Una de las cien personas que permanecen en la estancia de los Etchevehere junto a una de sus herederas, Dolores, nos cuenta detalles de estos días turbulentos.
Evelina Kloster atiende nuestra llamada en algún rincón de Casa Nueva, la estancia de la familia Etchevehere en Santa Elena, un pueblo al norte de Entre Ríos, donde hace diez días cien personas ingresaron junto a Dolores Etchevehere y concentraron la atención de los medios y la ira de los hermanos Luis Miguel, Sebastián y Juan Diego Etchevehere. “Podríamos convivir todos pacíficamente”, dice Kloster a Al Margen.
El viernes, el juez Raúl Flores rechazó el desalojo de la propiedad, solicitado por los Etchevehere varones. Adujo que no hay inventario sobre la herencia que legó Luis Félix Etchevehere –el padre- en 2009. Y, por lo tanto, hasta que no haya finalizado el juicio sucesorio, Dolores es tan dueña de Casa Nueva como su hermanos y Leonor, la madre, viuda de Luis Félix.
“No tenemos miedo, porque estamos amparados del lado de la verdad y la justicia”, dice Kloster a Al Margen, a pesar del puñado de ruralistas y camionetas apostados sobre la tranquera desde hace varios días.
Casa Nueva es solamente un punto de 130 hectáreas en la cartografía de la Pampa Húmeda y sólo uno de los cinco campos de los Etchevehere. La porción que Dolores cedió al Proyecto Artigas, fundado con organizaciones campesinas y rurales, representa sólo el 40% de su herencia. Pero Casa Nueva es más que eso. Es la basura debajo de la alfombra de la alta alcurnia que se vuelve visible. Y es también, una radiografía del entramado de negocios de la Sociedad Rural, el poder político y la Justicia.
En su sitio web, Proyecto Artigas se auto define como “reparación histórica”. Kloster, como vecina, la sintetiza así:
“Parte de los campos de la familia Etchevehere pertenecían al frigorífico Santa Elena; el frigorífico luego fue del Estado; y los Etchevehere terminaron pagando al Estado sólo el 10% de su valor”, dice.
“Los Etchevehere avanzaron sobre una escuela agrotécnica para extender su propiedad a punta de pistola”, denuncia.
“Es una reparación histórica, porque Dolores fue despojada de su herencia por ser única mujer”, agrega.
Casa Nueva es también un instrumento de la oposición para agitar el fantasma de la propiedad privada violada. Y una excusa para arremeter, otra vez, contra el ejército desempleado de la sociedad posindustrial.
“Nos levantamos a las 5.30, desayunamos y dividimos tareas”, cuenta Kloster. “Mientras algunos hacemos huerta, otros mantenemos los espacios comunes. Y empezamos a formarnos en agroecología como modelo agrario alternativo al extractivismo”.
Cuenta Kloster que la Justicia les impide el ingreso de maquinaria, por lo que trabajan de manera rudimentaria. Plantaron aromáticas, lechugas, cebolla de verdeo y alguna otra hortaliza sin glifosato.
Todo esto es Casa Nueva: el escenario donde David y Goliat libran una batalla de ideas.
Por Pablo Bassi
Equipo de Comunicación Popular Colectivo al Margen