El sociólogo barilochense Sebastián Fonseca acaba de publicar La ilusión masculina, un libro que reúne reflexiones críticas sobre hechos de su vida que constituyen el modelo clásico de masculinidad.
“La ilusión masculina” (Editorial Chirimbote) es un libro que busca interpelar a los varones que no se sienten representados por el modelo hegemónico de masculinidad ni asimismo por los discursos del feminismo.
Explica, también, cómo la violencia machista configura las relaciones de poder (incluso las relaciones materiales). Y se pregunta si podemos pensar un proyecto político diferente.
Su autor, Sebastián Fonseca, vive en Bariloche, es sociólogo y docente, fundador e integrante del Centro de Estudios de Masculinidades en la Universidad de Comahue.
– ¿Qué vamos a encontrar en La ilusión masculina?
– La idea fue contar la revisión crítica de experiencias de mi biografía, desde una perspectiva con ciertas lecturas feministas incorporadas, y la idea también fue descubrir situaciones y analizar recuerdos, para dar cuenta de un cambio en las relaciones humanas. Hay un registro intimista que intenta ser amigable y confesional, y que intenta que el lector experimente la sensación de estar hablando con alguien de confianza en un bar. Lo hago desde mi lugar interseccional de varón cis heterosexual blanco de clase media urbana sin discapacidad, no desde un banquito, porque a la deconstrucción no se llega desde una plataforma de claridad sino mediante un proceso de autocrítica y reflexión.
– Te proponés entonces contribuir al proceso de deconstrucción masculina.
– El libro se propone ser un artefacto comunicacional, una herramienta de difusión para aquellos varones que se sienten incomodados con las propuestas del modelo clásico de masculinidad, pero al mismo tiempo no se sienten interpelados por los discursos del feminismo.
– Contame un hecho de tu vida en el que podamos vernos reflejados.
– En un viaje de estudio a Misiones, compañeras de curso lavaban ropa en las piletas del complejo donde estábamos alojados, y se me ocurrió aprovechar el momento para acercarles mis zapatillas algo sucias. Entonces le pedí a una de ellas -con la que menos relación tenía- ese favor y se negó, obviamente. Para mí fue una sorpresa, una sensación que comparto en el libro, y cuento cómo el machismo nos hace andar por la vida con una serie de supuestos desacertados. Algo significativo fue darme cuenta de que esta formación que nos propone la masculinidad mayoritaria y clásica, conforma un programa educativo que te lleva a hablar desde un banquito y a opinar sobre la vida de las demás personas sin entablar un diálogo verdadero con ellas.
– Hablemos de la violencia como instrumento de coerción para el mantenimiento de privilegios.
– A los varones se nos educa tradicionalmente para ejercer el poder, y esa meta justifica distintos tipos de violencia. Decir violencia y violencia patriarcal es lo mismo. ¿Cuándo se usa la violencia o se amenaza con usarla? Justamente, cuando se trata de mantener el poder. ¿Y quién tiene el poder social, económica y culturalmente? Mayoritariamente los varones cis heterosexuales blancos, quienes ocupamos los lugares más privilegiados en la configuración de las relaciones de poder.
– Lucho Fabbri menciona en el prólogo la costumbre masculina de alardear ante lo que él denomina la “manada” y todo lo que hay alrededor de eso: competencia, frustración, humillación. ¿Querés explicarlo?
– Los varones nos formamos en género utilizando la violencia como principal vía de comunicación. Buscamos la aprobación de otros varones a quienes estimamos o admiramos, sin importar si nos tratan bien o mal. Nos constituimos a partir de una triple negación: no ser nena, no ser maricón, no ser infantil. En esa triple negación, nos constituimos mostrando la fuerza, la rudeza, la agresividad.
– En un momento te preguntas si podemos pensar un proyecto político diferente al que ya nos otorga el ejercicio del poder. ¿No creés que ya hay uno en marcha, protagonizado por los jóvenes?
– Las juventudes tienen el panorama mucho más claro, tienen más información acerca del futuro que los que estamos en la mitad de la vida. En mi trabajo en escuelas secundarias, he notado mucha apertura mental con perspectiva de género con los más jóvenes de primero, segundo y tercer año. Con grupos de cuarto y quinto, observé la transición del ciclo infanto juvenil al de la vida adulta. ¿Pero qué vida adulta? La vida adulta que tienen como referencia más cercana, y que en términos generales se maneja de manera machista y con códigos patriarcales, reacia a abordar estos temas. No todos los chicos, pero una mayoría, o una minoría intensa, empieza a apropiarse de estos códigos del mundo adulto y echan mano a lo que tienen más cerca. Entonces, es muy importante que las instituciones presten atención y fortalezcan herramientas como la ESI, porque muchos y muchas profes prefieren no involucrarse, a veces por temor a padres y madres. No quieren tener lío.
Por Pablo Bassi
Cooperativa de Comunicación Popular Al Margen