El 10 de septiembre es el día internacional de la prevención del suicidio. Conversamos con Natalia Zemp, médica especialista en adolescentes y coordinadora de Adolescencias del ministerio de Salud de Río Negro ante el incremento de esta problemática en nuestra ciudad.
“Mirá con todos los muertos que hubo, que todo el mundo hizo oídos sordos. Nadie hizo nada. Y no sabés por qué hicieron eso. Y sin embargo se dijo de todo. Que la droga, que esto, que lo otro, pero es inexplicable. Eran buenos pibes. Después fueron diciendo cosas que no eran, inventando”, comenta un entrevistado en la crónica escrita sobre una serie de suicidios en la ciudad de Las Heras -Santa Cruz- al borde del cambio del milenio. [1]
En Argentina el suicidio es la segunda causa de muerte en las adolescencias. En los últimos años hubo un incremento en las estadísticas de situaciones de suicidio no solo en nuestro país sino también a nivel mundial. En Río Negro y en Bariloche se verifica esta tendencia.
Natalia Zemp habla del misterio alrededor del suicidio. Este hecho deja más interrogantes que certezas y tiene que ver con un sufrimiento insoportable. La persona no decide morirse -explica la médica-, no es un acto de la voluntad el morir, sino que ese chico o chica no quiere seguir viviendo en esas condiciones. Encuentra esa salida -a veces planificada o partir de un impulso intempestivo- y resuelve de ese modo. Pero la persona no elige dejar de existir sino que no quiere perpetuar ese gran dolor psíquico.
La pandemia no es un factor determinante de esta situación, sin embargo se evidencia un impacto en la salud emocional de las adolescencias. La suspensión de ciertos factores protectores -señala la especialista- como la presencialidad escolar y el intercambio con su grupo de pares agravó los padecimientos de depresión, angustia y ansiedad, sumado a la gran incertidumbre en relación al futuro. Además la estigmatización de los jóvenes en relación a los cuidados, haciéndoles responsables por el aumento de los contagios, no colaboró con su autoestima.
En el 2019 en nuestra ciudad hubo intentos de muerte y suicidios consumados. La comunidad afectada se propuso escuchar a sus pibes y pibas. Se creó un espacio de intercambio entre docentes y referentes de instituciones barriales y las juventudes. En ese encuentro los y las adolescentes fueron claros en sus necesidades e inquietudes. Cuestionaron el modo adultocéntrico en que se los mira. Pidieron a los y las docentes que los escuchen sin prejuicios pero sin quitarle importancia a lo que dicen ni tampoco que los equiparen a una conversación adulta. Expresaron la necesidad de que la contención adulta esté presente y que los y las docentes se capaciten sobre esta temática.
En el 2020, en Río Negro se creó la mesa intersectorial INTERSUI para abordar esta problemática desde la prevención, asistencia y posvención ante los hechos consumados. Esta mesa está conformada por los ministerios de Salud, Educación, Seguridad y Desarrollo Social junto a la Secretaría de Niñez, Adolescencia y Familia (SENAF) y la Agencia para la Prevención y Asistencia ante el Abuso de Sustancias y de las Adicciones (APASA). Su labor se concentra en el desarrollo de instancias de capacitación al interior de los ministerios como también se convoca a la construcción de mesas locales en aquellas comunidades afectadas por estas situaciones.
Desde la mesa intersectorial se piensa el retorno a la presencialidad escolar completa como una posibilidad para priorizar espacios de escucha y reflexión sobre todo lo que pasó en este año y medio. En especial sobre las pérdidas. Somos una sociedad que está en duelo. Hacer circular la palabra, poner nombre al dolor, hablar de la muerte sin eufemismos ni solemnidades son herramientas muy valiosas.
Hay muchos chicos y chicas que quedaron por fuera del sistema escolar en el contexto de COVID-19. En estos casos resulta indispensable tejer lazos y armar redes dentro de la comunidad. Para esto es importante fortalecer los espacios compartidos como los centros barriales, las iglesias, los clubes de barrio, las juntas vecinales, para que puedan alojar las voces y las necesidades de las juventudes. Sí sabemos -dice Natalia Zemp- que cuando se les proponen pautas claras, las cumplen, y cuando se ofrecen espacios de participación, los toman. Nadie mejor que ellos para dar cuenta de lo que necesitan.
El suicidio se encuadra dentro de las violencias. Cuando esta decisión se desencadena, muchas de las víctimas ya vienen transitando situaciones de violencias -abusos, violencias de género -bullying -grooming -consumos-. Hay ciertos indicios que desde el mundo adulto podemos estar atentos: si modifica sus rutinas, si pasa mucho tiempo aislado, si presenta cambios en su estado de ánimo. El repliegue de una persona no lo lleva necesariamente a cometer este acto, deben existir patologías de base o contextos que lo predisponen.
La muerte por suicidio -indica la especialista- siempre genera preguntas: ¿Qué pude haber hecho?, ¿Qué fue lo que no vi? y trae culpas. Pero esta problemática es muy compleja, no hay una sola causa que lleva a este final sino muchas que interactúan en distintos órdenes: individual, familiar, social y comunitario.
Ante una situación de extrema gravedad es necesario llamar al 911 – esta línea es la que ordena la atención en la urgencia-. En el momento de la ideación suicida, ante las siguientes frases de alarma como “Estaría mejor si no estoy”, “No quiero más vivir así, lo recomendable es recurrir a un profesional o acercarse a la guardia activa (24 horas) de salud mental del Hospital Zonal. En casos de angustia o desesperanza -que pueden ser detectados en la escuela o en el grupo de pares-, la sola escucha atenta resulta de gran ayuda, el estar ahí acompañando el proceso, que la persona vulnerable sepa que no está solo transitando el sufrimiento.
Se calcula que un suicidio -indica Natalia Zemp- afecta alrededor de cuarenta personas. La familia, las amistades, la escuela, el barrio quedan desestabilizados ante este acto disruptivo. Es disruptivo porque se piensa que se podría haber evitado. La tarea de posvención genera una intervención sobre los allegados. Se realiza un trabajo con la comunidad educativa para que pueda alojar ese sufrimiento colectivo, para abrir canales de escucha que puedan resignificar esa situación y despedir a la persona.
Resulta imprescindible hablar, investigar, conocer, dar a comunicar datos sobre el suicidio en adolescencias para sacarlo del oscurantismo y así poder pensar esta problemática como comunidad. Se trata de construir una red social que teja estrategias desde el Ministerio de Salud, Desarrollo Social, Educación junto a las organizaciones territoriales para contener esta urgencia.
[1] Guerriero, Leila (2005). Los suicidas del fin del mundo. Tusquets Editores: C.A.B.A.
Por Vero Battaglia
Cooperativa de Comunicación Popular Al Margen