Testigo de la intimidad de sus protagonistas, Carolina Alac reconstruye la histórica huelga de 1969 en la Patagonia.
Carolina Alac trae a la charla el recuerdo de Antonio, su papá. Y a través suyo, anécdotas del Choconazo: la huelga que junto con las sublevaciones de Tucumán, Córdoba y Rosario empujó en 1969 el fin de la dictadura de Juan Onganía.
En un mundo sin pandemia, esta nota debiera estar ilustrada con imágenes de ex obreros, vecinos e hijos del Choconazo en el acto previsto para el sábado pasado. Se cumplían 50 años del fin de la gesta heroica, que nunca se había conmemorado. Meses de preparativos y brotes de emociones aguardan latentes la reprogramación.
Una caravana de autos, como la que los domingos cargaba solidaria con provisiones para los huelguistas, iba a partir desde Neuquén hasta la ex villa temporaria del Chocón, donde 3000 personas construyeron lo que la dictadura denominó “la gran obra del siglo”: la represa generadora del 29% de la electricidad producida en el país.
“Ni el peronismo, ni el Partido Comunista, ni la Iglesia se hicieron cargo del todo de esa huelga. Porque la lucha fue de todos y no de unos pocos. Obreros que alcanzaron la unión genuina en medio de un tremendo conflicto”, dice Carolina, dirigente de ATE y del Movimiento de Derechos Humanos de Bariloche.
Antonio Alac era por entonces un soltero militante comunista, formado por yugoeslavos pro soviéticos de Villa Regina escapados de la guerra. Ingresó a la obra a manejar un terex: ese vehículo de grandes dimensiones, acoplado a elevadores que removían las bardas del desierto. Fue, durante la huelga, el delegado general elegido por sus compañeros, que desplazó a los hombres designados con el dedo de la burocracia de la UOCRA.
“El Choconazo es un ejemplo de lucha sindical”, afirma Carolina. “Obreros que sostuvieron con coherencia una pelea que no sólo fue reivindicativa en términos salariales, sino que planteaba una lucha de clases. Dirigentes que murieron sin un mango en el bolsillo”.
Junto a Antonio Alac, la huelga estuvo protagonizada por Edgardo Torres, el cura obrero Pascual Rodríguez, el obispo de Neuquén Jaime De Nevares y Armando Olivares, de ellos, único sobreviviente. A sus 74 años, reside en una humilde pensión en Buenos Aires. Ya tenía los pasajes comprados para para el cincuentenario suspendido.
Gracias a su jerarquía, la mediación de Nevares evitó una masacre. El obispo había sido excompañero de escuela de Onganía, a quien visitó para encontrar una salida al conflicto. “Jaime, ¡dejate de joder!”, lo desilusionó el dictador.
La huelga tuvo dos etapas. Al 13 de diciembre de 1969, cuando comenzó la primera, habían muerto en accidentes ocho trabajadores. Los empresarios calcularon que para el final de la obra irían a morir 32. Se trabajaba, como mínimo, diez horas, con un día libre: el domingo. El salario estaba muy atrasado y los obreros reclamaban un aumento del 40 por ciento.
Fueron ellos quienes construyeron la villa temporaria donde dormían los capataces y oficiales especializados con su familia, privilegio al que sólo accedió un puñado de trabajadores. Los menos calificados y obreros golondrinas provenientes de Chile, Bolivia y el norte argentino, en cambio, dormían sobre catres en habitaciones para cuatro con seis personas adentro.
Algunas mujeres comenzaron a ofrecer un servicio de almuerzo en la villa. Entre ellas Ana Egea, que Antonio Alac recordaba parada al lado de la olla y también robando combustible de los patrulleros y vehículos del Ejército que vigilaba el orden.
Carolina fue testigo de sobremesas de camaradería que sentaron a los protagonistas de los hechos, años después. Y de las anécdotas de sus “tíos políticos”, como aquella encarecida sugerencia que el jefe de la Unidad 9 le hizo a su papá detenido, intentando desconcentrar a los manifestantes que aguardaban su libertad cantando el himno nacional.
El 14 de marzo de 1969 marcó el fin de la huelga que, en términos reivindicativos, implicó la derrota de los obreros. Pero no desde una visión derrotista, sino como retroceso en el curso ascendente de la clase trabajadora en la historia. Alac fue incorporado desde 1971 a una lista negra: no volvió a conseguir trabajo, excepto changas.
“¿Es posible otro Choconazo?”, le preguntamos a Carolina. “El capitalismo trajo un retroceso absoluto de las conciencias. Un retroceso de cien años. Pero confío en el regreso de procesos álgidos como los de los ’60 y ’70, en la conciencia de los trabajadores”.
Por Pablo Bassi
Equipo de Comunicación Popular Colectivo al Margen