El colectivo de antropólogas Gemas -Grupo de Estudios sobre Memorias Alterizadas y Subordinadas- está reconstruyendo la memoria de la Lof Quijada. A propósito del reciente conflicto desatado en esa comunidad con el consorcio belga Arelauquen publicamos la primera parte del informe que realizaron las investigadoras de Conicet para contextualizar el conflicto.
Hace unos 140 años atrás, el Pueblo Mapuche era libre y soberano en su territorio, a ambos lados de la cordillera. La historia de este pueblo está atravesada por el evento crítico y traumático de las campañas militares de los Estados a fines del siglo XIX y por las políticas violentas de represión y despojo territorial que continuaron las décadas siguientes. Por lo tanto, las dos últimas décadas del siglo XIX y las primeras del siglo XX están signadas por el movimiento o “las andanzas” de personas, de familias y/o contingentes más amplios a través del territorio, cruzando varias veces y en zigzag la Cordillera de los Andes para huir de tratos inhumanos, y/o desplazándose del norte hacia el sur en búsqueda de los territorios a “campo abierto” que iban quedando disponibles después del advenimiento de la propiedad privada y los latifundios en la Patagonia. Esos años suelen ser recordados en los gütxam de las familias como “historias tristes” e “historias de regreso”. Son los años de las muertes, la dispersión familiar, la soledad y el hambre, pero también son los años de la reestructuración de los grupos, de la regeneración de comunidades y de los intentos por “volver a levantarse”.
José Celestino Quijada (hijo de Filomena Quijada Rioseco) y Leonor Figueroa (hija de Francisco Figueroa y Lastenia Pozo) se conocieron en Bariloche y tuvieron a sus hijos en el territorio donde se conformaron como lofche en las laderas del Cerro Wenu Lafken (Cerro Otto-San Carlos de Bariloche). La familia de Leonor y la familia de José Celestino ya estaban emparentadas cuando ellos se conocen.
La mamá de Celestino, Filomena Quijada Rioseco, venía de algún lugar del oeste de la Cordillera de los Andes. En algún momento, antes de 1916, cruza la cordillera y llega a la comunidad de El Manso (Río Negro, Argentina), donde tenía amigos (“medio parientes”) que la reciben. Ella hablaba en mapuzugun y sostuvo parte de su economía familiar dedicándose al hilado y al tejido con telar mapuche. Allí tiene un hijo, José Celestino Quijada, quien a los siete años queda huérfano y al cuidado de una de las familias de El Manso. Siendo todavía muy joven, Celestino deja la comunidad para salir a trabajar.
Los relatos familiares (gütxam) de Leonor Figueroa –que le fueron transmitidos por su padre, Francisco Figueroa– narran historias tristes y dolorosas sobre el pasado de su familia:
“Mi papá me contaba que cuando vinieron ellos sufrieron mucho. Me contaban que a mi abuela, la gente blanca los lastimaban, los corrían… y yo le decía: ‘no me cuentes, me da rabia eso. ¿Por qué le hacían eso?’ Él recordaba y nosotros le decíamos ‘papá, no nos contés eso’ porque él dice que sufrió muchísimo”.
Leonor Figueroa, diciembre 2019.
La bisabuela y abuela de Leonor (Leonor Cerda) sufrieron la violencia de las campañas militares que los Estados argentino y chileno habían emprendido contra los indígenas a fines del siglo XIX. Según los relatos familiares, ambas fueron “cautivas… los wigka los encerraron”. A una de ellas “para que no se escape” del lugar donde las tenían prisioneras “le pelaron las plantas de los pies” (Luisa Quijada, diciembre 2019): “Mi mamá mucho no nos quería contar, de la época esa, pero sabemos que a esa abuela la tuvieron ahí, y que ahí tuvo sus hijos” (Luisa Quijada, diciembre 2019).
Se trata de tres generaciones diferentes –entre 1850 y 1920—que fueron víctimas de las políticas del Estado. De acuerdo con los relatos de la memoria, es muy probable que la bisabuela, incluso su hija Leonor Cerda, haya estado en un campo de concentración durante el desarrollo de las campañas militares. Al levantarse estos campos hacia la década de 1890, no sabemos si ellas cruzaron o no la cordillera, pero llegaron a un territorio –del que no pueden recordar el nombre— ubicado en lo que actualmente es Chile. Francisco Figueroa, hijo de Leonor Cerda, le solía contar a su hija el siguiente gütxam:
“Mi papá dice que las corrían, les pegaban, les sacaron una de las hijas, le sacaron y la tenían atada para que ellos vayan a reclamar, porque los querían sacar. Él dice que le decían ‘indios de mierda’. Pero él me decía muchos nombres, pero yo no recuerdo. Él dice que era muy feo, porque la gente no los quería. Los trataban de ‘indios’, de todo, muy mal los trataban. Sufrió mucho, por eso de allá se vino, se disparó, se vino acá y acá se casó con mi mamá. Acá fue diferente, porque dice que allá a mucha familia los mataron porque no los querían. Sí, sufrió muchísimo. Y él se disparó, se vino acá. Él decía ‘yo tengo que venirme porque allá no se puede vivir’. Porque a la familia de él ya la habían matado, los trataron muy mal porque eran mapuche. ‘Unos gringos grandotes’, decía él. ‘Qué sé yo! ¡estas porquerías!’, decía él, ‘no sé qué les pasa, por qué nos tratan así’. Pero no lo querían…así que él se vino para acá, a la Argentina”.
Leonor Figueroa, diciembre 2019.
El papá de Leonor hablaba mucho de esos lugares de los que tuvieron que huir, pero ella no podía ya recordar los nombres: “Ellos eran de Picun Leufu, pero antes venían de una parte que no puedo recordar, casi la mayoría de la parte de mi papá son mapuche mapuche” (Leonor Figueroa, diciembre 2019).
En algún momento de su huida, Francisco Figueroa pasa por la región de El Bolsón y conoce a Lastenia Pozo –de Mallín Ahogado–, con quien se casa y tienen a Leonor Figueroa. Lastenia era una partera o püñeñelchefe muy conocida y solicitada en la zona. Leonor aprendió ese oficio de ella, así como sus conocimientos sobre lawen y el arte del tejido al telar.
Los años en que el territorio era “campos abiertos”
Cuando los Quijada-Figueroa llegaron al cerro, las laderas y pampas que rodeaban el Wenu Lafken (Cerro Otto-San Carlos de Bariloche) eran practicados como “campos abiertos”, como suele nombrarse localmente a un territorio sin alambrados, donde la ocupación y el uso del espacio se organiza por acuerdos y permisos de palabra entre sus diferentes pobladores. Desde entonces fueron entramando relaciones con algunxs pobladorxs y con las comunidades mapuche vecinas.
“Una vecina nos dijo: ‘no, no, no es de nadie eso. Yo pongo pastaje acá, no es de nadie’. Ella lo conversaba por lo derecho nomás, con ella nunca tuvimos problema. Por eso nos vinimos, por la seguridad, si los animales podían andar para cualquier lado, si no era de nadie. Por eso nos vinimos a vivir acá, porque de acá sacábamos leña. Hicimos arreglo con algunos vecinos y con el ejército”.
Leonor Figueroa, diciembre 2019.
El “acá” del que habla Leonor es el territorio de la Lof Quijada, donde hicieron su primer casa y empezaron a trabajar como leñeros. Estos acuerdos de palabra (“conversaba por lo derecho nomás”) organizaron gran parte del territorio patagónico y, particularmente, las relocalizaciones de las familias y comunidades mapuche.
Al poco tiempo ya habían afianzado su profesión como leñeros en la región, consolidándose como pobladores reconocidos en la zona y practicando el arreglo económico denominado “mediería” –trabajar para otro quedándose con la mitad de los frutos como compensación económica. La primera ruka estable de la comunidad se levantó en una parte del territorio a la que llaman “la herradura” –donde todavía está el árbol donde José Celestino colgaba su herradura para sobar soga–, cerca de un arroyo que a partir de entonces empezó a ser nombrado en la región como arroyo Quijada.
Del otro lado de este arroyo, Leonor y José Celestino enterraron las placentas de sus hijos. Cuando venía de visita el padre de Leonor solían volver a recorrer estos sitios para realizar una pequeña rogativa en mapuzungun:
“Me decía el finado papá cómo tenía que hacer… no sé qué hablaba en lengua donde yo había enterrado la placenta. Papá me sabía decir, ‘a la tierra mamá’, algo así me decía que le tenía que decir cuando nacieran los chicos, para que anden bien, crezcan bien. Él hablaba, yo lo miraba. Agarraba tierra y hablaba, pero yo no entendía. Algo así como que se críen bien los chicos acá, y que tengan el fruto para que estén bien. Él hacía esas cosas. El Tino (José Celestino) aprendió bastante, ¿eh? Aprendió de mi papá”.
Leonor Figueroa, diciembre 2019
Como recuerda Beatriz Quijada, alrededor de la casa de sus padres fueron levantando el galpón, la quinta, los corrales, la era, la troja. Con el tiempo, los Quijada diversificaron sus actividades agrícolas y ganaderas en múltiples producciones domésticas para la venta y el autoconsumo. Durante las primeras décadas en el territorio, se dedicaron principalmente a la ganadería ovina –llegando a tener 99 vacunos—y a la producción de lentejas, arvejas y trigo.
Los lugares llanos son escasos en el cerro, por lo tanto, las siembras de los Quijada se distribuían entre la pampa en el campo de los vecinos y la pampa en el territorio de su comunidad. Hoy en día la comunidad no puede disponer de ninguno de estos dos llanos.
“Porque el asunto no era si es dueño fulano o mengano… no, no, no. Acá era todo campo abierto, se usaba todo. Usaba con las vacas para allá para acá. Campo abierto. Entonces ahí, en el lugar de los vecinos, ellos tenían todos sus galpones, galpones grandes, y ahí tenían la era. En el faldeo arriba donde está la pampa, esa ahí era el trigo. Y sabes qué pena te da ver la pampa ahí…acá tenés la ladera…el cerro así. No podés sembrar nada. Mirá las chicas dónde están sembrando ahora”.
Luisa Quijada, diciembre 2019.
El Estado argentino consolidó el dominio militar en la Patagonia durante los años de las campañas militares cuando se apropió del territorio ancestral del Pueblo Mapuche, para redistribuirlo entre privados y otras instituciones estatales, como la naciente Administración de Parques Nacionales. Parte de estos últimos derechos fueron concedidos al Ejército Argentino en 1937 (“por causas de utilidad pública”). En el transcurso de esta historia, los derechos del Pueblo Mapuche fueron permanentemente negados, situación que se puso de manifiesto cuando, en las décadas del ochenta y el noventa, el Ejército argentino volvió a hacer uso de la violencia contra las personas mapuche para despojarlos de los territorios en los que habían logrado volver a levantarse como comunidades. Este nuevo avasallamiento fue padecido por las distintas comunidades mapuche que se encuentran en los alrededores del cerro Otto (como las Lofche Quijada y Millalonco-Ranquehue, entre otras). En esos años, a la Lof Quijada se le hizo muy difícil sostener las violencias y las amenazas del Ejército, por lo que, durante algunos años, fue cobijada por el lonko de la Lof Buenuleo. Durante ese periodo el Ejército concedió parte del territorio de la comunidad Quijada a distintos privados para la explotación turística del cerro (como el Centro de Ski Nórdico y Arelauquen Golf & Country Club). Frente a esta nueva negación del Pueblo Mapuche y de los derechos de la Lof, la familia Quijada decide reafirmarse en su territorio.
En la segunda parte nos centraremos en las apropiaciones que hizo Arelauquen Golf & Country Club desde el año 2007 hasta la fecha.
Fotografías: Eugenia Neme
Equipo de Comunicación Popular Colectivo al Margen