Este fin de año volví a leer La Virgen Cabeza, la primera novela de Gabriela Cabezón Cámara, traducida a varios idiomas y reeditada por Random House. Este relato ensaya un mundo políticamente incorrecto pero sin hambre ni prostitución. Para subvertir el orden preestablecido, primero hay que imaginarlo. Así lo ensayó Gabriela Cabezón Cámara.
“El día comenzaba con la primera cumbia”, explica Qüity, una de las dos narradoras. “Cada uno articulaba lo que quería decir en su sintaxis propia y así armamos una lengua cumbianchera que fue contando la historia de todos.” Esta lengua en su frenesí envuelve citas del Martín fierro, palabras en inglés, frases villeras, rozando pasajes de la biblia con estribillos de cumbia y componiendo un caldo de cultivo para las más redentora de las metáforas.
Cleo, la otra narradora, es una travesti que se comunica con la virgen y traduce las revelaciones divinas para cambiar la realidad de la villa El Poso. Cleo interpreta las palabras santas, organiza a los villeros y arman un gran estanque de carpas -robados del jardín japonés- en el potrero de la villa. “Qué sé yo por qué carpas, son unos pescado lindos, ¿qué mierda quieren que cultivemos delfines acá en el medio del potrero?” dice Cleo ante una audiencia de chongos, travestis, paraguayos, umbandas hermanados en el deseo de creer.
Ambas narradoras arman el relato que refunda El Poso, convirtiendo la villa en un paraíso acá en la tierra. Un paraíso políticamente incorrecto: antiecológico, lleno de alcohol, armas y drogas, pero sin hambre ni prostitución. Como en la escena bíblica de los panes y de los peces, las carpas se multiplican en recetas deliciosas. En la preparación de la cena comunitaria se instalan pequeños rituales estableciendo nuevos sentidos como si todo del caos estuviera supeditado a la falta de un estanque. “A los gritos se charlaba en esa mesa larga de tablas y caballetes… A veces, cuando no se descontrolaba la fiesta, Cleo gritaba ‘Escúchenmen’ y contaba algunas de sus conversaciones con la virgen, intercalando sermones dedicado a los pibes.”
El lenguaje como las voces narradoras atraviesan las fronteras que dividen la ciudad y la villa, la escritura de la academia y el habla popular, el territorio del cuerpo heteronormativo y otras corporalidades y en ese pasaje se abre una posibilidad de intersección. Lo interesante de esta novela es que ese pasaje se hace en ambas direcciones, Qüity -periodista de Palermo- imagina que una travesti santa peinada como Evita y con un manejo de cámara a lo Susana Giménez puede ser su nota del año. Cleo, -la travesti médium- después de que bombardean la villa, se escapa a Miami y salta a la fama con su ópera cumbia.
En ese vaivén, en ese ir y venir los personajes se vuelven más flexibles y permeables a las cadencias del sentido de los diferentes escenarios en los que se mueven. La travesti santa con su hit “La Virgen Cabeza” convierte a quinientos mil gringos en fervorosos fieles de la madre celestial, llenando de estampitas de la Virgen toda la Florida.
A su vez, Dios para Qüity es un recurso retórico, un destinatario ideal con quién dialogar sobre los devenires de su deseo; pero frente a las citas precisas de la Odisea intercaladas en el discurso de Cleo, la categoría divina cobra nuevas acepciones: “¿De dónde mierda sacará cosas como esa?”, se pregunta Qüity. “Existirá la virgen y le dará por los clásicos y las putas pobres?”.
Este contrapunto se da también en la construcción de la trama, Qüity está escribiendo la historia sobre El Poso -la novela que el lector está leyendo- mientras que Cleo la lee y la corrige. De este modo la historia de la villa se arma a través de este juego doble de voces y miradas.
“…desde su centro mismo, la villa irradiaba alegría. Parecía cosa de la Virgen y Cleo, pero éramos nosotros, era la fuerza de juntarnos”. Así explica Qüity lo que estaba pasando en El Poso. Para esta narradora El Poso, a diferencia del “country de Eva y Adán”, era un paraíso organizado en comisiones. Ella trabajaba en la comisión de relaciones institucionales y gran parte de sus función consistía en calmar a los viveristas que los de la comisión decoración se dedicaban a apretar para que les dieran alegrías del hogar, petunias y tulipanes.
La mirada de Qüity sobre los hechos se amplía en los capítulos que escribe Cleo; “Mi amor, te olvidás de todo vos, voy a tener que grabarte cada dos hojas que leo…hablaban de ‘sueño argentino’, pero nos cagaban a tiros.” Los comentarios de Cleo agregan el olor a mierda y a muerte. La fiesta, explica la médium, volvía a comenzar una vez que llegaban a los cien disparos y no había muertos, entonces sonaba la cumbia, corría el alcohol y otras sustancias que hacía que todos bailen.
La Virgen Cabeza es una novela de denuncia y celebración. La apuesta no está en derribar las fronteras y armar un todo armonioso, sino desestabilizar ese límite que construye un orden jerárquico, que fija identidades a partir de una lógica de contrastes. En este vaivén de miradas y voces se instala una zona de cruce donde poder imaginar un nuevo orden que redistribuye sentidos y deseos, ya no estable, sino más bien cadencioso.
Por Verónica Battaglia
Cooperativa de Comunicación Popular Al Margen