Perderse entre la multitud, mirar sin ser visto son sensaciones inventadas por la ciudad y ahora imposible de reproducir. En este repliegue domiciliario, las ventanas, los espejos, los ojos del perro te devuelven tu propia imagen aumentada. Los pocos que gozan la posibilidad de deambular, anónimos, entre las redes de una sociedad virtualizada son los memes.
Este “habla visual” se desliza velozmente por entre las rendijas del habla oficial y muestra algo que pocos se animan a decir y que muchos pueden descifrar -solo necesitás estar informado y jugar de local-. Del gran inventario popular se saca una foto y una frase para hacer pública una opinión sobre la realidad. Esta opinión está en clave de humor, expresa una crítica bajo el velo del anonimato.
¿Qué hace que un meme sea reenviado? Recurre a la complicidad, a la tentación de contar algo que debe mantenerse oculto. Según Rossana Reguillo los memes propagan “las asociaciones que faltan en el discurso ordenado de la modernidad, en el autismo de la clase política, en el cinismo de las clases económicamente poderosas”.
Los memes son narrativas inconclusas. Relatos para terminar de armar. Apelan al rol productor de nosotros porque se terminan de construir con el conocimiento que tenemos del contexto. De ahí que no funcionan si “no estás en tema”. Usan frases cortas, sin desarrollo argumentativo. Muchas veces, las ideas condensadas en los memes se despliegan en los comentarios de los lectores, abriendo el juego a otras voces. Además esta forma “ẗecnopoĺítica”, según Javier Toret, puede ser intervenida, el mensaje puede ser reformulado y reenviado.
Están los memes perdurables y los del instante. Los que quedarán en la historia y los que hacen efecto en el momento, como el de la marmota gritando desesperada con la gráfica abajo de “15 días más!”. Para los/as que estaban ese día mirando la cadena nacional esperando las declaraciones de Fernández, el meme fue deslumbrante y permitió reírnos de nuestra propia desesperación. O el de Del Caño pidiendo “pasar 5 minutos a hablar con los chicos” en medio de la cadena nacional. Un guiño sutil e hilarante para los que pasaron por la universidad pública y totalmente efímero dos días después.
En cuarentena los memes muestran las calles vacías. Los animales son los únicos que deambulan por estos territorios recuperados, mirando a los humanos a través de los cristales de sus jaulas. Otros memes hacen un zoom y exhiben los modos de supervivencia de sus protagonistas. Están los atléticos, los más creyentes, tienen fe en que esto pasará y quieren estar impecables para cuando ello ocurra. En cambio los golosos saltan al vacío esponjoso del tiempo sin horarios. Los pachorros van a lo seguro: se calzan las pantuflas en los pies, la cerveza en la mano y Netflix en los ojos. También están los que se ponen la gorra y ven en el vecino que va de compras poco menos que una bomba atómica.
Los memes que sacan a pasear a sus protagonistas -fuera de la asepsia del hogar- les diseñan protectores de todo tipo: guantes con las puntas de los dedos pintados, barbijos con el cd del antivirus, bidones intergalácticos.
Están otros, los más controversiales, que exhiben imágenes de cuerpos no hegemónicos como cuerpos no deseables. Estos tipos de memes no requieren de un lector informado para entenderlo.
Los memes son herramientas en disputa: hay de derecha como de izquierda, veganos, gordofóbicos, antireligiosos y la lista sigue. Los medios de comunicación capturan ese paseo errático de los memes y los replican. ¿Seremos curadores de memes en el futuro?, se pregunta Omar Rincón a propósito del devenir del periodismo.
Por Verónica Battaglia
Equipo de Comunicación Popular Colectivo al Margen