La revolución de mayo es un hito de los más emblemáticos y también de los más romantizados de nuestra historia nacional ¿quién no fue pintado con corcho quemado o repartió escarapelas emulando a French y Beruti, en algún acto escolar? Sin embargo, más allá de lo anecdótico de esos actos, la revolución de mayo significó la consagración del primer gobierno nacional sobre el poder colonial. Para que ello sea posible fue necesaria la participación de un actor esencial, el pueblo, inaugurando de esta manera una larga tradición de participación popular en la vida política de la Argentina.
La semana de mayo da lugar al comienzo de un proceso que algunos historiadores llaman “la década revolucionaria”, un período atravesado por disputas externas e internas, que hicieron que el camino de la independencia y la organización nacional no sea nada sencillo. En este proceso, las clases populares tuvieron un rol muy importante. Ya sea desde la organización en milicias urbanas o su movilización para exigir un cabildo abierto, los sectores menos favorecidos de la sociedad jugaron un papel protagónico y fundamental en la conformación del país que comenzaba a formarse. Mientras que desde los sectores más acomodados de la sociedad porteña el interés estaba puesto en las posibilidades que les daría formar un gobierno propio o el temor a perder sus privilegios de clase, en el bajo pueblo se vislumbraba la posibilidad de hacer de éste un lugar un poco más justo.
Aquella histórica semana de mayo de 1810 los revolucionarios criollos lograron destituir al virrey Cisneros y conformaron la primera junta de gobierno, compuesta por nueve decentes ciudadanos de la ciudad. Pero para lograr su cometido, los revolucionarios tuvieron que apelar a distintos recursos que le dieran el sustento necesario para hacerlo, y uno de esos recursos fue la movilización de distintos sectores sociales. Es así, que aquel 21 de mayo de 1810 aproximadamente un millar de habitantes de la ciudad de Buenos Aires se reunieron en la Plaza de la Victoria exigiendo la realización de un cabildo abierto. Esa presión popular obligó a las autoridades coloniales a convocarlo para el día siguiente, aunque sólo aquellos vecinos considerados “la parte principal y más sana” fueron invitados a participar de él, es decir, sólo el 1% de los habitantes de la ciudad. Por aquellos días, la concepción de pueblo era bastante más acotada que la actual y los derechos cívicos sólo pertenecían a caballeros de las familias más encumbradas de la sociedad. Sin embargo, esa limitación no alcanzó para detener la embestida de la ola revolucionaria que terminaría consagrando al primer gobierno patrio ese 25 de mayo.
Por otro lado, los dirigentes revolucionarios sabían que la adhesión popular a la causa era una necesidad para legitimar y fortalecer al nuevo gobierno. Por ello, los oficiales de las milicias, el clero, los alcaldes de los barrios y vecinos destacados, tuvieron una función significativa en la búsqueda de apoyo. Por su parte, los revolucionarios mas radicales, como Castelli y Moreno, creían genuinamente en la inclusión y emancipación de los sectores populares, lo que también generaba un fuerte apoyo de parte de éstos. Fue el propio Castelli quién habló de “igualdad de derechos ciudadanos” para los indios, llevando el discurso igualitarista de la revolución a uno de sus puntos más altos. Mientras que por su parte, los sectores más moderados veían estas acciones con recelo y desconfianza, ya que no querían cambios profundos en el orden social existente, sino mantener y afianzar sus posiciones de privilegio.
Un viejo dicho sobre la historia dice que es importante conocer el pasado para comprender el presente y construir el futuro. Sin duda, el pasado nos enseña que los grandes cambios sociales pudieron llevarse adelante debido a la participación y el sacrificio de las clases populares. Pero también nos muestran que esos cambios no necesariamente respondieron a una necesidad de esos sectores, sino mas bien a los intereses de otros sectores mas acomodados. Para ejemplificarlo, alcanza con mencionar que durante la década revolucionaria, los ejércitos nacionales y realistas se enfrentaron en innumerables batallas a lo largo y ancho del continente, pero paradójicamente, ambos ejércitos estaban compuestos en su mayoría por americanos de clases populares, que por diversos motivos defendían a uno u otro bando. Fueron las clases populares las que engrosaron y combatieron en las filas de los ejércitos, las que trabajaron a destajo en el campo y las ciudades, en fin, las que construyeron a sudor y sangre la historia.
Por su parte, el historiador Gabriel Di Meglio afirma que donde su participación fue significativa, las clases populares encontraron una oportunidad para desafiar el orden existente. En este sentido, queda claro que la organización social es un elemento fundamental para la construcción de una realidad superadora, más inclusiva y realmente democrática. Resulta necesario analizar la importancia de la participación popular tanto en la revolución de mayo, como en todos los grandes cambios sociales a lo largo de nuestra historia, ya que se han hecho profundos esfuerzos por borrar o socavar su relevancia. Existe una deuda histórica con los pobres, marginados, mujeres y esclavos que lucharon y dejaron su vida en pos de un proyecto que, en muchos casos, no los incluía realmente.
Hoy, 211 años después de aquel 1810, en el marco de una crisis sanitaria inédita siguen siendo los sectores populares los que sostienen un sistema que muchas veces los sigue excluyendo. Nuestro país tiene una larga tradición de lucha, logrando conquistar derechos inéditos por estas latitudes. Como ha demostrado la historia, sólo a través de la unidad y la organización de estos sectores se pueden lograr los cambios necesarios en el orden social, para que la realidad sea un poco más justa y podamos hablar de una verdadera revolución popular. Cuando los de abajo se mueven, los de arriba caen… o al menos tiemblan.
Por Rubén Lagras
Foto portada: Euge Neme
Cooperativa de Comunicación Popular Al Margen