Leonel Sauma es parte de la historia del Mountain Bike argentino. Fue campeón nacional de descenso y obtuvo cinco veces consecutivas el primer premio del Campeonato Patagónico. Esta crónica se acerca más al hombre que al campeón, cuenta sobre su habilidad para tomar las curvas del destino y salir de ellas a la mayor velocidad posible.
El domingo 14 de febrero se corrió el Open Shimano DH en el cerro Catedral. En esta décima tercera edición se abrió un nuevo circuito que lleva el nombre de Mario Ruiz -jefe de patrulla del cerro Catedral-. Desde la cima de la montaña, bajando contra reloj, Leonel Sauma -con 4 minutos 46 segundos- obtuvo la medalla en la categoría Master B2. Su hijo, Fausto, salió quinto en la categoría Menores.
Entro a la bicicletería sobre la calle Güemes. Leonel está trabajando detrás de una mesa grande con un soporte de hierro donde cuelgan llaves fijas de todos los tamaños. En una esquina de la mesa está el centrador, una herramienta clave de su oficio, algo así como una rueca. Leonel coloca allí la rueda, la ajusta, la hace girar y como un hilandero va tensando los rayos del aro. “Es un trabajo de mucha paciencia centrar una rueda -me explica-. Los rayos tienen que estar estirados para que el aro sea un círculo exacto y las líneas estén perfectas”.
A los quince años tuvo su primera bicicleta. Se la compró a un amigo, estaba rota y la arregló. Colocó un portaequipaje en su bicicleta para llevar las cosas de jardinería y todos los días pedaleaba hasta el kilómetro 12 para trabajar en los jardines de la zona. Era pesada y tenía solo 5 cambios. Había aprendido con las bicis que le prestaban los chicos del barrio La Cumbre. Hacía dos años que vivía solo, en una pequeña casa en un terreno que Primo Capraro le regaló a su abuela de crianza por los años de servicio como empleada doméstica.
En 1994 llegaron las primeras Mountain Bike a la Argentina. Bicicletas más ágiles, con ruedas chicas y anchas para poder bajar los senderos de la montaña. En pleno auge de este nuevo deporte se comenzaron a fabricar bicicletas nacionales. Tardó un año en armar su primera Mountain Bike. La compró por partes en la medida que tenía dinero. Con esta bicicleta corrió La Copa Benroth. El premio, una copa de chocolate con bombones adentro. En esa carrera competía gente ya consagrada en otros deportes de montaña: Van Ditmar, Bauman, Usandizaga, entre otros. Fue sin entrenar, solo con su rutina de trabajo. Venía ganando y en una curva se cayó. Detrás de él venía su adversario-muy pegado- y lo pasó por arriba. Salió segundo.
Después de trabajar pasaba por el taller de Ricky Zuber -reconocido ciclista de ruta de Bariloche-. Estaba hambriento por saber todo sobre las Mountain Bikes. Miraba cómo Ricky trabajaba mientras le hacía preguntas sobre las carreras en las que había participado. En la bicicletería Bike Way vio su primera GT en un catálogo: blanca y negra, como una cebra. Tenía 21 cambios. La encargó y esperó 15 días. Cuando llegó no dejó que nadie la tocara. Se llevó la caja en el colectivo y la armó solo en su casa.
Entran dos de sus hijos: Fausto y Ramón. El más grande está en Serbia -me dice- compitiendo en esquí de fondo. Fausto se va a hacer unos mandados. Ramón agarra una llave y hace que arregla una bicicleta y después despierta a los gatitos que están durmiendo en una silla de auto. Una perra flaca y atigrada se acerca y Leonel la acaricia.
“A mi segundo hijo le puse Fausto -me cuenta-, por Fausto Copi, el ídolo ciclista italiano. Tiene una foto muy famosa: en una carrera de ruta, él y su contrincante estaban escapados -adelante de todos-, su contrincante se quedó sin agua y él le compartió su botella. ¡Todo un gesto!”
Con la GT corrió el torneo La gran Catedral. En esta carrera participaron ciclistas experimentados con sponsor de famosas marcas de bicicletas. Él era el más chico de todos. El primer premio lo obtuvo un chileno que había competido en la copa del mundo con una Bianchi. El Ñoqui González corrió con una Specialized, Kiko Villaroel con una Fuji. Leonel salió quinto pero consiguió sponsor. Desde entonces llegaba en camioneta a las competencias y los chicos -que tenían casi su misma edad- le pedían autógrafos.
Con su amigo Martín Valtmijana -futuro campeón panamericano- entrenaban de lunes a lunes. En un mismo día subían el Otto y el Catedral. Gustavo León -ex corredor de ruta y profesor de educación física- los ayudó a ordenarse, les armó una rutina de práctica y de descanso y les enseñó que era importante darse un tiempo para recuperar fuerza para poder superar sus propios límites.
En el 2001 le robaron la GT. La despachó en Ezeiza pero nunca llegó a Barcelona. La meta era competir en el Campeonato del Mundo. Primero había que conseguir los puntos UCI (Unión Ciclista Internacional) necesarios para poder participar del desafío más preciado de los “mountain bikers”. Tenía que correr una carrera previa y entrar entre los 10 primeros -de 300 ciclistas- para obtener esos puntos. Participó con una bicicleta prestada y salió en el puesto 28. No pudo participar en el campeonato del Mundo, de todos modos se quedó en España, consiguió trabajo arreglando bicicletas y le fue muy bien. Después de un tiempo, extrañaba el paisaje todavía inexplorado de la Patagonia y volvió.
Descuelga unas medallas de la pared. Me acerca una con una cinta celeste y blanca y una placa de metal.Me enseña algunos recortes de diarios viejos que saca de un folio. En uno hay una foto en la que está con un casco y traje blanco, doblando a toda velocidad: el manubrio casi rozando el suelo. Y me cuenta que cuando compitió en España en el Dual Slalom Eliminator -una carrera que se corre de a dos, con saltos y curvas bien marcadas-, giró a toda velocidad, se le salieron los pies de los pedales y su adversario le ganó. Pero su premio fue el reconocimiento de los otros ciclistas que elogiaron su modo de enfrentarse a las curvas. “¡Este tío dobla como un animal!”, le dijo uno de sus contrincantes.
– ¿Qué pensás cuando estás al borde de la pendiente, a punto de lanzarte?
-Ya me hicieron esa pregunta. Te la puedo romantizar pero no es así. Es el susto ante el peligro y el alivio un instante después.
– ¿Adrenalina?
-Algunos le dicen adrenalina… ¿No me entendés, no? ¿Vos qué hacés?
-Las cosas que hago no tienen ningún riesgo.
-Para mí es sentir el susto y el alivio casi al mismo tiempo. Algo así como dominar el miedo.
Oscurece sin que me dé cuenta. Me voy, cierro la puerta de vidrio donde brillan los colores metalizados de los cuadros de las bicis. Me quedo pensando en lo último que me dijo Leonel: “La bici te remite indefectiblemente a la infancia, a los primeros logros y frustraciones, es un equilibrio entre el desafío y el miedo.”
Por Verónica Battaglia
Cooperativa de Comunicación Popular Al Margen