El viernes 4 de enero de 1952, Alberto Granado (29) y Ernesto Guevara de la Serna (23) iniciaron un viaje a través de cinco países (Argentina, Chile, Perú, Colombia y Venezuela). Ambos conocieron de cerca el rostro de la pobreza y de los marginados, con un punto cúlmine en el leprosario de San Pablo de Loreto, en la selva amazónica.
El 4 de enero pero de 1952, dos jóvenes amigos iniciaban la aventura de un viaje que los cambiaría para siempre. El biólogo cordobés Alberto Granado, de 29 años, y el rosarino Ernesto Guevara de la Serna, de solo 23, que estaba a tres materias de ser médico.
Ese viaje se conocería casi al detalle porque el mismo Guevara lo describiría en su libro “Notas de Viaje”, que más adelante cambiarían su nombre a “Diarios de Motocicleta”, como la película dirigida por Walter Salles y protagonizada por Gael García Bernal y Rodrigo de la Serna, estrenada en 2004.
“El personaje que escribió estas notas murió al pisar de nuevo tierra argentina. El que las ordena y pule yo, no soy yo, por lo menos no soy el mismo yo interior. Ese vagar sin rumbo por nuestra ‘Mayúscula América’ me ha cambiado más de lo que creí”, señaló Ernesto Guevara en su texto.
Desde hacía un tiempo, venía planificando este gran viaje atravesando América en la moto Norton 500 modelo 1939 que su amigo Granado había comprado bastante usada en 1947 y que siempre estaban reparando.
Partieron de la Ciudad de Buenos Aires el 4 de enero de 1952. Llegaron a Villa Gesell dos días después donde pasaron una semana. De ahí, enfilarían hacia el sur hasta Bariloche, adonde terminaría la parte argentina del recorrido. Ya se habían caído algunas veces (la cantidad de bártulos modificaba el centro de gravedad de la moto) y habían tenido que hacer varias reparaciones a La Poderosa II.
A partir de aquí, Ernesto fue descubriendo a través de la Chile indígena, esa América profunda y empobrecida armada para beneficio de unos pocos. Sintetizaría el panorama político a través de cuatro aspirantes a la presidencia: un militar retirado con tendencias dictatoriales, un político “amigo de los americanos”, un candidato de la derecha “que cuenta con el apoyo de todos los sectores reaccionarios” y, finalmente, Salvador Allende “candidato del Frente del Pueblo”, a quien le inhibieron 40.000 votantes por estar afiliados al partido comunista.
Desde Peulla -cerca de Bariloche- empezaron a trepar por Chile hacia el norte. Para entonces, obviamente, La Poderosa II había cruzado más caminos de ripio que de asfalto.
En Temuco, mientras dejaban la moto en un mecánico, fueron al diario Austral donde les publicaron una nota con su foto bajo el título: “Dos expertos argentinos en leprología recorren Sudamerica en motocicleta”. Y agregaban: “Están en Temuco y desean visitar Rapa-nui”.
Ernesto escribiría en su diario que “ya no éramos un par de vagos más o menos simpáticos con una moto a la rastra, no; éramos LOS EXPERTOS, y como tales se nos trataba”.
En cada pueblo, visitaban hospitales y hablaban con médicos y pacientes. Buscaban casa y comida a través de contactos o en dependencias del Estado como comisarías, cuarteles de bomberos, hospitales o casas de guardabosques. El artículo les ayudaba. El dinero que ganaban lo gastaban en reparaciones.
Cada vez que podía, Ernesto aprovechaba para conocer la realidad de los pobladores de primera mano, leer y tomar notas. En la ciudad chilena Los Ángeles debieron dejar la moto a la que ya habían cambiado el nombre por uno más acorde “La Debilucha”.
Sobre su experiencia en ese país, Ernesto anotaría (tal vez) su mayor lección: la que “enseñan los cementerios de las minas, aún conteniendo solo una pequeña parte de la inmensa cantidad de gente devorada por los derrumbes, el sílice y el clima infernal de la montaña”.
Recordaría con sorpresa el panorama general de la sanidad chilena: “Deja mucho que desear (después supe que era muy superior a la de otros países que fui conociendo)”. Descubriría también las graves desigualdades sociales del capitalismo, “verdaderos monumentos al robo legal, en la mina de Chuquicamata los obreros accidentados o enfermos gozan de asistencia médica y socorro hospitalario por la suma de cinco escudos diarios, pero los internados ajenos a la planta pagan entre 300 y 500 diarios”.
Cruzaron a Perú, entrando por Tacna y subieron hasta Puno, adonde navegaron por el lago Titicaca. Cuzco y Machu Picchu les hizo reflexionar sobre la historia de Latinoamérica y la invasión colonial. Ernesto escribió allí una nota con sus reflexiones que se publicó en exclusiva, en el diario local Siete.
Para olvidar el hambre, tirados en el pasto al borde de un arroyo, se detenían “a ver los cielos cambiantes del atardecer soñando con imágenes idas de pasados amoríos o tal vez, viendo en cada nube la tentadora versión de una comida cualquiera”.
Pasaron por distintas ciudades y pueblos peruanos hasta Lima, adonde estarian 17 días junto al doctor Hugo Pesce Pescetto, eminente leprólogo, mentor de Ernesto, que los guió en su formación y asistió con techo, comida, ropa y movilidad.
Luego, llegaron en camión y en barco a otras ciudades por el Amazonas, antes de arribar al leprosario de San Pablo de Loreto, punto medular de su experiencia. A 1.100 kilómetros de Lima y en el limite entre Perú, Colombia y Brasil, era un lugar creado en 1926 para recluir a enfermos de lepra al que, recién en 1948, grupos religiosos llevaron personal y docentes para darles un trato más humano.
En este leprosario enclavado en la selva amazónica, atendieron a varios pacientes y estudiaban con los médicos, pero también pescaban en el río y jugaban al fútbol con los enfermos. Recordarían por siempre el agradecimiento de los enfermos aislados al puente afectivo que tendieron y que superaba los miedos y el desprecio.
“Por la noche, una comisión de enfermos de la colonia vino a darnos una serenata homenaje, en la que abundó la música autóctona, cantada por un ciego; la orquesta la integraban un flautista, un guitarrero y un bandoneonista que no tenía casi dedos del lado sano, lo ayudaban con un saxofón, una guitarra y un chillador. Después vino la parte discursiva en donde cuatro enfermos por turno elaboraron como pudieron sus discursos”.
El viaje continuaría en una balsa construida allí mismo y a la que nombrarían “Mambo-Tango”. De aquello, Guevara apuntó: “Soltaron amarras los enfermos y el cargamento se fue alejando de la costa al compás de un valsecito y con la tenue luz de las linternas dando un aspecto fantasmagórico a la gente”.
Ingresaron primero a Colombia y luego a Venezuela, visitando varios pueblos antes de llegar a Caracas, adonde a Granado lo retuvo un trabajo mientras Ernesto tomó un avión a Miami.
Al regresar, Ernesto se graduó de médico y casi inmediatamente se embarcó en un segundo viaje por América latina que incluiría Bolivia, Perú, Ecuador, Panamá, Costa Rica, Guatemala y México.
En este último país se sumaría a un grupo de revolucionarios cubanos dirigidos por Fidel Castro que le darían su famoso apodo. Planeaban liberar Cuba y el mundo.
Por Felipe Deslarmes para TÉLAM
Ilustración: Osvaldo Révora
Redacción
Cooperativa de Comunicación Popular Al Margen