Del 1 al 7 de agosto se celebra en todo el mundo la semana de la lactancia humana. Este año el lema es “Proteger la lactancia materna: Una responsabilidad compartida”. Con esta frase se define que la lactancia es una tarea de cuidado y como tal un trabajo que involucra a todxs: mujeres, varones, comunidad y estado.
Desde siempre se consideró a la mujer como la cuidadora natural. Hoy sabemos que esto es resultado de una distribución desigual que confinó a la mujer al ámbito doméstico y le asignó las tareas de cuidado. De todos modos, esta responsabilidad sigue estando a cargo de mujeres, aun cuando además realizan tareas remuneradas fuera del hogar, lo que se conoce como la doble jornada laboral. Es por esto que se torna imperioso jerarquizar las tareas de cuidado y redistribuirlas de forma más justa.
La lactancia es un bien público del que se beneficia toda la sociedad. En Noruega, por ejemplo, se reconoce el valor monetario de la lactancia y se lo contabiliza dentro del producto bruto interno de ese país. Para las personas que elijan dar el pecho es necesario que existan entornos favorables: apoyo familiar, espacios para la lactancia, políticas públicas que pongan en valor este trabajo.
Hablar de responsabilidad compartida en lactancia es poner en el centro de la escena que cuidar es tarea de todxs. Por ejemplo, que las licencias por maternidad no solo contemplen a la persona que amamanta sino también a su compañero o compañera, para que pueda acompañar y sostener desde otro lugar este “cuerpo a cuerpo” que supone la lactancia.
Natalia Alvear y Laura Arcuri son facilitadoras del Programa Primera Infancia -programa nacional que se dedica a acompañar a las familias en la crianza-. Natalia cuenta que la licencia de su compañero fue solo de dos días y que coincidieron con el tiempo que estuvo atendida en el hospital. Laura, además trabaja para una cooperativa que establece tres meses de licencia por maternidad. Ella misma colaboró en la redacción del reglamento interno. Pero recién cuando tuvo a su primer bebé se dio cuenta lo importante que es ese primer tiempo de vida del recién nacidx. “La pandemia -dice- nos encontró a mi compañero y a mí en casa con un bebé. Fue clave tener a alguien que se ocupe de las compras, la comida, la limpieza para poder estar tranquila con mi bebé. Tener esas cosas resueltas hace que haya menos tensión y más espacio para el disfrute”. En otra situación, su compañero hubiera tenido solo dos días de licencia.
Para lograr igualdad del derecho al cuidado, es imprescindible redistribuir esta tarea de forma equitativa y a la vez diferencial. Esto significa que todos tenemos derecho a cuidar y ser cuidados pero no todos cuidamos, ni necesitamos ser cuidados del mismo modo. Para Natalia, hija de panaderos, es fundamental que siempre haya pan en la casa. “Si la lactancia fuera compartida -dice-, la vecina o el vecino que sale a hacer las compras, pasaría por mi casa y me preguntaría si necesito pan, por ejemplo.” Para Laura que alguien le alcance un vaso de agua o un almohadón para su espalda -sin que lo pida- pone en evidencia que la responsabilidad de alimentar al niñx no recae solo en ella. El cuidado es estar disponible para otro. Estar disponible para resolver las tareas de la casa y también para reconocer y acompañar emocionalmente esta labor. Esto solo puede ser posbile con políticas públicas que promuevan y pongan en valor la tarea de amamantar.
El trabajo tiende a mecanizarse cada vez más en la sociedad contemporánea, pero cuidar es una práctica artesanal que no puede reemplazarse por un robot. No puede ser automatizada porque atiende a lo sutil y singular, a lo que ocurre en el instante. Revela presencia, una disposición afectiva, gestos casi imperceptibles que sostienen esta gran tarea compartida de la crianza, donde se construyen los primeros lazos de solidaridad para una sociedad más igualitaria.
Por Mayra Siegman y Verónica Battaglia
Cooperativa de Comunicación Popular Al Margen