El discurso de odio puede ser el inicio de algo más grave. Muchas de las atrocidades que marcaron nuestra historia comenzaron con mensajes cargados de violencia. Testimonios y crónica del encuentro que tuvo lugar en Bariloche e invita a reflexionar sobre discursos discriminadores, cancelatorios y xenófobos.
Días atrás se llevó a cabo un seminario sobre los desafíos de la comunicación frente a los discursos de odio coordinado por el centro Ana Frank Argentina. Referentes de los derechos humanos, la justicia y la comunicación disertaron sobre los diferentes mecanismos para provocar la reflexión en torno a estos dichos.
¿Penalizar o no penalizar? fue una de las preguntas que sobrevoló los dos días del seminario. También se discutió si era conveniente replicar este tipo de frases en un contexto que lo explique y lo desarticule, corriendo el riesgo de darle más difusión y de que esos dichos se naturalicen. La certeza que atravesó el encuentro estableció que el primer momento de una práctica genocida comienza con un discurso de odio.
Nicolás Rapetti, jefe de gabinete de la secretaría de Derechos Humanos se posicionó en la vía de la sanción, considera importante avanzar en la penalización de las conductas negacionistas protagonizadas por personas que ejercen cargos públicos. “El negacionismo –dijo el Rapetti– es una parte más del genocidio cuando intenta imponer la interpretación de los perpetradores acerca de lo que sucedió”.
Ariel Gelblung, director del Centro Wiesenthal – centro que participó en la extradición de los criminales de guerra nazis-, especificó que el artículo 14 de la Constitución no habla de la libertad de expresión -en la que se amparan muchos de los odiadores-, sino que enuncia el derecho a publicar las ideas sin censura previa. En relación a esto recomendó que en los portales de noticias se les pida la identificación de los usuarios para que si hacen un comentario de odio, se los pueda localizar y responsabilizar por sus escritos. Anunció también el primer fallo que condenó a tres años de prisión a quién vandalizó a través de pintadas antisemitas un parque público en la ciudad de Paraná.
El juez Daniel Rafecas se posicionó en la vía de la educación. Confía en el largo camino de búsqueda de la verdad, la memoria y la justicia del pueblo argentino -la marcha del 2×1 es un ejemplo reciente- y calificó a la censura como una apuesta poco estratégica. “Confrontar con los referentes que apelan a la violencia para ganar clientela política –dijo el juez– es hacerle el juego a la derecha. Para que el discurso de odio caiga en saco roto es necesario la fórmula de las abuelas: sacrificio, coherencia, amor y dedicación”.
Daniel Feierstein -doctor en ciencias sociales- argumentó que la cultura de la cancelación no educa a un pueblo. Explicó que los discursos de odio se montan sobre la estigmatización, uno de los modos en que accedemos a la realidad. Es necesario desarticular los estereotipos, estas formas básicas que ordenan el mundo. La estigmatización se convierte en discurso de odio cuando desvía la frustración hacia un otro y le echa la culpa. “El discurso de odio no se desarma porque digamos que está mal, sino que se soluciona si resolvemos las frustraciones y sufrimiento de nuestro pueblo”.
Bernarda Llorente, presidenta de la Agencia Nacional de noticias Télam agregó que estos discursos se incrementan en los momentos de crisis. La crisis del 2008 y la pandemia posibilitaron la aparición de un Trump y un Bolsonaro. Analizó los diferentes discursos de odio y explicó que éstos nunca tienen la misma intensidad ni las mismas manifestaciones, que las plataformas donde circulan son distintas pero que siempre están dirigidos a las mismas minorías. “Si sumamos todas esas minorías, en realidad son discursos impuestos por una minoría contra la mayoría”.
Muchos estuvieron de acuerdo en que una de las estrategias más potentes para desarticular esta problemática es el testimonio. El relato en primera persona ayuda a poner un nombre y un rostro a los números que cuentan víctimas. Es la presencia de una verdad histórica en las palabras de quien vivió esa situación. En este seminario se escucharon los testimonios de Mónica Dawidowicz, sobreviviente al holocausto y de Victoria Montenegro, nieta recuperada -que desapareció en 1976 por un grupo paramilitar y recuperó su identidad en el 2001.
Asimismo, Ernesto Antillanca -presidente del Centro Mapuche Bariloche y miembro del Consejo Asesor Indígena- recordó los relatos de sus abuelos sobre el malón blanco. “Cuando, a los lejos, veían brillar la gorra de los soldados, levantaban campamento y se refugiaban en la cordillera, en las cuevas que hacen las cañas colihues, en los túneles que hacen los animales. Pasaban días escondidos ahí, donde los soldados no penetraban.” Antillanca contó esta historia para testimoniar que su pueblo habitaba el lado este de la cordillera desde antes de la conquista del desierto. Cuando le cedieron el micrófono, saludó a la audiencia en su lengua, se presentó y luego dijo: “De esta tierra broté yo”
“El último momento de una práctica genocida cobra la forma del negacionismo” -dijo Daniel Feierstein- y luego definió los distintos mecanismos para negar un genocidio. Si pensamos en el pueblo Mapuche, se intentó sistemáticamente destruir su identidad negando su origen: “Los Mapuche son chilenos”. Se construyeron falsas equivalencias: equiparando la violencia de las fuerzas del estado con el malón indígena. Y se idearon teorías conspirativas: “Se quieren quedar con toda la Patagonia”. Cuando un participante del seminario le preguntó a Antillanca si correspondía que el estado pida perdón a las comunidades originarias, el presidente del Centro Mapuche Bariloche contestó que bastaría con que el estado aplique las leyes internacionales a las que adscribe.
En esta misma línea, el historiador Walter del Río reconoció que poca gente está dispuesta a pensar la conquista del desierto como un genocidio. A la academia le llevó cien años cuestionar la historia oficial. Los datos que daban cuenta de cómo el estado había operado para hacer desaparecer a los pueblos originarios estaban en los archivos de la armada y en cada registro parroquial. “Aun hoy –argumenta el historiador– se sigue construyendo sobre las fabricaciones del olvido”. Da como ejemplo el museo Leleque en Chubut armado por la empresa Benetton con la colaboración de investigadores de las universidades locales y donde no aparece ninguna mención del proceso de violación sistemática de la legislación argentina que habilitó la acumulación de tierras en grandes latifundios por una compañía extranjera.
Miriam Lewin, integrante de la defensoría del público, explicó que este organismo no tiene potestad de sancionar o censurar, sino que su objetivo es promover el ejercicio responsable de la comunicación como derecho humano. Enunció que recibió reclamos que involucran a canales nacionales y provinciales con coberturas estigmatizantes que desconocen los derechos de los pueblos originarios. En esta ocasión hablaron con los medios locales y las comunidades reclamantes en pos de un tratamiento más informado y respetuoso para estos pueblos.
Muchas de las violaciones a derechos humanos empezaron con un discurso de odio, y estas palabras y estos actos se siguen repitiendo aun hoy. En la Patagonia desaparecieron a Santiago Maldonado y asesinaron a Rafael Nahuel y a Elías Garay. Se vuelve imperioso pensar estrategias que generen un capital sensible para contrarrestar estos discursos cargados de violencia.
Por Verónica Battaglia
Foto portada: Alba Piazza (Arcchivo)
Cooperativa de Comunicación Popular Al Margen
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