Como acontecimiento, el conflicto bélico tuvo un peculiar eco en la música popular argentina y generó un cancionero que fue capaz de exaltar la recuperación del territorio, referir a los horrores del combate y también visitar críticamente aquel gesto desesperado de la dictadura cívico militar.
La guerra de Malvinas como acontecimiento tuvo un peculiar eco en la música popular argentina y generó un cancionero que fue capaz de exaltar la recuperación del territorio, referir a los horrores del conflicto bélico y también visitar críticamente aquel gesto desesperado de la dictadura cívico militar por sostenerse en el poder.
Aunque no refiere al contexto de la contienda desatada sino que fue escrita por Atahualpa Yupanqui en 1971, sin duda “La hermanita perdida“, con música de Ariel Ramírez, otorga una pintura que permite entender el significado que las islas Malvinas ocupadas por los británicos tienen para una parte de la población.
También desde el folclore más tradicional se lanzaron no pocas canciones de exaltada inspiración patriótica y nacionalista (como “Décimas para un valiente“, de Argentino Luna, y “Retornarán las Malvinas”, de Roberto Rimoldi Fraga), pero el chamamé “Los Ramones“, de Mario Bofill y Julián Zini, contando el masivo traslado de conscriptos correntinos y litoraleños al crudo frío malvinense, quedó como un testimonio de época.
Con una impronta similar, una joven Soledad Pastorutti popularizó años después “La carta perdida“, de un soldado chaqueño a su madre en una pieza compuesta por Julián Raúl Ratti.
El tango tampoco escapó al suceso a través de dos de sus máximos cultores: Osvaldo Pugliese estrenando “Son y serán argentinas” que Sebastián Piana creó en 1973 y Astor Piazzolla dedicando una pieza al grupo comando Los Lagartos, que, según la propaganda oficial, había resistido en las Islas Georgias pero, luego se supo, se rindió sin disparar ni oponer resistencia alguna y tuvo como líder al represor Alfredo Astiz.
“Piazzolla le puso ‘Los Lagartos’ en su estreno en los conciertos con Goyeneche en el teatro Regina en mayo del 82, con un entusiasmo confuso por la recuperación de las islas Malvinas. Cuando fue advertido de inmediato por un amigo del radicalismo vinculado a Hipólito Solari Yrigoyen, el título no dura un día, rápidamente pasa a llamarse ‘Contraataque’, para luego terminar como ‘Tanguedia 3’ e incluida, para extremar la paradoja, en el filme de Pino Solanas, ‘El exilio de Gardel’“, señaló hace un año el investigador Carlos Kuri.
Pero fue entre el rock y la canción popular donde la guerra y sus esquirlas calaron más hondamente y dejaron varias piezas de impacto que abrevaron en la cuestión y también volaron más lejos de la coyuntura.
León Gieco con el himno pacifista “Sólo le pido a Dios” -que trascendió largamente las fronteras en la voz de Mercedes Sosa- y Charly García con el irónico “No bombardeen Buenos Aires“, regalaron dos obras paridas en el contexto malvinense aunque capaces de sostenerse en el tiempo como alegato y por sus valores artísticos.
Si de tono burlón acerca de la guerra impulsada por el régimen dictatorial se trata, descuella nítidamente “El banquete” al que aludió Virus en su segundo disco “Recrudece” tras haberse negado a participar de “Mucho rock por algo de paz”, uno de los tantos festivales realizados en ese tiempo.
Dentro de ese cancionero amasado entre los avatares de la dictadura, la guerra y la derrota en el plano militar, hay un vasto muestrario capaz de albergar distintas posiciones estéticas e ideológicas.
A tono con el momento y como testimonio cabal de esos sentimientos en pugna se inscribió “Reina Madre“, donde Raúl Porchetto se pone en la piel de un soldado inglés preguntándose por el sentido del enfrentamiento aunque sin dejar de aludir a un territorio “tan lejos de casa”.
En su placa debut de 1988, el grupo Rata Blanca hizo su balance en “Gente del sur“, mientras que Los Violadores entregó una rabiosa y urgente crítica en “Comunicado Nº 166″, uno de los hitos plasmados en “¿Y ahora qué pasa, eh?”, su segundo álbum fechado en 1985.
La posición de los excombatientes -contemporáneos de la mayoría de los artistas que les dedicaron canciones- aparece con distintos ribetes en “2 de abril“, de Attaque 77, y también en “El visitante“, de Almafuerte.
Desde Rosario y de la mano de integrantes de la denominada Trova que gozó del espaldarazo a la música nacional que otorgó la prohibición de difundir canciones en inglés durante el conflicto, también alumbraron documentos de enorme valor.
En 1983 para su tercera placa “Baglietto“, el intérprete incluyó “Amor en otras palabras”, una creación con texto de Rafael Bielsa y música de Alberto Callaci, que rescataba la asunción de ese llamado a la lucha.
Tomándose su tiempo para procesarlo y plasmarlo, el artista Fito Páez abordó el asunto desde la perspectiva de una víctima de la contienda en “La casa desaparecida” (registrado en “Abre”, de 1999) y también en “La canción del Soldado y Rosita Pazos” (que fue parte de “Yo te amo”, disco de 2013).
Mientras que Adrián Abonizio publicó en 2000, como parte de “Todo es humo”, un alegato tan valiente como doloroso y original al poner en paralelo las historias de un soldado y de su amada prostituta y de cómo cada quién libró sus batallas contra el opresor de turno.
Por Sergio Arboleya (Télam)
Redacción
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