Derivas de la sangre es una obra que invita a recorrer los textos de Abuelas de Plaza de Mayo, los modos en que se narraron a sí mismas construyendo, a partir de testimonios individuales, una trama colectiva y política que marcó un antecedente fundamental para las narrativas de los distintos activismos en derechos humanos.
Al Margen conversó con María Marta Quintana, docente de la Universidad de Río Negro, investigadora de Conicet y autora de este libro que cuestiona ciertos lugares comunes con los que se lee la historia de la Asociación y se detiene en la retórica exitosa de las Abuelas como institución consagrada.
– ¿Qué te llevó a escribir sobre este tema?
-Me importaba la cuestión de la Identidad personal y del nombre propio como problemas filosóficos. Leyendo el libro “Espectros de Marx” de Derrida empecé a linkear estos temas con la figura del desaparecido. En mi tesis de doctorado, esta lectura cruzada por un interés personal, por una historia familiar, me posibilitó pensar en cómo la lucha de Abuelas convirtió la cuestión de la Identidad en un problema político. Historizo el discurso de Abuelas, en especial la construcción de la figura del niño víctima de apropiación que las lleva a conquistar el derecho humano a la identidad, un derecho que no existía en Argentina ni en el mundo. Me centré en tres publicaciones de la Asociación: Botín de guerra (1985), Identidad, despojo y restitución (1989) y La historia de Abuelas. 30 años de búsqueda (2007). Elegí estos libros porque los tres hablan de ellas. Es una trilogía que da cuenta de cómo se piensa a sí misma la propia institución. En 2007, cuando se cumplieron los 30 años de la Asociación, Estela de Carlotto publicó un prólogo en el tercer libro donde menciona que éste viene a completar un trabajo anterior hecho por Julio Nosiglia en Botín de guerra y Matilde Herrera y Ernesto Tenembaum en Identidad, despojo y restitución.
– ¿Cuáles fueron las estrategias discursivas de la lucha de Abuelas?
-En mi libro me propuse problematizar cierto sentido común acerca de que tanto Madres y Abuelas son organizaciones de mujeres que salen a buscar a sus hijos y a sus nietos porque es algo que está en el instinto materno. A mí me interesó pensarlas en clave política, puesto que esas organizaciones podrían no existir. El instinto no puede ser una clave de explicación. Mi trabajo analiza cómo Madres y Abuelas aparecen en el espacio público en plena dictadura de alguna manera haciéndose eco del discurso del Proceso de Reorganización Nacional, que las pocas veces que se dirige a las mujeres es para responsabilizarlas por las actividades de sus hijos. A las mujeres se las convoca como un apéndice de la república para que controlen, vigilen y delaten a sus hijos e hijas en caso de detectar prácticas subversivas. Entonces ese lenguaje de la maternidad y la familia estaba disponible porque era el lenguaje de la dictadura. Estas mujeres interpeladas por esa discursividad, irrumpen para reclamar por el paradero de sus hijos y nietos poniendo en discusión como la dictadura entiende la maternidad y así van constituyendo su propia posición política. Estas mujeres eran tildadas de madres de subversivos que no cumplieron con su deber. En respuesta a esto, ellas dan cuenta de que “No es que no cumplimos, no es que nuestros hijos son subversivos, sino que estamos frente a un gobierno de facto que viola los derechos humanos”.
Botín de Guerra (1985) está armado de manera tal que los testimonios individuales van construyendo un efecto coral que colectiviza el reclamo y da cuenta del paso de abuelas con minúscula a Abuelas con mayúsculas. En Identidad, despojo y restitución (1989) se presenta otra polifonía: están las voces de las Abuelas junto a los discursos de profesionales como genetistas y psicoanalistas que intervienen en las causas de restitución. En el último libro aparecen las voces de los nietos restituidos ratificando las tesis sostenidas por la Institución. Son los nietos que pasaron por la experiencia dolorosa pero liberadora los que buscan persuadir a otros jóvenes que puedan tener dudas.
– ¿En qué consiste esta narrativa de la sangre y cuáles son las palabras clave de su gramática?
-Sangre es un significante muy presente en el discurso de la organización. Me interesó mirar y mostrar cómo ese término se va dotando de contenidos a lo largo del tiempo. Por ejemplo, en el marco de Botín de guerra (1985), en los testimonios de las abuelas, el reclamo por sus nietos está atado a la cuestión de la sangre: los nietos son “la sangre de nuestra sangre”. Si los padres están desaparecidos, lo que corresponde es que lo cuide la familia biológica, lo legítimo es lo que está vinculado a la sangre. Luego en Identidad, despojo y restitución (1989), esta idea más moral se va desplazando al discurso científico. La sangre es la posibilidad de identificar a los nietos a través del marcador inmunogenético. Esto también es toda una conquista de Abuelas. Antes de su lucha existían pruebas de exclusión de paternidad pero no de inclusión de una persona a un grupo familiar. Sangre es también un término político. Juan Cabandié, en el discurso que da cuando Néstor Kirchner decide expropiar y transformar la ESMA, habla de “la memoria que corre por mis venas”. Sangre y memoria aparecen siempre como términos anudados. No se puede dejar de leer ese discurso, esa memoria/sangre que corre por las venas, como la inscripción en una genealogía de lucha, la identificación con la lucha de las Abuelas y de los derechos humanos. Esto implica que son sangres políticas.
– ¿Qué fue lo inesperado en el proceso de investigación?
-Me di cuenta que Abuelas tuvo que hacer un enorme esfuerzo, en los distintos contextos políticos, para legitimar su lucha, para conseguir acompañamiento social y convencer a agentes judiciales de que la restitución es la única respuesta posible frente a la apropiación de niños. Había una mirada socialmente extendida que consideraba que la restitución era una forma de revictimización. Las Abuelas han hecho un gran trabajo para mostrar que la restitución es liberadora, que justamente en eso radica el derecho a la identidad. También es importante destacar las implicancias éticas del trabajo de la organización. Toda restitución se lleva a cabo en un marco de legalidad donde intervienen la ciencia y el Estado para no cometer un nuevo despojo de identidad. Algo que Abuelas nunca hizo fue comportarse como los apropiadores. En este sentido la restitución no puede ser un acto revictimizante sino que es un acto de justicia.
Ahora existe un consenso, en gran parte de la sociedad, con la legitimidad de esta organización. Ahora Abuelas es una institución consagrada. Pero esto no siempre fue así. Esto se consiguió gracias a décadas de labor, de persistencia y de pedagogía.
– ¿Qué nuevos sentidos trae la lucha de las Abuelas?
– Madres trastoca la noción de maternidad con la frase tan potente “Fuimos paridas por nuestros hijos”. Ellas fueron paridas a una lucha desnaturalizando las cuestiones de familismo y convirtiéndolas en posiciones políticas. Abuelas conquista el derecho a la identidad y deja un legado para todos los niños y niñas de Argentina y del mundo. Ambas organizaciones configuran espacios de activismos que se han vuelto muy prestigiosos y funcionan como plataformas de lucha para otros reclamos de la sociedad.
Por Verónica Battaglia
Cooperativa de Comunicación Popular Al Margen
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