Primera restitución de los restos humanos del hijo del cacique tehuelche Casimiro en la provincia de Santa Cruz. Luego de un largo rodeo que duró 143 años Sam Slick volvió a su tierra.

Sam Slick murió cerca de lo que hoy es la ciudad de Gaiman en 1876. Perito Moreno en nombre de la ciencia y de cierta manía coleccionista profanó su tumba para exhibir su esqueleto en el museo de ciencias naturales de La Plata. Del museo volvió a Gaiman por la ley de restitución de cuerpos. Recién el 1 de diciembre 2019 lo enterraron junto a su hermana Juana Pesofuerte en el lote 6, cerca de Gobernador Gregores.
Sam Slick vivió en esos tiempos cuando los exploradores necesitaban del consentimiento de su padre para atravesar las extensiones de la Patagonia sur, cuando los diplomáticos argentinos y chilenos le rendían las ceremonias propias de un interlocutor soberano en el proceso de consolidación de los estados.
No se conoce el verdadero nombre del hijo de Casimiro. Fue educado por misioneros anglicanos y su apodo surgió en su viaje por las Islas Malvinas. Sam Slick no solo poseía las palabras que controlaban la vastedad de la estepa sino también la astucia de la gramática inglesa. El explorador George Musters siguió las huellas de Sam Slick en su travesía desde la isla Pavón hasta el norte de la Patagonia.
El 30 de noviembre del 2019 una caravana de autos y banderas acompañó los restos mortales de Sam Slick hasta el lote 6. En esta parcela se asentó una reserva indígena de familias tehuelches -corridas de su territorio y confinadas a ese perímetro-. Ahora el lote se privatizó. Sus dueños no viven en este lugar, solo quedó don Carlos Mercerat con sus ovejas en un pequeño rancho de chapa. A él no lo pudieron sacar de allí.

Así como Sam volvió a su tierra, las miembros de estas familias se reencontraron con su paisaje de infancia, esa soledad poblada por recuerdos de una existencia común. Revisitaron el único árbol al que trepaban para acceder a un mundo tan imaginario como propio. Les mostraban a sus hijos los huesos suavizados por el viento con los que jugaban de chicos. Muchos de ellos hacía más de veinte años que no pisaban ese lugar. De a poco todos se fueron asentando en Gobernador Gregores dejando atrás las palabras que articulaban la vida tehuelche.
Esa misma noche se armó un círculo de piedras en donde un gran fuego ardió hasta el amanecer. Bajo ese claroscuro de la llama se narraron otras historias sobre las ruinas del gran relato oficial. La palabra avivada por el fuego fue entrelazando la Historia con mayúscula con las pequeñas historias de los que estaban ahí reunidos, calibrando nuevos modos de resistir el discurso actual de dominación y componiendo nuevos sentidos para nombrarse y nombrar el presente.
Con los primeros rayos del sol se devolvieron los huesos de Sam a su tierra. Los demás regresaron a su cotidianeidad llevándose consigo palabras que guardan espinas, humo, estrellas, cuero, viento.
Por Verónica Battaglia
Equipo de Comunicación Popular Colectivo al Margen