El desarrollo de una política pública integral que tenga en cuenta la eficiencia energética para enfrentar el frío en la región sigue siendo un desafío pendiente.
Hay que pasar el invierno, es una de las primeras cosas que se les dice a las personas que se vienen a vivir a la región sur. Y es que, la postal veraniega queda rápidamente congelada cuando arrancan los meses de frío, que muchas veces se extienden hasta los últimos días del año.
En Bariloche desde hace ya diez años que se pone en marcha el Plan Calor, un programa de asistencia familiar (por el que se distribuyen garrafas y leña) priorizando a vecinos y vecinas que viven en aquellas casas donde no llegan las redes de gas natural. En este marco, este invierno ya se comenzaron a repartir parte de los 8 mil metros cúbicos de leña destinados a quienes más lo necesitan: para esta temporada hay 3200 familias inscriptas en el plan y la entrega de leña se realiza de acuerdo a un esquema de distribución que se coordina con las juntas vecinales y comisiones de trabajo.
Sin embargo, este es apenas el último eslabón, no por eso menos importante, de una cadena que, manejada con virtuosismo, podría brindar soluciones mayores al frío que se aproxima.
Uno de esos eslabones es la aislación. “No harían falta tantos meses de leña si las construcciones están bien aisladas. Hay cuestiones que no están pensadas desde lo estructural”, dice Juan Cabrera, secretario de extensión de la Universidad Nacional del Comahue, quien trabaja especialmente interesado en adaptar el uso de las tecnologías a las zonas rurales, las más vulnerables en cuanto a la disponibilidad de leña.
Y es que, en la región sur la leña se compra por toneladas: se usan entre 4 mil y 5 mil kilos de leña por invierno. Por eso, Cabrera cuenta que vienen llevando adelante un proyecto de realización de estufas de alto rendimiento, que cumplan las mismas funciones que una cocina económica y que ayuden, por un lado, en el ahorro de leña, y por otro, a mantener el calor en los hogares, sobre todo por las noches, que es cuando nadie alimenta el fuego. “Cuando te levantas la casa está temperada, porque la virtud de estas estufas es que van largando el calor a lo largo del tiempo que están apagadas. Entonces, con días de 20 grados bajo cero y vientos fríos, es importante tener un dispositivo que te guarda el calor. Por otro lado, es una estufa muy versátil que te permite pasar de un ambiente al otro y calefaccionarlo con el mismo fuego”, detalla.
Las llamadas estufas de masa (las más conocidas son las denominadas rocket) son sistemas de mucha masa que almacenan calor. De este modo, necesitan fuegos cortos (2-4 horas) y calientes (en torno a 1000ºC) que generan mucho calor. A diferencia de otros sistemas, las rockets aprovechan el calor de los gases, haciéndolos circular por el cuerpo de la estufa. Esto permite recuperar hasta el 80% del calor generado durante la combustión. A la salida del conducto su temperatura no supera los 100ºC. Además, la estufa, una vez cargada (2 a 4 horas de fuego al día), devuelve el calor lentamente, bajo forma de radiación, a lo largo de 12-24h.
Es con estos datos, y con el camino de la experiencia, que se expresa desde distintos ámbitos la necesidad de pensar en la eficiencia energética como parte de las políticas públicas de la ciudad. Actualmente, las estufas que generalmente se utilizan en zonas rurales y en muchos barrios de Bariloche no son de alto rendimiento y pierden cerca del 70% de la energía.
Un plan integral
Son muchos los aspectos a tener en cuenta, más allá de la estufa. “El uso de leña, del recurso, también tiene que ver con la eficiencia energética de las construcciones. Muchas veces se usan materiales conductores de calor y además no están aislados ni los techos, ni las paredes. Entonces, tenés un proceso extremadamente favorable en cuanto a la eficiencia de la combustión, le ganás un montón de calor a la leña, pero el calor se pierde”, señala Cabrera y cuenta que hace poco tiempo realizaron una intervención en un comedor del Barrio Nahuel Hue, donde, justamente, algo que hicieron fue enseñar a aislar una pared con quincha: un residuo de pinocha, bañado en barbotina y cubierto con capas de tablas de madera. “Cerramos los chifletes y cambió la historia. Es una forma sencilla de intervenir un espacio precario para que no pierda tanto calor”, dice.
Es por esto que, a la hora de pensar en una política pública ideal, se coincide en que el abordaje tiene que ser integral: no solo referido a la leña o la construcción de estufas que consuman menos y aprovechen más el calor, sino también a lo estructural que hace a la eficiencia energética.
Consultada en el marco del Plan Calor sobre esta posibilidad de ampliar la política a otros aspectos que hacen al asunto, Paula Barberis, subsecretaria de políticas sociales, menciona que, si bien le vienen dando vueltas al asunto desde hace mucho tiempo, todavía resulta complejo. “Proveemos de la leña o de la garrafa, pero después la instalación de cada casa es muy variable. Por eso hay leña de diferentes grosores, de acuerdo a como queman esa leña: hay gente que tiene salamandra más chiquita y le conviene la leña trizada”, describe y a su vez recuerda que desde el Instituto Nacional de Tierra y Vivienda hace algunos años se pensó un plan de sustentabilidad referido a la calefacción de las casas para que el calor se conserve, sin embargo, por el momento no prosperó.
“Desde el área de sociales nos es imposible abarcarlo, actualmente no está dentro de nuestras líneas de acción. Tiene que haber una política más estructural dentro de lo que son las viviendas y que sirva para la mayor cantidad de población posible. Pero no es algo que descartamos, porque entendemos que va con las políticas que se tienen que venir de sustentabilidad. Hay que pensarlo de una vez con todos los eslabones”, señala.
El eslabón del aprender
Considerando todo lo mencionado, es que en el 2018 desde la secretaria de extensión se llevó adelante un proyecto para hacer estufas en zonas rurales y, actualmente, con un financiamiento externo, se realizan talleres participativos de construcción de estufas. “Planteamos una serie de cursos de extensión desde la universidad que culminan con la construcción de una estufa en distintos lugares, Ojo de agua, Cerro Mesa, barrios de Bariloche. La idea es hacer intervenciones tanto en zona urbana como rural y el objetivo no es la estufa en sí, sino la construcción de conocimiento para construir las estufas: formar gente que el día de mañana pueda responder a esas políticas públicas que pedimos o deseamos”. En esa línea, señala, lo ideal es generar capacidades en los mismos parajes. “Formar gente que forme gente, no solo que se vaya a su casa a hacer una estufa. Que de apoco en las escuelas de oficio vaya permeando esta idea y, si el día de mañana hay una política fuerte para reducir los incendios, para reducir el uso de leña o aumentar la eficiencia, tengamos gente formada para construir las estufas”.
A raíz de las alternativas que tenemos para para pensar una calefacción más eficiente, también desde el equipo de Tierra a la vista (@tierraalavista_bioconstruccion) vienen avanzando en el abordaje de la bioconstrucción incorporando conocimiento y aprendizaje alrededor de las viviendas sustentables y bioclimáticas.
“Una casa eficiente tiene que tener la capacidad de aislarse térmicamente de la intemperie. Se arranca desde ahí, es decir, sin chiflete, sin humedad y con una estufa de masa térmica o de inercia térmica, en el caso de que tengas que calefaccionar con leña. Después de eso sí, meter la leña, el chipeado, las briquetas. Pero hay que atender las causas. Lo último, sería la leña”, dice Sebastián Montenegro, integrante de este espacio, quien, tras participar en talleres solidarios y otras experiencias, se fue involucrando cada vez más en el desarrollo de la estufería. “Para cada casa o persona hay una estufa. Incluso para cada presupuesto”, dice y despeja la idea de que es algo de difícil acceso. “En Córdoba, por ejemplo, se desarrolló una estufa Rocket (Chunkana) con el propósito de que sea social. Después, sobre ese modelo básico se fueron incorporando distintas cosas. Lo más clásico es la estufa con el tacho con la combustión hecha de ladrillos y un banco de mampostería donde te podés sentar y estás calentito. Eso es lo más conocido, pero hay otros formatos, otras estéticas, otros modelos, y ahí tiene que ver más con lo personal, tanto en presupuesto como en dimensiones de la casa, etc”, continúa.
Sobre las virtudes, agrega que la leña dura hasta cuatro veces más. “Cuando las estufas están en régimen el día que no la prendiste te va a entregar 20 horas de calor sin meter fuego adentro. El concepto es una estufa que genera muchísimas calorías y que esas calorías hacen un recorrido por un sistema donde van entregando todo su calor a la mampostería de ladrillos y ese de ladrillo lo almacena y después lo va entregando al ambiente en la medida que la estufa se va enfriando. Ese es el concepto simplificado”, describe.
Actualmente, vienen realizando algunos talleres, como el que tuvo lugar el fin de semana en el barrio el Frutillar, para compartir el aprendizaje de manera concreta. Es decir, poniendo manos a la obra.
Por Violeta Moraga
Foto portada: Mateo silva Rey
Cooperativa de Comunicación Popular Al Margen
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