Caminar por las montañas patagónicas puede ser una forma de deporte, de aventura y de descubrimiento del paisaje que nos rodea. Las propuestas son infinitas, las formas de recorrerlas también. Un relato que descubre el espíritu de esta actividad bien nuestra en un paisaje privilegiado.
La cordillera de los Andes tiene un largo de 7240 km, por lo que constituye la cadena montañosa más larga de la Tierra. Los Andes forman parte de los territorios de Argentina, Bolivia, Chile, Colombia, Ecuador, Perú y Venezuela. Su altura media ronda los 4000 metros y su punto más alto es el Aconcagua, cuyos 6960 metros hacen de esta montaña la más alta del planeta fuera del sistema de los Himalayas.
Los Andes también albergan los volcanes más altos del planeta, y salvo en contadas excepciones, todavía conserva la magia de lo natural, la soledad de sus recorridos y el aire puro de la Patagonia donde lo cambiante de la vegetación muta de un bosque de ñires a cañas colihue, que dan lugar a una lenga achaparrada, que antecede a los clásicos pedreros que suelen comenzar a aparecer a partir de los 1500 metros sobre el nivel del mar.
Sin dudas un lugar mágico donde el clima cambia de repente y están conectadas zonas desérticas, como una meseta, a una selva (valdiviana) en poco más de 50 kilómetros de distancia. Hay para todos los gustos. Y aunque no se lo crea en la actualidad, aún hay zonas inexploradas, montañas sin nombre, lugares muy poco concurridos que resguardan a la naturaleza casi intacta.
En ese mar de montañas, crecemos, conocemos y caminamos todos los días. Entre sus cimas y abismos, entre sus sombras y valles tomamos perspectiva de lo que nos rodea. Y ese entorno lleno de sendas y picadas es el que caracteriza al Parque Nacional más antiguo y el segundo más grande del país: el Nahuel Huapi, esta hermosura que siempre tiene recovecos nuevos y muta de color y de forma de acuerdo a la estación del año en que la visites. Éstos son senderos con una inmensa historia, y a la vez, desconocidos por la inmensa población de nuestra región.
Relojes sin agujas, distancias verticales.
Todo es tan extraño y relativo en este rincón del mundo llamado Patagonia que la duración de un trekking no lo marcan las agujas del reloj, ni las distancias se miden en kilómetros ni metros de desniveles, sino que su duración la graban las vivencias vividas en él: las anécdotas, dificultades, incertidumbres que presenta un sendero, las señales que da el camino y las elecciones que se toman al respecto. Porque quizás, lo mejor de recorrer algunos de los 225 senderos que tiene solo nuestro Parque Nacional Nahuel Huapi es que te pone frente a vos mismo en situaciones nuevas.
Salir a caminar es poner en movimiento nuestros músculos, para dar descanso a nuestra mente, resetearla y poner “la pantalla en blanco”. Cuando viene ese caracol en zic zac que parece nunca acabar, nos concentramos en nuestra respiración, en nuestras pisadas, mientras ponemos la mirada en aquel filo que se corta en el horizonte y pensamos en los mates sanadores que allí nos tomaremos.
Creían los Mayas, que la memoria se encontraba justo detrás de las piernas, y que se necesita caminar casi como respirar, porque es una de las maneras más eficientes de pensar, de reflexionar sobre las cosas y sobre unx mismx. Esa consigna todavía hace eco en alguna parte de mi ser.
Sin embargo, una caminata no nace moviendo nuestras piernas, sino cuando comenzamos a fantasear, a saborear cada viaje. Cuando lograste congeniar esa suma de variables que por momentos parecen que nunca se alinearán: disponibilidad, compañía, horarios, condiciones climáticas, logística e imprevistos familiares o laborales de toda índole, algo que no es poca cosa.
Entonces un trekking no comienza a ser real cuando te calzas la mochila en la espalda, sino cuando abrís el mapa y empezás a imaginarte, cómo será ese sendero cuando lo transites. Porque en ese momento ya tenés la certeza que lo vas a recorrer.
Una salida a la montaña no comienza con el momento que cerrás la puerta de tu casa, sino cuando preparás la mochila y hacés esa selección de cosas que elegís llevarte. Las necesarias, lo imprescindible, diría una publicidad de chicles. Se dice que uno o una está cortado/a con la misma tijera para todas las cosas y que cada acción revela las mismas formas en las que procedemos. Armar la mochila puede ser un buen ejemplo de eso. Tenemos entre colegas de camino quien analiza el peso y la practicidad de cada objeto a cargar, y aquel que mete en la mochila lo primero que se le ocurre sin más vueltas y, sobre todo, sin pensar en su espalda. Se elige entre otras cosas, entre confort y velocidad de recorrido, como sucede con tantas otras elecciones de la vida.
Camino al andar
Sin duda, salir a caminar hace 20 o 25 años atrás por estas latitudes era mucho más aventurero y, sobre todo, tenía más sorpresas que en la actualidad. En aquellos momentos no había precisión alguna sobre el clima que iba a tocar. Tampoco tracks, comentarios de lectores en páginas especializadas o la infinidad de informaciones encontradas que acerca Youtube.
Tampoco en ese entonces había líneas telefónicas donde comunicarte en casos de emergencia, cobertura de señal de celular, ni registro de trekking alguno. Lo que funcionaba (y todavía lo sigue haciendo) es el boca a boca, la transmisión de conocimiento entre las personas, o sea escuchar y absorber las imágenes y sugerencias que brinda alguien que ya hizo una picada. ¿La laguna Cab se rodea por la izquierda o por la derecha? ¿La picada al Velco va pegada al arroyo Torrontegui? ¿El paso entre Jacob y Laguna conviene hacerlo dentro de la canaleta o sobre la roca expuesta? Son informaciones que hay que absorber como una esponja, porque nos pueden ahorrar unas cuantas horas de innecesaria caminata. Y si al regreso las coordenadas que nos dieron no fueron las correctas ya tenemos a quién echarle la culpa.
En términos futboleros los arqueros siempre dicen que para ser un buen guardameta te tienen que haber hecho 300 goles. Llevando esa moraleja a la montaña diría que para conocer bien un lugar tenés que haberte perdido y explorado (a veces es lo mismo) si es posible varias veces y por lugares diferentes. Ese recorrido, que en su momento puede parecer un sin sentido nos completa un mapa general.
Cuando se hace una travesía nueva, sobre todo por senderos no conocidos ni demasiado transitados, unx va contemplando las diversas maravillas de este rincón del mundo a la sombra de la cordillera de los Andes, y a la vez va midiendo y relevando otro tipo de informaciones necesarias: posibles lugares de acampe, miradores para sacar fotos al regreso, espejos de agua donde comer o recargar agua y energía para seguir caminando, paradas estratégicas de descanso, o cual será el lugar indicado donde abrigarse antes de quedar merced al viento patagónico. A su vez, unx proyecta tiempos hasta lugares previamente establecidos y elabora conclusiones del trecho recorrido, teniendo aún la incertidumbre del lugar preciso de pernocte. En definitiva, caminar la montaña suele tener esa característica: no saber cómo se irán desarrollando las cosas, pero teniendo la certeza de que todo es posible.
Se trata de vivir.
“Dicen que viajando se fortalece el corazón”, cantaba Litto Nebbia. Y sin ánimo de ponernos nostálgicos la manera más natural de viajar, de conocer, de mirar el mundo es caminando. Sintiendo cómo el paisaje se mueve a cada paso, a cada pulso.
No importa poner el reloj aún más temprano todavía que un día laborable, no importa que el viento supere los 40 km, ni que no hayamos conseguido a algún amigo que le de comer a nuestro gato o nos riegue las plantas, ni que ese día juegue nuestro equipo de fútbol y nos perdamos el partido.
Porque irte de campamento, pero sobre todo dormir en algún lugar remoto de la montaña, te conecta con vos mismo y a la vez nos aleja de todos los objetos materiales innecesarios con que convivimos y no dejamos de lado en nuestra rutina, ya que no podemos apagar el celular, ni dejar de mirar alguna pantalla o de informarnos (¿o distraernos?) de alguna manera ni una sola hora.
Esta actividad nos cambia dióxido de carbono por oxígeno acumulable para sobrellevar la semana próxima que nos espera abajo en la ciudad. Es trocar energía física en desuso y canjearla por reservas utilizables y almacenables.
No obstante, siempre hay cosas inevitables tanto en la vida como en el camino. Una de ellas es cruzarte con alguna chaqueta maleducada o una nube de tábanos que por momentos logran afear el paisaje y odiar al mundo, o con un cardumen de turistas que se empeñan en gritarle al viento alguna incongruencia.
Sin embargo, siempre hay premios ya que, en definitiva, una caminata comienza y termina con una birra entre los transeúntes involucrados. Es el premio de tamaño periplo. Las primeras son para planificar, las últimas (siempre en mayor cantidad) son porque no existe mejor complemento para el trekking que una buena cerveza artesanal.
Dicen que viajando,
Se fortalece el corazón
Pues andar nuevos caminos,
Te hace olvidar el anterior,
Ojalá que eso pronto suceda
Así podrá descansar mi pena
Hasta la próxima vez
Litto Nebbia
Por Sebastián Carapezza. Publicada en la Revista Al Margen N° 94
Equipo de Comunicación Popular Colectivo al Margen