Años antes de convertirse en el revolucionario “Che”, el médico argentino Ernesto Guevara incursionó en el alpinismo durante su estancia en México. Tozudo y decidido, se obsesionó con la cumbre del volcán Popocatépetl, de doble dificultad para él, que padecía asma.
En julio de 1955 Ernesto Guevara, el Rey de los Caminos, cultivaba dosis iguales de vértigo y aventura. Quien más tarde pasaría a la historia mundial como “El Che” ya había recorrido la Argentina y América Latina y estaba abierto a un mundo que deseaba seguir descubriendo.
En aquel julio, ese espíritu inquieto, esa alma viajera no tenía tregua: Guevara conoció a Fidel Castro en una noche del Distrito Federal mexicano que es leyenda y marcó el inicio de su derrotero revolucionario, al integrarse al Movimiento 26 de Julio liderado por el cubano.
Sea como parte del entrenamiento de aquel grupo, o como mero cultor de los deportes y la aventura que era, el médico argentino encararía en esos meses la cima del Popocatépetl, el volcán activo de 5.426 metros sobre el nivel del mar que los mexicanos llaman “Popo” y que a Guevara, asmático, le significó varios sufridos intentos.
Con sus compañeros mexicanos con quienes intentó el Popocatépetl una y otra vez el “Che” Guevara.
Ernesto el serrano
Coinciden los biógrafos del Che en cómo a Guevara lo marcó a fuego su infancia en Alta Gracia, en la provincia argentina de Córdoba. De hecho, tras su primer intento al Popo, el revolucionario le escribió a su madre Celia que al descender del volcán sin haber logrado la cumbre “le hicimos un tobogán tirándonos barrenos abajo como en las piletas del Sierras y con el mismo resultado, pues llegué abajo sin pantalones”. Se refiere Guevara a las piscinas del aristocrático Sierras Hotel de Alta Gracia, donde su padre trabajaba y él se asoleaba.
No hay biografía del Che que no retrate sus correrías en las modestas alturas altagracienses, junto a los niños de lo que aún hoy se llama El Alto de la ciudad cordobesa. Sin embargo, hubo un episodio que marcó a fuego a quien años más tarde sería quizás el argentino más famoso: Ernesto, que ya vivía en Buenos Aires, encararía una travesía serrana con los hermanos Granados en Los Chorrillos, cerca de Tanti, que contribuiría a forjar ese espíritu de acero y cierto atractivo por las alturas.
“Fue en esa zona, sobre la cascada, donde hice mis primeras armas en alpinismo. Se me había metido entre ceja y ceja bajar el Chorrillo por la cascada, pero tuve que desistir e iniciar el descenso por una cortada a pique, la más difícil que encontré, para sacarme el gusto. Cuando iba a mitad del recorrido me falló una piedra y rodé unos diez metros en medio de una avalancha de piedras y cascotes que caían conmigo. Cuando logré estabilizarme tuve que iniciar el ascenso, porque me era imposible bajar más. Allí aprendí la ley primera del alpinismo: es más fácil subir que bajar”, escribió en sus diarios.
Tras esa experiencia en Tanti, Guevara decide iniciar su travesía por doce provincias argentinas. “Esa etapa del Che, estudiante de medicina con 22 años en el ´50, es el preludio más inmediato del personaje que después conocemos como el Che Guevara. En ese viaje que él hace están todos los condimentos del personaje al que le gusta el riesgo, el peligro, y siempre se pone a prueba” cuenta su biógrafo, el periodista Horacio López das Eiras.
“Después de ello estuvo el viaje en moto, hubo también un viaje marino y luego el ascenso al Popo. Siempre recuerdo una frase de un compañero de colegio, que dijo que el Che Guevara nace cuando confluyen en él, su personalidad aventurera y el revolucionario en ciernes”, cierra.
La cima esquiva
Ese temple forjado en los caminos, las sierras y las adversidades es el que en julio del ´55 pondrá a prueba en el intento de ascenso al volcán mexicano. El 20 de julio de 1955, en carta fechada en la capital mexicana, el joven Ernesto relata la excursión a su madre:
“Tomé el Popo por asalto, pero a pesar de mucho heroísmo, no pude llegar a la cima. Estaba dispuesto a morir por ello, pero mi compañero de escalada cubano me asustó porque se le congelaron dos dedos de los pies… Estuvimos seis horas luchando contra la nieve que nos enterraba hasta la cintura, y con los pies totalmente empapados ya que carecíamos del equipo adecuado.
El guía se perdió en la niebla bordeando una grieta y estábamos exhaustos por la nieve blanda e interminable. Las patas se me descongelaron al bajar, pero toda la cara y el cuello quemado. Como si hubiera estado un día entero bajo el sol de Mar del Plata. En este momento tengo la cara que parece la copia de Frankestein entre la vaselina que me pongo y el suerito que me sale de las ampollas que se han formado. Además, tengo la lengua en las mismas condiciones porque me di un atracón de nieve…”
“Los cubanos no volverán a escalar. Pero yo cuando junte los pesitos necesarios para hacerlo me largo de nuevo al Popo. Sin contar que para septiembre tengo el (pico) Orizaba”.
El mismo Fidel Castro recuerda que Guevara “todos los fines de semana trataba de subir el Popocatépetl. Preparaba su equipo -es alta la montaña, más de 5 mil metros, de nieves perpetuas-, iniciaba el ascenso. Hacía un enorme esfuerzo y no llegaba a la cima. El asma obstaculizaba sus intentos. A la semana siguiente intentaba de nuevo subir el “Popo” -como le decía él- y no llegaba. Nunca llegaba arriba, nunca llegó a la cima del Popocatépetl.
Pero volvía a intentar de nuevo subir, y se habría pasado toda la vida intentando subir el Popocatépetl. Hacía un esfuerzo heroico, aunque nunca alcanzara aquella cumbre. Usted ve el carácter. Da idea de la fortaleza espiritual, de su constancia, una de sus características. Una voluntad… era tremendo, eso lo retrataba. A él no le importaba lo difícil. Lo intentaba, y estaba seguro de que llegaría”.
Las sierras de Alta Gracia (Córdoba, Argentina), donde el “Che” Guevara conoció las montañas.
Semanas más tarde Guevara toma contacto con el doctor León Bessudo, aficionado al andinismo, a través de otro médico amigo de éste, David Mitrani. Con un grupo encabezado por Bessudo, el 12 de octubre de 1955 Guevara participa en la ascensión a la cima del volcán. Más tarde, el líder de la expedición señalaría sobre Guevara que “no sabía si tenía entrenamiento o no. Pero sí tenía la fuerza necesaria y la voluntad al extremo, que yo no me enteré en esa oportunidad que el doctor Guevara padecía de asma crónica”.
En aquella cumbre Ernesto, el internacionalista, plantaría una bandera argentina. Un año más tarde, ya plenamente integrado al Movimiento 26 de Julio, Guevara abordaría el Granma rumbo a las playas cubanas y a la Sierra Maestra, con la revolución como sueño eterno. Pero esa es otra historia.
Por Adrián Camerano, corresponsal desde Alta Gracia, Córdoba.
Redacción
Equipo de Comunicación Popular Colectivo al Margen