Semillero de un sinnúmero de profesionales que son parte de emblemáticas instituciones de esta ciudad, el Centro de Educación Técnica (CET 2) atraviesa una profunda crisis por falta de recursos y problemas edilicios. Ignorando su rol histórico, ninguna autoridad dio hasta ahora una respuesta. Mientras Bariloche se propone construir un polo tecnológico, el frio entra en las aulas y congela sueños y proyectos.
Pocos saben que un número importante de los profesionales que hoy son parte de emblemáticas instituciones de esta ciudad -como el Centro Atómico, la CNEA o el INVAP- hicieron su primera formación en el Centro de Educación Técnica (CET) N°2 “Jorge Newbery”, establecimiento que fue inaugurado en 1953 y que hasta hace pocos años era la única escuela industrial de Bariloche. Pocos también visibilizan que su presencia está plasmada en muchos espacios de la ciudad, ya que sus alumnos hicieron varias obras para la comunidad: desde los bancos de la terapia intensiva del Hospital zonal hasta invernaderos automatizados para el INTI, los prototipos para autos eléctricos que usaba la cooperativa para el estacionamiento medido y hasta la elaboración de dispositivos, con impresoras 3D, para facilitar la manipulación de elementos de que padecen artritis reumatoidea por el que fueron premiados.
Por eso, no deja de ser escandalosa la situación que atraviesa el establecimiento por la falta de recursos y problemas edilicios, y peor aún, el eco silencioso en el que caen los reclamos. ¿Puede una ciudad jactarse de construir un polo tecnológico, mientras en el semillero de los más altos profesionales cae agua de los techos, entra el viento por los vidrios rotos y los pasillos se vacían por la desidia?
“Cuando llueve hay que poner baldes y trapos para que los chicos no se caigan, chorrea el agua en el gimnasio y se hace inutilizable. Los vidrios rotos están tapados con cartones, y aunque podríamos hacer pequeños arreglos, como soldar sillas rotas, no se puede por una cuestión legal”, dice Soledad, integrante de la cooperadora y madre de una estudiante de tercer año.
Es solo una de las postales. La enumeración sigue: el aula de fundición tiene la caldera rota y el frío hace imposible cursar la materia, por lo que los estudiantes solo están haciendo la parte teórica y perdiendo la práctica. También hay que reparar el horno de fundición porque no está homologado debido a que la conexión de gas tiene caños viejos y nuevos. Los días pasan y la pregunta es inevitable: ¿Cuánto tiempo se va a tomar el Ministerio de Educación para mandar una cuadrilla? Soledad reflexiona: “Alardean sobre un polo tecnológico para generar empleo, para que los chicos no tengan la obligación de irse, para que se invierta en ciencia, pero no nos facilitan los mecanismos para que puedan prepararse. Hoy por hoy los estudiantes se están egresando con talleres inconclusos y quedan en una situación de desventaja con aquellos que vienen de escuelas privadas. No es justo: necesitamos que el gobierno nos escuche”.
Con esa intención, además de entregar un petitorio en Supervisión, el día de Bariloche le pasaron el reclamo al mismo Intendente. Pero hasta ahora, nada. Apenas se taparon algunos agujeros de las paredes del establecimiento por donde entra el viento. “Fue el único avance que vimos”.
Cuidar el semillero
“Donde uno recorre va a ver ex alumnos nuestros”, dice Carina Ruiz, directora del CET 2. “El trabajo dentro de la escuela y cómo interactúan es clave para después trabajar en una empresa y hacerlo en equipo”, continúa señala que están retomando el contexto educativo pedagógico que tiene la práctica. “En un momento fue vista únicamente como una salida laboral y en realidad no es lo que plantea el diseño curricular”. Así también, se refiere a la situación actual y cómo hace mella la falta de respuesta en el futuro de los estudiantes. “Los alumnos van a practicar en las empresas y hay elementos que no saben usar porque no los tienen. Y no porque el contenido no pueda darse. Hay, por ejemplo, unos tornos y una fresadora que están dentro de los contenidos de tercer año, pero no se puede dar porque no tenemos la máquina. Entonces, el programa se termina adaptando y se saca esa unidad porque no tenés con qué enseñarla”. Lo cierto es que la situación se agrava mientras del otro lado “ni siquiera está el recibido de un correo: Lo que sentimos realmente es abandono”.
Los lados de la moneda siguen sin encontrarse: mientras se pierden contenidos porque faltan elementos o están rotas las máquinas, el CET 2 tiene el único taller de fundición de la provincia, una especie de patrimonio histórico, aunque no esté denominado así. “Es un taller que se recuperó cuando lo intentaron cerrar en toda la provincia y es el único que queda. Se funde principalmente aluminio y se hacen piezas para que después los chicos puedan trabajar en el torno. Han realizado piezas para la CEB también, y hasta se han hecho piezas para el ferrocarril”, señala sobre el valor histórico de este aprendizaje artesanal que implica fundir metal y a pesar de lo cual en lo que va del año ningún estudiante pudo fundir.
“Está bajando calidad educativa y realmente lo que tiene que permitirles la inserción en lo laboral, en el mundo del estudio o en lo que ellos quieran, es su capacitación personal, que se sientan seguros de su conocimiento y de su práctica. Pero si tenemos ocho tornos, pero funcionan dos, entonces los chicos tienen menos horas de torno. Lo mismo con el soldador de hojalatería: no lo pueden usar al mismo tiempo porque salta la térmica”, describe y sintetiza: “Queremos recuperar a la escuela en su valor del contexto social, posicionarla en un contexto nacional e internacional, y para eso necesitamos el apoyo del Estado, que es lo que corresponde”.
De Bariloche al mundo
“La escuela está formando profesionales”, dice Carlos Bariggi. Conoce la escuela como la palma de su mano: se jubiló recientemente del cargo de director del CET 2, donde trabajó 35 años. “Desde ese nivel de exigencia, la escuela técnica ha tenido una relevancia muy importante en cada ciudad donde fue creada: participó siempre de gran parte de los arreglos de la comunidad en la que estaba inserta”, continúa y recuerda tareas realizadas desde la institución, como el trabajo en las garitas de colectivos, las alcantarillas -porque podían fundir hierro- y hasta el arreglo de los semáforos allá por los 80. Más tarde, en los años 90, si quitó al establecimiento del ámbito de la Nación y fue puesto en la órbita de la provincia, sin ningún recurso.
“Se abandonó la proyección de la escuela técnica a pesar de que, en esta provincia en particular y en nuestra ciudad, se desarrollaron lugares como la CNEA, el INVAP, la CEB, y un montón de mini empresas que se empezaron a armar en torno de estas grandes empresas de alta tecnología”, repasa. Fue así que la demanda de mano de obra hacia la escuela fue cada vez más grande y hoy, explica Carlos, la mayoría de los presidentes o gerentes de estas empresas, son ex alumnos de la escuela. “Entre las 1.432 escuelas técnicas que hay en el país, la de Bariloche tiene una presencia muy especial. Pero para llegar a eso hubo un montón de pequeñas y enormes cosas. Actualmente se está trabajando en una inserción con desarrollo tecnológico local muy fuerte, producto de una materia que se llama prácticas profesionalizantes, donde los estudiantes tienen que hacer sus prácticas en una empresa local. Tenemos pasantes que están trabajando en un robot para que lleve material radiactivo, que es con lo que se hace los estudios de las personas que padecen ciertas enfermedades. Se está trabajando muchísimo en cada uno de los espacios del Centro Atómico, en la Cooperativa de Electricidad también, y así podría nombrarte de infinidad de lugares”.
-Con esto que contas, ¿qué te sucede cuando ves la situación de la escuela?
-Todo el mundo se jacta del valor de la educación técnica, del futuro de la educación técnica, del modelo de enseñanza de la educación técnica, pero se hace bastante poco. Y ahí te das cuenta con la falta de proyecciones que hay: después de 50 años se hizo otra escuela técnica, que es el CET 28, y todavía está sin terminar: no tiene talleres, los equipamientos se los hemos hecho en nuestra escuela porque durante tres o cuatro años no tuvieron ni una mesa para trabajar. Hay un gran discurso de las proezas que puede ser una escuela técnica, pero a la hora de la verdad a la escuela llega bastante poco y los mecanismos de acceso son muy malintencionados. Por ejemplo, para comprar una pinza hay que hacer un proyecto justificando y explicando por qué, cuando es un instrumento que tiene una vida útil, una cantidad de horas de uso y que naturalmente debería descartarse después de ese tiempo y adquirir otro. Escribir todo un protocolo de porqué tuve que descartar una pinza y además de tener que escribir eso, a veces lo recibe gente que no está capacitada para entenderlo y aprobarlo y entrás en un círculo donde el monto que para comprar un elemento no te alcanza.
En este círculo de desidias, burocracias y falta de proyección, el capital humano y toda su capacidad también se va horadando, desperdiciándose la experiencia acumulada. “El desarrollo de generadores eólicos se viene haciendo en el Centro Atómico hace décadas, y no se toma esa construcción de capacidades humanas. Lo mismo pasa con el hidrógeno verde, hemos hecho celdas para hidrógeno verde en nuestra escuela hace 20 años, y parece que hubiera que contratar una empresa extranjera para el desarrollo. Lo mismo pasa con el polo tecnológico, no crece. En Bariloche dentro de poco tiempo va a haber una exposición internacional de alta tecnología y nuestra escuela no tiene baños”.
Las luces y sombras continúan: “Solo hay cinco países en el mundo que pueden fabricar satélites, y somos uno de ellos. Así también hay pocos países en el mundo que pueden fabricar un rector nuclear, o radares, y en todos lados están nuestros alumnos o nuestros ingenieros. Competimos con Canadá con Francia, y ganamos los concursos con nuestra gente. No sé si la mayoría de la comunidad lo sabe, pero es impresionante el nivel tecnológico que hay en Intecnus: tres lugares en el mundo que tienen ese nivel de tecnología: uno en EEUU, otro en Buenos Aires y el otro en Bariloche”.
Por eso fue una alegría que volviera a ponerse en marcha el acelerador lineal (para el tratamiento con radioterapia) que había estado parado por cuatro años y en ese sentido es que no puede seguir habiendo retrocesos. Cabe recordar que, en el 2017, el país perdió una posición orbital por no seguir con el plan espacial de fabricación de satélites. “Tiene que estar el concepto de soberanía, la construcción de ese concepto, de un proyecto educativo. Si se quiere tener un desarrollo tecnológico de vanguardia a nivel mundial se tiene que invertir más o mejor”.
De primera mano
Y es cierto que los brotes venidos de la técnica van fructificando y desarrollándose en distintas áreas de la ciudad. En el Centro Atómico, por ejemplo, gran parte de quienes integran el Taller de Servicios de Ingeniería provienen del Industrial. Reunidos para contar su experiencia todos coinciden en las herramientas obtenidas en la formación para ir abriendo camino. “Cuando entré en la facultad el nivel de conceptos que tenía era grande”, dice Bernardo y recuerda como se le fue allanando el camino cuando partió a estudiar a Buenos Aires por la base que tenía. Así también, Freddy cuenta que su experiencia laboral arrancó dos años antes de terminar el secundario en el 2002: “Entré en un taller de electromecánica de precisión, trabajé ahí casi 11 años y después entré al Centro Atómico a trabajar en la parte de mecánica de precisión con los tornos y la fresa de control numérico. Mi base fue fundamental: creé mi profesión dentro del colegio. Hoy soy tornero y fresador y es gracias al colegio”. Sobre la tarea que realizan, explica que hacen piezas de precisión. “Hoy estamos trabajando mucho para Intecnus, también para equipos de radioterapia y para la gente que está haciendo reactores que están en proceso. También hacemos piezas para el reactor de acá y en época de pandemia, entre otras cosas, hicimos un respirador para el hospital. Nuestro trabajo consiste en abastecer a la gente del Centro Atómico con los proyectos que vienen a plantearnos”.
Por su parte, Valeria cuenta que mientras hacía sexto año hizo las pasantías en el laboratorio de termo hidráulica de la CNEA y después de un tiempo ingresó al taller de electricidad y más tarde al espacio que hoy ocupa. “Para la CNEA un colegio técnico es como un semillero, cuando se necesitan técnicos es una fuente que abastece de personal. Se nota sobre manera cuando un profesional tiene una formación técnica”. Respecto a la situación da cuenta de la larga data del conflicto: “Nosotros nos rotábamos para usar el torno”, dice. Actualmente, entre otras cosas, hace el soporte técnico para Intecnus. Javier también cuenta que cuando terminó la escuela empezó a trabajar en un taller de tornería, donde estuvo casi cuatro años. “Después entré en una beca técnica en el Centro Atómico y desde ahí que estoy acá. Siempre digo que, si no hubiese ido al industrial, no sé qué estaría haciendo ahora. No sé a qué me dedicaría si no hubiese pasado por el colegio”. Camila también cuenta una pequeña parte de su trayecto. Cuenta que creció en la herrería de su papa y siempre le gustó la escuela técnica, así que cuando llegó el momento ni hubo duda de dónde anotarse. En el 2019 entró al Centro Atómico con una beca técnica y es técnica de un grupo. Mirando hacia atrás, reconoce que el trayecto fue arduo, con la dedicación de largas horas, aunque “es lo que uno elige”. También en sus años ya había dificultades con el edificio. “En quinto no alcanzaba el espacio ara los talleres, así que teníamos en el vespertino, entrabamos a las ocho y salíamos a las ocho”, recuerda. Así, las historias de vínculo con el industrial se multiplican. Por eso para muchos es difícil comprender que realmente las demandas de mejoras para una rueda tan virtuosa, caigan en saco roto.
Por Violeta Moraga
Fotos: Pablo Candamil
Cooperativa de Comunicación Popular Al Margen