En veinte días, el coronavirus logró instalar debates sobre cómo será el mundo cuando el mundo consiga dejarlo atrás. Destacados filósofos y sociólogos pronostican el modelo emergente de una crisis que comparan con la del ´30 y la segunda guerra mundial. ¿Será el capitalismo estatista chino, que gracias al control poblacional con big data pudo domar al virus? En la Argentina: ¿Podemos ser China? ¿Queremos ser China? ¿O, por el contrario, la salida es más libre mercado?
Mientras la producción está paralizada y las pérdidas se cuentan a diario como pilas de cadáveres, el mundo analiza escenarios. ¿Puede sostenerse en pie un sistema que excluye a más de la mitad de la población? ¿Es viable este capitalismo global y neoliberal? ¿Tiene sentido debatir esto ahora? ¿Cómo queremos vivir?
Entre tanto, transcurre la vida. Intentamos aferrarnos a lo que tenemos. Nos preocupa todo: desde cómo continuará el sistema, pasando por la economía argentina, hasta nuestros familiares, amigos, lo cotidiano. Enfrentamos cuestionamientos sobre la vida y el miedo a la muerte: ¿Sobreviviremos a esto?
Nos incomoda pensar en quienes no tienen dónde aislarse, porque ya los aisló el sistema y no hicimos nada para evitarlo: aquello que asimilamos como natural, y es en verdad una escena trágica de la vida urbana. Nos lastima la fragilidad de viejos y viejas. Nos preocupan las barriadas humildes, expuestas al hacinamiento, la malnutrición y la falta de servicios.
El Estado argentino, astillado, estallado, afronta sin plata una crisis inusitada. Y se hace cargo de ella sin excusarse en la pesada herencia macrista. Relamiéndose las heridas en cada comité de crisis, política sanitaria, social, educativa, previsional, exterior.
Los miles de invisibles que antes fueron descalificados como grasa militante y ñoquis, ahora son aplaudidos desde las ventanas como a los mejores asadores. Los docentes siguen enviando tareas y respondiendo mensajes a cualquier hora. A través suyo y con salarios debajo de la línea de pobreza, el Estado se relegitima. Las cámaras empresarias recurren a él para salvaguardar sus ganancias. Las políticas públicas pasan a ubicarse en el centro de la vida social.
Un tanto invisibilizados, también son héroes los planeros, a quienes buena parte de la sociedad aprendió a estigmatizar mediante la acción permanente de ciertos medios de comunicación. Los planeros, hombres y mujeres que garantizan la comida y sostienen la moral en cada barrio humilde. Poniéndose ahora al servicio de un Estado que articula la política social con organizaciones del territorio.
¿Y las cooperativas de la economía social? ¿O las empresas recuperadas por sus trabajadores? Tantas veces piqueteando en alguna autopista, por estas horas fabrican alcohol en gel y barbijos; o imprimen, como Madygraf, afiches para circular información en los pasillos de barrios humildes. ¿Y los bolivianos de la UTT que repartían verduras en Plaza de Mayo? En la dirección del Mercado Central, garantizando el abastecimiento.
Están los curas villeros y los clubes de fútbol, que ofrecen sus espacios para distender el hacinamiento. Y los sindicatos (para muchos el hecho maldito de los setenta años de peronismo), que organizan cuadrillas para controlar Precios Cuidados y ofrecen las camas de sus sanatorios para que el Ministerio de Salud disponga de ellos.
El libre mercado fracasó
Días atrás, Daniel Menéndez, Coordinador Nacional de Barrios de Pie y Subsecretario en el Ministerio de Desarrollo Social, mantuvo una polémica con el diario La Nación. Sus editorialistas intentaron destrozar el programa de los movimientos populares, tildándolo poco menos que un atavismo soviético.
“La idea de volver a tejer lazos sociales fraternales funciona como claro contraste frente a sistemas sanitarios de los países centrales sin capacidad de responder siquiera a nuevos virus y sus mutaciones”, respondió Menéndez. Y agregó que el capitalismo sufre de pereza intelectual para readecuarse inclusivo. Insólito, el debate sucedió horas antes de la invasión de noticias sobre los efectos del coronavirus en el mundo.
Martín Rodríguez y Pablo Touzón, en un interesante artículo publicado en Le Monde, se preguntan “si no sería interesante y necesario sumar de manera más orgánica a la sociedad civil –y, en particular, a su amplio espectro comunitario con movimientos sociales, sindicatos, iglesias, ONG, clubes- tanto para el esfuerzo de guerra como para la reconstrucción posterior”. Una salida sui generis.
¿Es posible un modelo de Estado asentado en organizaciones paraestatales? ¿Una especie de solución argentina para una pandemia global?
¿Cómo pensamos alternativas al modelo social y económico de exclusión, desocupación y hambre? No será desde una torre académica de cristal que se modifica la realidad, pero tampoco de la práctica sin reflexión. Hay que construir respuestas. Es en la acción cotidiana, en el pensamiento situado, digno de su época, que implica creatividad. El grito de Mariátegui nos marca el camino: ni calco ni copia, creación heroica.
Seguramente es desde la recuperación de los vínculos; a partir de tejer ese entramado destruido; uniendo y no rompiendo. De lo mínimo a lo máximo. Es desde las prácticas del cuidado y de la reflexión sobre las diferentes violencias que ejercen quienes tienen privilegios, en cada lugar de esa microfísica del poder y del poder en toda su magnitud, gigante y sin límites.
Es rompiendo la hegemonía, la de los grandes medios y la del patriarcado que se filtra en cada rincón del funcionamiento social. Es mediante la acción de las mujeres y las disidencias, que batallan contra dicotomías, contra lo instituido y lo instituyente. Desde los márgenes resilientes, donde surgió el trabajo que el capitalismo no pudo generar.
No sabemos -eso también lo aprendimos ahora- cómo termina la historia. Pero la pregunta más interesante que podríamos responder es qué estamos dispuestos a hacer para que no se repita trágicamente; cómo podemos, de una vez por todas, despojarnos del derrotismo y asumir que otro mundo es posible, que el futuro es creación social y no está determinado. En palabras de Paulo Freire: las cosas no son así, están así. Por lo tanto, podemos transformarlas.
Por Pablo Bassi y Lucía Bianchi (Tercer Cordón)
Redacción Equipo de Comunicación Popular Colectivo al Margen