La imagen emerge desde las entrañas de la tierra y se estira hasta tocar el cielo. Ese espacio blanco que recortaba el paisaje como una boca vacía es ahora una invitación al cobijo. Pasan por el sendero los caminantes, llegarán pronto los niños y niñas en su vuelta a clases. Sobre la ruta, se siente el trajín de los autos que van y vienen uniendo los distintos puntos de este vasto territorio plagado de paisajes de extrema belleza, con sus vertientes y lagos de todas las formas, pero también asediado por el avance de la vida moderna, los negocios inmobiliarios, los fuegos que se multiplican devorando las faldas de esta gran madre.
Cuando en el 2021 las llamas avanzaban sobre los bosques milenarios en la Comarca Andina, el corazón de la comunidad se contrajo una vez más. Las lenguas de fuego que volteaban ñires, cipreses, lengas, y que corrían como reguero de pólvora por los pinos que habían ganado territorio, impactaron fuertemente ese verano en el que cientos de personas perdieron sus casas.
Esa inquietud también tocó a la comunidad artística, y algo de esa semilla germinó en el primer eslabón de la cadena que dio lugar al mural de grandes dimensiones que hoy se emplaza en el cruce del km 8 de nuestra ciudad, realizado sobre la pared lateral de la Escuela Secundaria N°123 por Viviana Dziewa, Marina Mitchell, Vanesa Arroyo, Horacio Ferrari y René Vargas Ojeda, artistas de larga trayectoria.
“Estábamos conmovidos, movilizados y empezaron a surgir las ganas de hacer algo, con esa sensación de que la humanidad tiene que cambiar. Apareció la idea de hacer un mural referido al medio ambiente, un llamado a la conciencia de cada uno para darnos cuenta de lo que tenemos que modificar, ver, reflexionar”, dice la artista plástica Marina Michell.
Los hilos comenzaron a moverse, se definió el lugar, se gestionaron los permisos, los posibles recursos para llevar adelante la obra, y así, con ese entramado que va haciendo las cosas posibles, arrancaron, más allá de las vicisitudes, dejando de lado lo propio y quedando, de algún modo, al servicio de la comunidad.
Vendría luego el boceto, la foto que Vanesa le saco a Gabi, a quien habían conocido por un trabajo en el Grupo Encuentro y la elección de la imagen para representar aquello que se habían propuesto. “Quedamos enamorados de sus rasgos, su expresividad, sus facciones; nos encantaban las fotos que hizo Vane y empezamos a proponer ideas entre todos. Queríamos una imagen contundente, una sola que fuera muy clara y fuerte”, explica Marina.
Más tarde, se sumarían también una serie de animales acuáticos y terrestres en esténcil que fueron realizados en un taller por los chicos del secundario. “La experiencia fue muy linda, sobre todo por el equipo de trabajo que se armó, por la calidad humana, todo fue hablado, consultado, verdaderamente lo hicimos en equipo. Sucedió con mucha armonía, hubo mucho respeto y hay admiración, también, los unos por los otros, y estamos contentos con el resultado”.
Así, poco a poco, se le fue ganando a esa pared tan inmensa, un espacio vacío que fue tiñéndose de nuevos colores.
Arte para iluminar
A lo largo del último tiempo los registros artísticos en la ciudad se fueron multiplicando. Espacios sobre los que los murales echan luz, como si pudiera recorrerse un mismo lugar con sentidos en paralelo. Esquinas que se llenan de flores y animales de la estepa, memorias que se multiplican en mosaicos, salas de Hospital que alumbran la espera, océanos para sumergir los sentidos en lo alto del pueblo.
“El muralismo tiene esto, una vez trabajas con uno, con otro, se va creciendo colectivamente, vamos aprendiendo los uno de los otros. A la vez, es maravilloso esto de sacar el arte de los museos”, continúa Marina Michell. En este sentido, también reconoce el impulso y crecimiento de los privados, que vienen dándole lugar a los murales: “Tranquilamente lo podrían hacer adentro de su casa y eligen una calle externa, pagan por hacerlo y lo comparten con cualquier persona que pasa por ahí”, dice. Es el caso, entre otros, de la obra que está sobre la calle Villegas y Elflein.
“Lo que más me gusta de esta experiencia es trabajar con otros, y para otros: tener la oportunidad de trasformar un espacio en positivo. Siempre intento, si lo que me preocupa es el medioambiente, no hacer un mural del incendio, sino aportar a la solución. Que no sea el incendio, sino la lluvia”, reflexiona y reconoce los cambios que el arte produce: “Agarrás una esquina, un área que está llena de basura, y eso se transforma. Como pasó en Pasaje Juramento: cuando se empezaron a pintar los murales esa calle se transformó y ahora es un paseo. Ver esa transformación es muy lindo. Enseguida el vecino quiere tirarle una onda a su casa. Es algo que se contagia”. Marina piensa también el caso del mural de Palacios y Anasagasti: “Tuvo muchas repercusiones en las escuelas de alrededor, lo tomaron como trabajo en plástica, iban a ver el mural, me invitaron a charlar con los chicos. Me di cuenta que tenía su influencia”.
Horacio Ferrari es otro de los artistas plásticos que viene dejando su huella en la ciudad y que intervino en el mural del kilómetro 8. Cuando llegó a Bariloche, hace ya varios años, venía desde Ushuaia, con la idea de hacer un mural y seguir el recorrido que se había planteado, pero, al parecer, la parada debía ser más larga. “Se me ocurrió el proyecto Camaleón, que llevamos adelante en el Pasaje Juramento en el 2008. Se llamaba: integración social y embellecimiento público”, recuerda. En el trabajo fueron invitados a participar un nutrido grupo de personas, instituciones, agrupaciones, pueblos originarios. “Se pintó la cuadra de los dos lados y fue hermoso. Era mágico”, dice.
Posteriormente vivieron nuevos proyectos, como el Túnel Sensorial en la calle O’Connor, el kultrunazo y más tarde otros, que se fueron multiplicando, como el que se llevó adelante en el Hospital, o el trabajo en el Penal. “Tengo una continuidad, que es algo fundamental, pero la verdad es que se requiere mucho tiempo, mucha energía. Es difícil estar pensando en otra cosa”, dice sobre el hacer.
Esa misma exigencia también estuvo presente en este último trabajo, por el cual estuvieron yendo a pintar a lo largo de todo un mes, de lunes a viernes, con una dedicación plena, un esfuerzo que la mayoría de las veces no es compensado con los recursos económicos con que se debiera reconocer la tarea.
Sobre la experiencia de la obra, Ferrari dirá: “En este momento todo está muy fuerte, descarnado y pensamos: vamos a tratar de decir algo con el mismo concepto de la preocupación en el que coincidimos todos. Cuando apareció la foto enseguida fuimos para ese lado. Es una imagen muy potente, pero lo extraño es que hay gente a la que le generó violencia. Eso me impactó más: que una mujer con rasgos originarios te genere violencia. Me dio vértigo. En esta representación de la naturaleza para mi está claro el mensaje: siento que es como darle fuerzas a la tierra para que siga sosteniendo esto que está tan feo”.
Un espejo infinito
La recuperación del espacio en la intersección que va camino a la ruta 40 se siente en el barrio. Algunos proponen poner banquitos para ver el mural y reflexionar, otros esperan una especie de inauguración con festejos. Las respuestas son variadas, pero nadie queda ajeno. “Disfrutamos mucho la experiencia, mas allá del esfuerzo, del sol, del andamio. Las cinco individualidades ahí éramos uno sola y eso también se refleja. Hay muchos murales grandes en Bariloche, no tan altos, donde trabajaron distintas muralistas que van pintando y dejan su huella. Son muy hermosos, pero acá no sabemos qué parte pintó cada uno, era todo junto y a la vez y hablábamos de esa conjunción, que a veces es difícil, pero que se dio sin esfuerzo”, relata sobre la experiencia Viviana Dziewa, artista y profesora de la Escuela Municipal de Arte La Llave. También se refiere al impacto social que tienen los murales. “Te acercas a personas que quizás habitualmente no consume arte y le llega y lo disfruta. En los kilómetros no tenemos tantas paredes, se reduce más al espacio de las garitas, así que también con esto equilibramos un poco”.
Elegir como motivo un rostro, también fue una decisión particular. “Hay mucha generosidad, porque hay que prestar la imagen y más de esas dimensiones. Nos parecía que tenía unos rasgos muy hermosos, rasgos étnicos que pueden ser de cualquier lugar, es una Pachamama universal”.
Viviana fue la impulsora de un mapa interactivo de murales (http://www.bariloche.gov.ar/muralesygraffitis/) que hoy es posible visitar para recorrer, no solo los puntos donde se encuentran las obras, sino también la información de quienes las llevaron adelante y sus técnicas. Ahora, resta subir las últimas. “Hay muchos muralistas y muy buenos. Hace bastante que los murales nos empezaron a sorprender día a día en distintos lugares, de ahí se me ocurrió este registro que hay que seguir completando”, señala y concluye sobre el último trabajo: “En un punto uno lo hace para que quede lindo y trasmitir algo en una pared que antes era blanca. Trabajar con otros es muy placentero, es salirse del espacio de trabajo individual y convertirse en un nosotros”.
Por Violeta Moraga
Fotos: Gentileza Martín Asborno
Cooperativa de Comunicación Popular Al Margen