Un equipo interdisciplinario de académicos interpela la historia oficial que se cuenta en las paredes del Museo de la Patagonia -ubicado en pleno corazón de la ciudad- en un intento de reflexionar sobre el pasado de este territorio, recuperando otras voces y acercando sentidos propios de nuestro presente.
Desde que reabrió sus puertas en julio del 2021, una cantidad importante de visitantes se acercan al centro cívico y pasean por las distintas salas del Museo de la Patagonia “Francisco P. Moreno” perteneciente al Parque Nacional Nahuel Huapi. No solo las escuelas y los turistas sino también muchos barilochenses revisitan este espacio para observar la muestra temporaria “Museo en transformación”, a cargo de un equipo conformado por integrantes de Parques Nacionales, la Universidad Nacional de Río Negro, la Universidad del Comahue y del Programa de Conservación del Patrimonio-cultural Patagonia Norte.
El acceso es gratuito. En la entrada se ofrece un bono contribución para colaborar con el museo. En la primera sala, una guía de turismo recibe las felicitaciones como también las quejas a propósito de los cuestionamientos que propone la intervención. Nos cuenta que algunos comparten las inquietudes que la muestra les despertó y otros se sienten defraudados y dicen que el museo se convirtió en un centro de adoctrinamiento ideológico.
Al ascender la escalera, los peldaños crujen transportándonos a un Bariloche de madera antigua. Nos acercamos al retrato de Perito Moreno, con su distintivo bigote blanco, y dos recuadros con una nota del diario La Prensa que evidencia su participación en la cuestión de límites con Chile y otros apuntes que lo muestran como actor clave en la incorporación de la Patagonia al Estado Argentino. Sobre esta exposición se cuelga un cartel violeta que plantea la pregunta sobre las consecuencias de este proceso. Así en cada sala una señal violeta cuestiona ciertos aspectos de la historia oficial. Pone en duda la posibilidad de conocer a los pueblos originarios solo a través de su tecnología (instrumentos de supervivencia). Explicita que la cordillera no siempre funcionó como frontera sino más bien como una vía de paso para el comercio entre los pueblos. Y nombra las lenguas que todavía persisten en el territorio.
La instancia más audaz de la muestra es una afirmación que se monta sobre un velo negro que cubre la conquista al desierto y dice así: Comienza el primer GENOCIDIO en la Argentina. En la sección donde antes se mostraban las armas con las que el ejército disparó contra los indígenas, ahora se distinguen las siluetas en blanco de los fusiles. Solo se exhibe la lanza de un cacique hecha con caña colihue, acero, cuero y pelo de caballo.
Cuando uno termina el recorrido, vuelve sobre sus pasos y se encuentra con el cuadro “Jujuy” de Antonio Berni, que ocupa toda la pared. Los colores de los pueblos originarios del norte se funden con el paisaje. Esta intensidad contrasta con las pequeñas fotos en blanco y negro de los pueblos originarios del sur -expuestas dentro de las vitrinas-, que deja la sensación de que estos habitantes ya no existen. Haría falta una sala más donde se celebre la cultura Mapuche-Tehuelche que ahora está viva, en donde se pueda escuchar la fuerza telúrica de los kultrunes como los poemas de los jóvenes que -desde la ciudad- cantan su lucha.
En una segunda etapa de este proceso de transformación se prevé la participación de referentes de organizaciones sociales y culturales que reformulen el discurso hegemónico hacia una conquista de derechos más amplia. Asimismo se proyecta la remodelación de la entrada para facilitar el acceso a más diversidad de actores.
Al final de la muestra, el visitante puede dejar su comentario en una cartelera así como escanear un código QR para sumar ideas y deseos, instancias que denotan un sincero propósito de continuar este nuevo guión del museo en colaboración con su público.
Por Verónica Battaglia
Cooperativa de Comunicación Popular Al Margen