El tercer festival de danza contemporánea convocó a trabajadores y hacedores de danza de la Patagonia, Buenos Aires y Barcelona. Experimentación con otros enlaces entre el propio cuerpo, les otres y el espacio que compartimos, a sala llena
El Minifest es una pausa en la vida cultural de Bariloche. Une queda suspendide en un vuelo bajo encendido de preguntas. Una pausa que extraña nuestros movimientos vitales, nuestros intercambios cotidianos con les otres y los modos en que tejemos comunidad. El minifest es militancia pura, la danza se federaliza y eso que bulle en los estudios de danza de las grandes ciudades alcanza también el sur.
Una de las tantas apuestas del festival fue acercar la danza a la vida cotidiana, imaginar escenarios posibles en donde las personas se muevan de otra manera trazando otros sentidos dentro del espacio que ocupan todos los días. Acá va un ejemplo:
Viernes, 12.45: les estudiantes ya están amontonades detrás de las dos filas de puertas. Suena el timbre y las aulas se abren. Les jóvenes tuercen su mirada hacia la escalera, los pies persiguen la velocidad de esa curva llevándose a les compañeres de las otras aulas consigo, revierten la mirada para traerse a les que están detrás suyo, como si no quisieran olvidarse de nadie. Bajan apurades, se rozan, pero no se empujan. Atraviesan el patio lo más rápido que pueden, rodean a les profesores que ingresan a trabajar en el turno tarde, les traspasan sin chocarles. Antes de llegar al portón enroscan su columna -buscan con la mano en el bolsillo del jeans, de la mochila de plush, del bolso batik el celular- y luego la desenroscan. Apenas salen a la calle, esa comunidad se desarma, sus pies giran conectados a su mirada, se mueven en curvas para no golpearse en la velocidad. Algunes espiralan hacia lo alto de la ciudad y otres, hacia el centro.
Esta es una escena ejecutable para los que trabajan por una danza inclusiva en estos tiempos frenéticos. Un modo de intercambio con el mundo en donde mis movimientos tienen en cuenta lo que está fuera de mí: personas, mochilas, columnas, paredes, rodeo todo eso y dejo que eso me rodee. Recibo y envío es el pulso que me sostiene en ese tiempo acelerado. Los gestos son precisos, saben a dónde tienen que ir y todo el cuerpo acompaña esa dirección. Cuando una parte va en otra dirección, el cuerpo se estanca. Cuerpos interconectados entre sí y con les otres moviéndose a alta velocidad. En ese vértigo, la mente y el cuerpo se acoplan, y es el cuerpo el que piensa.
Cada taller proponía una comunidad distinta. En este caso, seguimos en el mismo espacio a la misma hora, solo que es lunes. Les estudiantes se espían a través de los cuadrados de vidrios de las puertas. Suena el timbre y las aulas se abren. Les jóvenes caminan hacia la escalera. Perciben con el rabillo del ojo los pequeños gestos de les compañeres a su lado. Bajan al mismo ritmo que se construye entre los impulsos de todes. Atraviesan el patio con un andar calmo, saboreando ese espacio intermedio entre el aula y la ciudad. Antes de llegar al portón todes se detienen. Cada une se congela en una posición única y se proyecta hasta abarcar todas las diagonales que se despliegan ante sus ojos. Les profesores les traspasan devolviéndoles algo de lo que se refleja en sus poses. En el mismo instante se descongelan, pero antes de avanzar prenden sus celulares, se mueven al mismo tono de las notificaciones de mensajes que entran. En la calle se dejan llevar por la inercia de las subcomunidades que se atraen entre sí. Creen que cualquier diagonal es posible.
El minifest es un laboratorio donde se invierten las conexiones entre norma y excepción, se intenta desviar los patrones mentales y mecánicos del movimiento en relación al propio cuerpo y a los otros cuerpos. Una variedad de propuestas que juega con las coordenadas de tiempo y espacio para probar múltiples protagonismos colectivos.
Si como plantea Sztulwark el neoliberalismo es la alineación de la vida bajo la forma de la empresa, que imprime una racionalidad económica capitalista en las conexiones afectivas, intelectuales y lingüísticas, se hace necesario investigar otros modos de reorganizar nuestra existencia en común. Una danza que no se quede dentro de une, que se potencie con el movimiento de les otres, que genere momentos de acople sin que nadie se imponga o que los protagonistas no sean siempre les mismes. Una danza que se sostenga en la historia de cada cuerpo, que busque lo extraordinario en los movimientos cotidianos y que acumule el potencial cognitivo de los cuerpos.
Por Verónica Battaglia
Fotografías: Ramiro Sáenz
Equipo de Comunicación Popular Colectivo Al Margen