen un desafío. “La educación no suele ser muy convocante de la población mayor, por más que sea un derecho y por más de que sea importante e indispensable”, dice Iván Greppi Seveso, Gerontólogo, referente de UPAMI Región Andina, el programa de educación no formal orientado a la población mayor de todo el país más importante que tiene este segmento en términos de accesibilidad.
“Profesionalmente siempre lo miro como un ejercicio de empoderamiento y de toma de poder. Cuando hablamos del edadismo hablamos de esta discriminación que ocurre en todo el mundo por la edad, y cuando hablamos de discriminación, hablamos de ejercicio de poder, de ejercicio de violencia y de diferentes niveles de poder: algunos tienen más poder que otros y en este caso, si hablamos de edadismo, hablamos que la población más joven ejerce un poder sobre los mayores a través de prejuicios y supuestos. En este marco, la educación es un vehículo para hacerse de poder, tener herramientas, tener destrezas para entender el mundo en el que vivimos y poder dar una respuesta desde el poder. Entonces, cuando pienso en cualquier ejercicio de educación hacia las personas mayores pienso en un vehículo que puede brindar eso y tratar de equilibrar la balanza”.
Otro punto a considerar es la cuestión implícita, ya que muchas veces se trata de una discriminación donde la violencia queda solapada. “Nadie dice odio a los viejos, yo no me quiero juntar con los viejos. Es una discriminación que ocurre implícitamente y que culturalmente esta naturalizada. El mayor peligro es que termine incorporándose a la persona que es discriminada y esa persona termine creyendo que no puede, que es menos”. Sin embargo, la propia experiencia, cuenta el profesional, derriba rápidamente estos pre conceptos.
“Cuando hablamos de cualquier ejercicio de educación o practica que llega a las personas mayores ellos mismos terminan diciendo no puedo creer que estoy aprendiendo un idioma, que ahora puedo manejar una computadora o hacer nuevos amigos”, señala y reflexiona sobre sus propias vivencias: “Muchas veces ves a la persona mayor como un solicitante, un paciente. Y cuando vas al aula y ves a esa misma persona, con la cual durante dos años tuviste un vínculo de paciente, y lo ves hablando de música o de historia griega; ves la capacidad que tiene de vincularse, ves cómo se ríe, te das cuenta que es una persona gigante. Y ahí es donde a uno, por más que sea un profesional y se dedique a esto, se le derrumban todos los prejuicios no en seis meses: en diez minutos”.
Una población en aumento
El último censo del 2020 volvió a confirmar el incremento de personas mayores de 60 años en el país, con números crecientes que también son indicadores de un foco que hay que hacer. “Después de Uruguay somos el país más envejecido de Latinoamérica”, dice Greppi Seveso. Es por esto que, los aspectos a abarcar, son diversos y cuando se habla de edadismo también se debe pensar lo estructural, en referencia a la violencia que se ejerce desde los sistemas que son instituciones y de cuyas prestaciones dependen parcialmente.
“Cuando no hay colectivos adaptados o no hay una ciudad que mire hacia la accesibilidad de las personas mayores; cuando no hay instituciones que atiendan la posibilidad de que una persona mayor acceda a ella, se ejerce un tipo de violencia estructural. No es una violencia intencional y en el caso de Bariloche esta situación está condimentada por un montón de cuestiones. Pero uno lo que mira es que hay una población importante mayor en esta ciudad y las instituciones, ya sea públicas o privadas, tienen que tener el ejercicio de derrotar esta violencia estructural y brindar una mayor accesibilidad a las personas mayores. Y cuando digo ejercicio digo que no traten de solucionarlo de un día para otro porque eso no existe, es complicado y es demagógico, sino sí que exista una política real concreta a largo plazo de ir derribando barreras hasta que estas trabas estructurales vayan disminuyendo y cayendo”.
Lo cierto es que los aspectos en torno a esta etapa de la vida que cada día se alarga más incluye muchos debates. ¿Qué tipo de vejez queremos transitar? ¿Cómo nos preparamos como sociedad para los años por venir? ¿Cómo la transitamos hoy? ¿Con qué herramientas contamos? ¿Hay una vejez productiva que se impone? ¿Salimos de un estereotipo y caemos en otro? “Si esos modelos son inalcanzables volvemos a la auto discriminación implícita”, dice Greppi y reflexiona sobre el acceso y el envejecimiento en términos de clases sociales: “Hay muchas series, películas, publicidades que visibilizan la vejez, pero una vejez rica. Y la vejez, si la vamos a analizar, es indisociables en términos de clase y ahí hay una doble discriminación: ¿Qué vejez es la que visibilizamos y a quién dejamos afuera? ¿Qué modelos ponemos como esperables de vejez? Y si no llego a ese modelo ¿Cómo me siento? Entonces volvemos a lo de antes, la discriminación, lo implícito, el edadismo. La gerontología tiene que estar atenta a que no nos impongan ningún paradigma, sino que sea un diálogo político”.
Por Violeta Moraga
Cooperativa de Comunicación Popular Al Margen
Seguí leyendo al Margen: