Cada vez son más los espacios de hombres que necesitan hablar de género y masculinidad en Bariloche. Sebastian Fonseca y Lautaro Gianola nos cuentan las principales inquietudes
Hace sólo 10 años quizás era impensable que se formaran espacios de hombres que necesiten hablar de género y masculinidad en esta región, y que además tengan una gran afluencia de varones de los más diversos. Normalmente y desde hace varios años, las actividades de género son iniciadas mayormente por mujeres, con la necesidad de construir relaciones más equitativas, pero principalmente para defender sus vidas y la autonomía de sus cuerpos. Lo novedoso resultan los encuentros para hombres sobre la construcción de la masculinidad. Sólo en los últimos meses se han generado cuatro charlas en las dos universidades públicas, el Centro Atómico e Invap, con la característica de convocar únicamente a varones y replantearse su posición como hombres en las relaciones de género.
Según los organizadores, las inquietudes van desde una búsqueda de alejarse de las figuras patriarcales, desarmar las actitudes violentas, solidarizarse con las luchas del feminismo, hasta la necesidad de aprender los nuevos tips políticamente correctos. Esto último, en general, consultados por hombres mayores de 40 años que están en condición de buscar una pareja y que comprenden que las reglas del cortejo han cambiado. También muchos van para aliviar “la mochila” de privilegios masculinos que son además de una identidad, su carga, porque les demandan a los varones cumplir las pautas de virilidad más transmitidos y reproducidos: ser valiente y sin miedo, no mostrar sus emociones, mostrarse como un depredador sexual frente a sus pares y no poder participar o disfrutar de muchas actividades por entenderlas como prácticas femeninas.
Al Margen entrevistó a Sebastián Fonseca, sociólogo dedicado a trabajar relaciones de género y la construcción social de la masculinidad, y a Lautaro Gianola, antropólogo y magíster en Ciencias Sociales con mención en género, Subsecretario de Políticas de Género y Diversidad en la Provincia de Río Negro.
La sorpresa compartida era la cantidad de hombres heterosexuales que mostraban interés por participar de estos encuentros. Varones de todas las edades, que mayormente se habían enterado a través de una mujer, e incluso varios que estaban en edad de jubilación. De ellos, unos cuantos con la consulta de consejos sobre cómo cortejar dentro de los parámetros aceptados culturalmente. “Creo que es un tema importante para muchos varones hoy, en especial para los que no están frecuentemente relacionados a espacios de género, que no saben cómo relacionarse con las mujeres hoy”, detalló Lautaro. Principalmente -remarcaron ambos-, porque no llegan a comprender que muchas veces se muestran como una amenaza para las mujeres, una posibilidad de ser violentadas.
Así como en la división de tareas patriarcal, donde los hombres se dedican a lo productivo y las mujeres a lo reproductivo, está la costumbre de delegarles a las mujeres la cuestión moral. En ello funciona una actitud refleja de solicitarle a las mujeres la orientación en nuevos valores. Sebastián remarca que hay una demanda de los hombres hacia las mujeres de un manual de cómo comportarse. “Muchas veces se les reclama esto a las compañeras feministas y no es tarea de ellas decirnos qué es lo que tenemos que hacer o qué camino tomar”. Y en tono más político dice “no corresponde que el opresor le pida al oprimido un manual de buenas prácticas y costumbres”.
Lautaro resalta el diálogo con las feministas en paralelo a esta deconstrucción “entre varones”. “Tenemos que ver que si esta conversación o estas charlas son posibles hoy, es resultado de dos siglos de feministas pensadoras, políticas y, activistas”.
Sebastián agrega: “¿Cómo hacemos para revisar las masculinidades desde la masculinidad? ¿Cómo podemos vernos desde ese lugar? Necesitamos anteojos prestados para poder vernos. Los anteojos del feminismo”. Mientras Lautaro, con risa cómplice, se sube la manga de su buzo negro y muestra un tatuaje de unos anteojos violetas en el antebrazo.
Las identificaciones no siempre determinan una práctica. Autopercibirse no-machista no supone dejar de serlo. Existe un peligro de estancamiento identitario desde lo que se han denominado “masculinidades híbridas” y que Sebastián explica: “son espacios de adaptación, en donde desarrollamos formas más amables, más amorosas de relacionarnos con todes, pero desde donde no estamos cediendo una pizca de poder”.
Más detalladamente, Sebastián ejemplifica que “seguimos definiendo dónde vamos de vacaciones, seguimos tomando decisiones sobre en qué tareas participamos y en cuáles no, por ejemplo que cambio pañales de pis pero no de caca, esta plata la vamos a gastar en esto o en lo otro. Invitamos a las compañeras a jugar al fútbol, pero seguimos siendo nosotros quienes administramos el campo de juego”.
Es el día a día, en la forma de nombrar las personas y en las cosas que hacemos, en las prácticas más “normales” donde se reproducen las relaciones de poder machistas. Por ello Lautaro explica que “es en el cotidiano donde más erramos los varones”. “En esas pequeñas prácticas que estás naturalizadas, que en general son violentas y por naturalizadas no las reconocemos como violentas. El objetivo de estas charlas es entonces que empecemos a visibilizar esas prácticas. A reconocerlas como varones, porque las hacemos como varones, no como `seres humanos que habitamos el planeta tierra´, como varones´” ironiza y remarca Lautaro.
Y cierra la idea: “Creo que por esto ahora nos toca formarnos, pensarnos. Discutir sobre nuestra cotidianeidad como varones feministas implica reconocer todos los privilegios que tenemos y tratar de buscar aquellos que no reconocemos todavía”.
“Las relaciones sociales generan estructuras que después podemos habitar” sentencia Sebastián. Dicho de otra manera, ocupamos los lugares que nuestro entorno nos muestra como ocupables. “Uno es lo que hace, pero también uno es lo que aprendió. Por eso uno va construyendo su masculinidad en función de la mirada de los demás y sobre todo de los demás varones. Todo nuestro marco referencial es de varones. Admiramos varones y competimos con varones. Nuestra cultura masculina es homoafectiva”.
¿Qué implica entonces la deconstrucción? “Es un proceso de reeducación sobre un sistema que nos educa para ser ese tipo de hombre hegemónico que es padre de familia, proveedor, exitoso –responde Lautaro-. Creo que la deconstrucción es como una forma de educarnos y de rever cómo nos fuimos formando, y nuestros padres y nuestros abuelos”.
La masculinidad no es una cosa. La identidad es algo que las ciencias sociales han demostrado que no es algo estático, que se va construyendo a lo largo del tiempo. Esa identidad dialoga con su contexto y con los otros varones, con la cultura de la que es parte. Por eso se construye en relación.
La masculinidad la vamos aprendiendo desde antes que nacemos, dice Lautaro. “Cuando nos pintan la pieza de celeste o cuando nos compran la pelota para que juguemos en el espacio público”.
En ese sentido de identidad, de mostrarse de una manera, Lautaro explica que la masculinidad “es como un conjunto de prácticas que hacemos para las otras personas nos reconozcan como hombres. Es una actuación constante. Estamos todo el tiempo actuando cómo somos como hombres, y en ese sentido somos actores de nuestra propia identidad constantemente”.
“Los privilegios que tenemos son también una mochila que cargamos” nos dice Lautaro en tono relajado y nos muestra con ello la otra cara de esta deconstrucción. La masculinidad como la hemos aprendido implica también una versión muy acotada de la sensibilidad, de la capacidad de emocionarnos. Hay que sostener la hombría, eso puede terminar siendo una represión emocional y también una imagen a sostener que va en contra del disfrute de muchas prácticas. En octubre se realizó en la Universidad del Comahue una charla sobre el miedo a la escalada. El profesor David Saikin explicaba entonces que a veces el miedo está generado por la ansiedad de las miradas del otro. “Tengo que llegar al final de la vía” termina siendo una presión más que un placer, si además no se puede mostrar miedo, porque como hombres no nos lo permitimos. Una solución posible, proponía David, era hablar del miedo, exponerlo, naturalizar que todos tenemos miedo para dejar que nos pese.
Después de dos cafés con Lautaro y Sebastián abordamos el deporte y el placer, y les preguntamos sobre algunas experiencias personales y cómo los interpelaba el feminismo. Lautaro desarrolló que “los feminismos si algo nos enseñan es el tema de la posicionalidad ¿Desde dónde estamos hablando? Yo soy un hombre blanco, de clase trabajadora, heterosexual. Me interpela sobre cómo me relaciono con mi pareja, con mis amigas, mi familia y cómo les hablo a mis sobrines, y sobre todo en los espacios de homosociabilidad como el fútbol. Yo soy un fanático del fútbol y me ha hecho mucho ruido, porque me doy cuenta que comparto espacios con gente que para mí es completamente misógina, retrógrada. Y me digo `bueno, yo que estoy haciendo este camino y estos que son mis amigos, trato que puedan entender que estas prácticas que hacen son violentas, son discriminatorias´”.
El placer también es un tópico que está atravesado por las cuestiones de género. Cómo ven los hombres a las mujeres y viceversa, supone también formas de relacionarse sexoafectivamente. Lautaro dice claramente: “si querés tener placer sólo, masturbate. Y cuando estás con otro cuerpo tenés que saber qué le gusta a ese cuerpo. Qué le gusta, qué le da placer, qué no. Mínimamente pensar que quizás lo que a mí me parece normal, a la mujer no le parezca tan normal. Quizás con lo que yo goce a ella le esté ejerciendo violencia. Por eso también pasa por reconocer en el ámbito de la cama, las prácticas machistas, de sujeción, de sentirse dueño de ese otro cuerpo, cuestiones que generan violencia”. “Cambiar la perspectiva de consumo por la perspectiva de la relación –acota Sebastián-.”
¿Hacia dónde va la búsqueda como varones para no estancarnos en un cambio superficial o en una encerrona de unos pocos? Recuerda Sebastián que “una cosa que sale mucho en los talleres es esto de `sí, todo bien, pero yo salgo por la puerta y el mundo funciona de otra manera´, por eso hablamos de la necesidad de que la deconstrucción empieza por generar nuevos entornos. Si las relaciones sociales generan estructuras que podemos habitar, empezar a relacionarnos de otra manera, con otras personas que tengan intereses afines y es impresionante como enseguida comenzás a encontrar pares. Es necesario mantener la llama viva, porque además con un taller no te vas a deconstruir”.
Por Fabián Viegas Barriga
Fotos Euge Neme