Activa desde el 2011, la Central de Comunicaciones de Ingeniero Jacobacci conecta los diversos parajes de la línea sur. A pesar de ser un servicio esencial, el mismo es sostenido a pulmón y con mucho esfuerzo por las comunidades. Visibilizar esta tarea y contar con recursos es imprescindible para convertir la comunicación en un derecho.
Que no pueden salir por la nieve y que no saben cómo están sus animales. Que casi no tienen leña. La voz suena clara por la radio de la Central de Comunicaciones ubicada en Ingeniero Jacobacci. Allí, las radio operadoras Sonia Painefil y Nieves Ancan toman nota del mensaje.
Todas las mañanas, desde hace entre seis y siete años, llegan a la sede donde funciona la central -un espacio cedido por la Cooperativa Ganadera Indígena– para relevar el estado en el que se encuentran los pobladores de los distintos parajes de la línea sur. Su tarea, aunque silenciosa e invisibilizada constituye un servicio esencial que sale a la luz, sobre todo, en estos tiempos: a través de las antenas ubicadas en puntos claves y las radios VHF en las casas de los pobladores se puede establecer un cuadro de situación de todo lo que está ocurriendo y activar los protocolos necesarios. Fue a través de esta red, por ejemplo, que se supo de la muerte de Nazario Cayú en el paraje Cabestro Quemado por una comunicación de su sobrino vía VHF, avisando que lo había encontrado y que necesitaba ayuda. Es de esta misma red la que terminan usando, incluso, los servicios provinciales, defensa civil, hospitales, a pesar de lo cual, las operadoras trabajan de manera precaria, y la Central no cuentan con fondos.
“Lo primero que hacemos es una ronda radial por todos los parajes preguntando si tienen alguna novedad o si necesitan pasar algún mensaje a las familias. Después se empieza a comunicar la gente que precisa avisar algo y nosotras llamamos a quien corresponda”. A veces deben pasar el parte a los bomberos, llamar al hospital o a los distintos comisionados de fomento con los cuales también se están contactando para trasmitir la información y las necesidades que la gente tiene en el campo.
Lipetren chico, Lipetren grande, Blancura centro, Cerro Bayo, Cañadón chileno, Comallo, son algunos de los lugares con los que hacen enlace. En este tiempo los principales problemas son la necesidad de forraje y leña. “La cantidad de nieve afectó mucho a los animales que se están muriendo de hambre, la gente está muy preocupada”, señala Sonia. Hace siete años que hace esta tarea, desde los 20. Dice que te tiene que gustar, que son portadoras de buenas y a veces de malas noticias, que aprenden de la experiencia y se fueron capacitando y buscando soluciones ellas mismas.
“Algunos que no tienen Handy en su casa se acercan a algún vecino y de ahí se comunican con la Central, nos pasan el número de teléfono de las familias y nosotras tratamos de darle solución o de conectarlos para que dialoguen con la persona que necesitan”, relata. Así, van articulando una comunicación artesanal que depende, además de las herramientas tecnológicas, de un gran empeño humano para sortear dificultades. “Llegás a tu casa y seguís preocupada porque están pasando tantas cosas que si bien uno cumple cierto horario seguís pendiente de las emergencias. Estamos a disposición de la gente”.
Reconocer un servicio esencial
Cuesta asumir que un servicio tan imprescindible se sostenga a puro pulmón. Son las mismas comunidades las que deben reunir año tras año los fondos para sostener sueldos, conseguir equipamiento técnico, antenas, baterías, recambio de cables, de equipos y todo lo que implica la red de comunicación. Las trabajadoras no gozan de ningún tipo de marco laboral formal, no tienen obra social, ni aguinaldo, ni ninguna seguridad sobre el futuro de su hacer. En este momento, venden ticket de una rifa a $150 pesos que sortea un Handy que donó un señor de Laguna Blanca para poder mantener unos meses más de su sueldo. Cuando ingresaron a la Central varias fueron dejando por las condiciones. Quedaron ellas dos, sosteniendo de alguna manera, y a fuerza de voluntad, la comunicación de la línea sur.
“No tenemos respaldo nacional, provincial, ni municipal, todo lo sostienen las comunidades y algunos usuarios que pagan una cuota anual de 2 mil pesos y con eso estamos sacando el sueldo. Cuando se termine esa plata no hay otro recurso para que seguir trabajando, no se sabe que va a pasar”, continua Sonia y expresas sus expectativas: “Queremos que esto llegue a ser un medio de comunicación reconocido, para que las operadoras podamos seguir trabajando y garantizarle la comunicación a todos los pobladores de la zona rural. Porque mas allá de todo acá estamos por emergencias, para pasar información a las familias sobre cómo están las personas del campo y las de la zona urbana también: a veces llaman familias de Buenos Aires y nosotras les hacemos el nexo de celular a VHF para que puedan dialogar”.
El sistema también demanda una importante inversión, las baterías son muy costosas -alrededor de 22 mil $ usadas y unos 32 mil $ una buena nueva- y en este momento están sin que nadie cubra el mantenimiento de las repetidoras –que usan dos baterías cada una- y de la central. Justamente, en Lipetren Chico y Lipetren Grande ahora debieron poner baterías de segunda mano porque no pudieron costear una nueva. “La de Coritoro también está bastante mal, hay días que estuvo una semana nublado y no podíamos comunicarnos”, señala. Hay otras antenas más que no funcionan por falta de mantenimiento.
– ¿Y qué es lo que más te gusta del trabajo?
-Me gusta todo. Me gusta poder ayudar cuando hay una urgencia, dar una mano a la gente que lo necesita, y más en este tiempo. Ojalá que salga algo bueno para poder seguir trabajando y comunicando a la gente de la zona rural.
– ¿Recordás alguna anécdota especial de tu trabajo?
-Son muchas. Pasan cosas todo el tiempo. Pero este año nos pasó que pudimos ayudar a unos niños que como no tienen ninguna conexión no podían hacer la tarea. Y los ayudamos por medio de la radio VHF: nos llamaban y nosotras buscábamos información en el celular y les contábamos. Después vino el día de la jura a la bandera, porque eran de cuarto grado, y la hicieron por medio de la radio VHF. La familia nos agradeció y nos emocionó mucho.
Nieves coincide con su compañera y dice que esta es “como una segunda casa”. También reflexiona sobre la necesidad de darle visibilidad a este trabajo esencial. “Acá atendemos a todos los pequeños productores de la línea sur. Este trabajo te tiene que gustar, porque tenés días buenos y días malos y hay que tener mucha paciencia. Es un trabajo muy silencioso entre la Central y los pequeños productores, que muchas veces no sale a la luz. Por eso esperamos que nos reconozcan como medio de comunicación, porque para la gente de la zona rural este servicio es esencial, y somos los únicos que estamos todos los días recibiendo las necesidades para poder ayudar”.
Por Violeta Moraga
Equipo de Comunicación Popular Colectivo al Margen