La construcción del primer teatro público va a cambiar el paisaje de Bariloche. Esta nota recorre los pasos posibles para que un punto en un mapa se convierta en un lugar de referencia de nuestra cultura.
Como todo lugar de peregrinación, hay que llegar hasta allí. Se lo va a ver de lejos, desde diferentes puntos de la ciudad, pero es necesario alejarse unas cuadras del centro cívico y subir la cuesta del pasaje Gutiérrez, una ladera larga que llega hasta El Alto. Entre esas dos zonas: un intervalo, una posibilidad de espectar los mitos que se entrelazan con la vida misma.
La fundación del teatro
Dentro del jardín botánico -una zona de árboles nativos colonizados por la retama- y delante de una estructura de hormigón abandonada conocida como “el elefante blanco”, recomienza la obra de la primera sala pública para los barilochenses.
La construcción se inicia en el 2015. El INT -Instituto Nacional del Teatro- propone hacer un teatro en nuestra ciudad. La intendenta María Eugenia Martini y el secretario de cultura Rubén Fernández aprueban el proyecto. El municipio aporta el terreno donde está el elefante blanco -un centro de convenciones inconcluso planeado por los militares-. El proyecto de los arquitectos María Feudal y Mariano Szczygiel gana el concurso regional. Problemas de drenaje y cuestiones electorales demoran la obra. En el 2016 se levanta la platea, pero es necesario recalcular el presupuesto. En diciembre el convenio cae por la falta de fondos correspondientes al municipio.
En diciembre 2020, cambian las autoridades nacionales del INT. El representante de Río Negro, Héctor Segura, junto a la Asociación Civil Teatrantes -creada a partir del impulso de una posible sala del pueblo- reavivan el proyecto. Se firma un nuevo convenio: el municipio cede el terreno en comodato por 40 años, el INT se hace cargo del cien por ciento del financiamiento (22 millones de pesos) y Teatrantes se compromete a hacer realidad el teatro. Esta articulación entre los tres actantes es inédita en la historia del teatro argentino.
La obra de las obras
Se calcula que en 8 meses la carcasa del teatro se va a recortar sobre la geografía de Bariloche. Un cubo marrón gigante de hierro y chapa negra delante del elefante blanco.
‘El proyecto partió de un concurso de croquis preliminares -nos cuenta la arquitecta María Feudal-. Se destaca del paisaje por su geometría y materialidad para que se alcance a ver desde diferentes puntos de la ciudad. Sobre los muros de la antigua edificación se apoya la caja de la sala de forma que se lea la estructura existente diferenciada de la intervención.”
A través de un patio cubierto se accede a la entrada. En la planta baja: un hall de exposiciones, una confitería, la boletería, las oficinas del INT y de la comisión coordinadora. Por una rampa se llega a la segunda planta: una sala para 300 espectadores con un diseño no convencional que permite distintas alternativas de distribución del escenario y del público, con gradas retráctiles para jugar con el espacio espectacular como un elemento más de la puesta en escena y un equipamiento técnico de avanzada.
La sala todavía no tiene nombre. En su primera fundación se llamó Teatro de la Independencia. Ahora se lo nombra -transitoriamente- como el teatro de Bariloche. Cuando se esté próximo a abrir sus puertas se va a hacer un concurso para bautizarla.
Nuevos rituales
Las grandes audiencias circulan por formatos audiovisuales. El teatro ahora -según el dramaturgo Mauricio Kartun- se dedica a ser lo que fue en su origen: un ritual. Esta sala pretende nuevos recorridos para adorar a los pequeños dioses que aún persisten en la vida cotidiana. En palabras de Kartun: “El teatro no es útil, en un sentido productivo, y es precisamente esa inutilidad la que otorga la condición de lo sagrado.”
Para que esta sala atraiga nuevos públicos se planean varias estrategias. Por un lado, los programas de formación de espectadores ofrecen una experiencia vivencial que posibilita una instancia de diálogo entre los actores, directores y los estudiantes. También están los clubes de teatro que reúne a gente para ir a ver y debatir sobre las obras. Por otro lado, se piensan proyectos compartidos con la carrera de arte dramático de la Universidad de Río Negro así como concursos, becas y festivales nacionales e internacionales.
“Nos imaginamos una sala viva –nos comenta Héctor Segura- abierta desde las 9 de la mañana hasta las 11 o 12 de la noche. Un polo de producción teatral: con gente ensayando, una programación activa para el público en general y también para escuelas e instituciones y un espacio para capacitación. El destino artístico del proyecto está íntimamente relacionado con su rol social, comunitario y cultural.”
Por Verónica Battaglia
Cooperativa de Comunicación popular Al Margen