Unos 60 varones se reunieron a debatir en Bariloche sobre su rol en la violencia contra las mujeres y accionar en consecuencia. La convocatoria, un documento elaborado colectivamente a través de un grupo de whatsapp, decía determinante: “No somos parte del problema, somos el problema”.
El punto de encuentro fue el anfiteatro de Moreno y Villegas. Se leyó el documento y, con un listado de temas, se pusieron a trabajar en grupos. Lo primero fue la urgencia, la violencia, los femicidios, la impotencia, el rol de los varones en las redes de complicidad o de silencio. Luego la necesidad de hablar, de diferenciarse y construir algo nuevo. Se charló sin perder el eje de lo concreto: “No podemos deconstruirnos a costa del tiempo de nuestras compañeras. La próxima traigamos a nuestros hijes acá y nos organizamos para cuidarles” propuso Hernán.
El femicidio de Guadalupe Curual en Villa la Angostura, el 23 de febrero, fue el detonante. Los femicidios no son cosa de mujeres, son producto de que los hombres nos creamos dueños de la vida de las mujeres. Esa cultura que permite pensar que los hombres pueden ejercer violencia, una cultura que cría machitos con derecho al control, que cuando lo pierden se aterrorizan, y desde ese miedo violentan, violentamos. De muchas maneras, porque no siempre la violencia es física.
Conocidos y desconocidos desde 18 a 90 años, pero con una marcada franja de 30 a 45 años, se sentaron en el pasto a reflexionar con palabras nuevas, con expresiones y análisis que conjugaron estructuras jurídicas con sentimientos y experiencias personales. “Quizás, -decía Fabiolo- son las herramientas que nos da el feminismo, para expresar lo que sentimos junto a lo que pensamos”.
Algo se supo con claridad: La violencia más dura está atada a formas de relacionarnos entre varones y mujeres, a privilegios de los hombres en esa relación y a exigencias que pesan sobre los varones como patrones de comportamiento, roles que cumplir en cada momento y lugar, cosas que aguantar.
“¿Qué es ser varón?” era una pregunta que circuló por los grupos. ¿Una cuestión biológica o una construcción social? El ejemplo era fácil: Una importante mayoría promedia los 35-45 años y tiene hijes. ¿Se reirían con sus hijes de “Los bañeros más locos del mundo” o cualquier película de Porcel de la misma manera que hace 30 años lo hacían nuestros padres? Al menos mediaría una explicación, no? ¿Le mostrarían así como si nada esas películas a sus hijas, a sabiendas que eso las construye como futuras mujeres? Algunos por supuesto sí, pero una gran mayoría al menos lo pensaría bastante. Eso habla de un cambio cultural y de posibilidades de nuevas formas de ser varón.
Pero no sólo la violencia hace a la cultura masculina. El que tantas tareas se vean como “cosas de mujeres” y los varones nos desentendamos, también es violento. La reproducción, la crianza, el cuidado, la limpieza, se han constituído como cosas femeninas y no remuneradas. Así mientras la mujer “debe” cumplir con esas tareas, el hombre se dedica a la “producción posta” y tiene tiempo para crecer profesionalmente en algunos casos, o salir con sus amigos.
“No digamos más `te ayudo a lavar los platos´, porque suena a hacerles un favor y es nuestra responsabilidad también” dijo un trabajador de la salud que recordaba que de chico se acostumbró a mirar la tele después de comer, mientras su hermana levantaba la mesa. Los micromachismos se expusieron con valentía, a veces con el pudor de saber que todavía metemos más peso en la balanza.
“No todo es privilegio -señaló Denis-, el varón hegemónico no puede expresar sentimientos, tiene que mostrarse siempre fuerte, y se pierde de muchas cosas, incluso de cuidar su salud”. Discutir otras formas de ser varones es, además de cambiar nuestra relación desigual con las mujeres, permitirnos otras sensibilidades, el goce del cuerpo más allá de la fuerza, disfrutar de la paternidad en todas sus instancias y por ello, construir una sociedad más justa.
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Por Fabián Viegas Barriga
Cooperativa de Comunicación Popular Al Margen