La militancia vegana siembra mayores participaciones en los debates argentinos. De ser considerado una moda “cheta”, ha logrado colarse en discusiones que van desde el qué comemos y cómo lo producimos a debates sobre biopolíticas y ambientalismo presentándose como la alternativa altruista para la salvación del planeta. La tradición argentina le hace frente con brutalidad y rebencazos viralizados por televisión poniendo en tensión un clásico antagonismo argentino.
Algunos dicen que fue una sola persona. Otros que fueron tres. El escenario permite imaginar una escena de acción y suspenso de película. El objetivo está frente al ejército de montaña. Guardias armados hacen rondas vigilando el espacio toda la noche. Las luces del tránsito de la avenida Bustillo dejan todo aún más expuesto. Hay tensión en el cuerpo. La adrenalina acelera la pulsación del corazón y el ritmo de las respiraciones. Los órganos y los músculos parecen más presentes por la presión del torrente sanguíneo dentro de ellos. Se pueden percibir, sentir que están ahí, con sus dolores, sus tensiones, sus fibras. La sangre, el movimiento de la caja torácica, la respiración. El cuerpo presente conecta con la animalidad que todos compartimos y, directamente, con la indignación que les produce la imagen que han decidido vandalizar. Lo consideran un acto de justicia ante el horror del espectáculo pornográfico de la muerte, del exceso del exhibicionismo de la carne vejada puesta como mayor atractivo del negocio. Recuerda la sangre del animal criado, muerto y descuartizado. Esa misma sangre ahora se representa en rojo sobre los ojos, las manos y los costillares exhibidos. Un “Veganizate” en negro establece los términos de la discusión.
“Para mi ese tipo de activismo no es el ideal, yo prefiero estar en la calle. De última acercarme a Alberto y pedirle que incorpore una opción vegana. ¿Por qué una parrilla sólo tiene que tener carne y provoleta? Tranquilamente podrías incorporarles verduras, hongos, carnes vegetales y seguramente si pusiera opción vegana le iría muy bien también a Alberto. Creo que en esa convivencia está el crecer de nuestra sociedad”, dice Matías Báez, Barilochense, militante de Animal Libre, una organización animalista nacida en Chile y que se ha expandido en varios países de América del Sur y África.
A pesar de no estar del todo de acuerdo con el escrache puede comprender a quienes considera sus compañeros y amigos. “También me pongo en el lugar de las personas que hacen este tipo de activismo, que están más motivados por una cuestión emocional, de necesitar una descarga. Esas personas son conscientes del infierno que viven los animales todos los días, del lado más oscuro que tiene la humanidad. Nosotros somos para los animales peores que el diablo. No sé si las personas que describieron el infierno se habrán atrevido a imaginar algo tan osado como lo que los humanos les hacemos a los animales. Entonces si vemos que la sociedad alienta ese consumo, lógicamente se puede sentir esa necesidad de querer romper todo. Uno tiene que convivir con esa impotencia todos los días. Entonces entiendo la frustración y que aparezcan estos escraches”
Alberto decidió que la mejor imagen de su negocio era una pintura de él mismo con dos costillares en las manos. Para muchas personas es un hermoso atractivo que activa las glándulas salivales. Produce placer. Una conexión directa a la tradición del asado argentino, de la carne vacuna argentina por la que nos hemos hecho famosos por el mundo. Alberto hace gala del exceso erótico del costillar como forma de excitar a la clientela. Lo pintó una vez y lo tacharon. Segunda vez y lo volvieron a tachar. Se declara la guerra. En un diario local el famoso asador adelanta el contragolpe, “Lo voy a volver a pintar, pero esta vez con más carne”.
Matías quiere bajar un cambio: “Uno es una persona que lucra con la explotación animal y yo estoy en contra de la explotación animal. Hay que tratar de poder convivir de alguna forma. No para justificar su consumo, sino para no entrar en una situación de violencia social. Hoy en día la población vegana está creciendo y crece día a día. Va a llegar el día en que la población vegana y la no vegana estaremos más o menos parecidas. ¿Qué vamos a hacer? ¿Una guerra civil?”
La violencia desborda la frontera de lo animal.
Gabriel Giorgi es uno de los investigadores de la literatura y de la cultura argentina más interesantes de la última década. Hace unos años escribió un libro llamado “Formas Comunes: Animalidad, Cultura y Biopolítica”, donde expone algunos conceptos al respecto de la administración de los cuerpos, humanos y animales, que pueden ser claves para pensar la particularidad del debate del veganismo y los derechos animales en Argentina. Decidimos llamarlo y, con humildad, nos atiende desde su oficina en la Universidad de Nueva York: “Para mí una de las cuestiones que yo subrayaría que va al corazón de ciertas luchas veganas es que, muy sistemáticamente, lo que les hacemos a los cuerpos que llamamos animales se terminan transfiriendo a tecnologías de la violencia y del dolor aplicadas en humanos. Un ejemplo nítido, en el caso argentino, es la picana. Una tecnología que se usa en los mataderos para conducir a las vacas a la muerte, se transfiere a las cárceles y a los centros clandestinos de detención. La tortura, como tecnología. La transferencia sistemática de tecnologías de violencia y dolor no está nunca asegurada por la frontera de la especie. Nunca es tan nítida. Siempre hubo un vaivén. Es muy interesante para pensar en términos éticos y políticos. Cómo una sociedad organiza y distribuye sus economías del dolor. Aunque queramos pensar que el dolor que se ejerce en cuerpos animales queda allí, sabemos por experiencia histórica que nunca sucede así. Eso interesante para pensar en términos de especismo, menos en términos de una moda medio cheta, medio de sectores que vienen del mundo del espectáculo y anclarlo más en tradiciones y políticas particularmente nuestras”.
Gabriel habla de tecnologías del dolor que pasan del animal al humano y de la tradición. Hoy veo en las redes sociales las imágenes de los trabajadores rurales (se me hace difícil decirles gauchos) atacando a rebencazos a los pibes de organizaciones veganas que habían ido a manifestarse en la exposición de la rural en Buenos Aires. Ese día Matías Báez estaba manifestándose afuera: “Cuando vi la imagen de los golpes, fue súper indignante porque había gente conocida. La Sociedad Rural Argentina es de lo más reaccionario que hay y, como dijo la revista Sudestada, cuando tienen las condiciones dadas lo primero que hace es cagarte a trompadas. Eso me parece algo violentísimo. Si bien los chicos que se metieron adentro de la rural violaron una valla, la gente de seguridad los podría haber retirado sin tanta violencia. Me parece injustificable lo que pasó ahí”.
De la tradición al mundo vegano
La producción de carne estructuró nuestro país, nuestra forma de producción y entonces también nuestra cultura y nuestros consumos, como parte de ella. Desde el gaucho que cuida ganado cimarrón en el campo a los trabajadores de los frigoríficos. Todos comiendo asado. Argentina es el sexto productor mundial de carne, el 90% de la misma se vende en el mercado local y es de los países con mayor consumo de carne per cápita.
Esta tradición parece ser una plomada pesada en el vuelo de las reivindicaciones veganas locales. Al menos así lo ve Matías Báez: “Yo veo que tenemos una dificultad extra en comparación con otros países, pero vamos bien. Es un movimiento bastante joven en Argentina. Tenemos esa particularidad de ser una cultura muy aferrada a la carne. Es algo que está en nuestros genes, en nuestras raíces culturales. Somos un país que todavía no tenemos productos alternativos y sustitutos a la carne como puede pasar en países europeos o del norte en EEUU y Canadá, que ya tienen toda una cultura. En donde uno va al supermercado y tienen hasta carne vegana, hay aderezos, leches. Uno se encuentra el cartón de leche de vaca, al lado el de leche de almendras, leche de coco, leche de sésamo, así uno puede disfrutar de esa variedad y de esa comodidad que es ir al supermercado y elegir un producto que está al lado del otro, entonces es muy fácil sustituir en esos lugares. Acá el consumo y la producción veganos no logran tener éxito por esta cultura que tenemos. Más allá de ello lo vivo con mucho optimismo porque año tras año se crean muchas más organizaciones, cada vez más activistas, más emprendimientos, se arman más ferias, más charlas”
Ana Ratti, otra militante local de Animal Libre tiene aún más optimismo al respecto. “No sé si vamos a poder ver el mundo vegano, pero creo que estamos muy cerca. Creo sí que, si educamos a nuestros hijos de esta manera, como que va a ser mucho más fácil, vamos a dejar este legado. Creo que en algún momento va a haber un mundo vegano. Tengo esa esperanza por muchas razones. El veganismo es por los animales, por la ecología, por el derroche de agua que implica la ganadería, la contaminación, la salud. Como todos los grandes cambios que hubo va a seguir avanzando y en algún momento vamos a vencer. En el punto de vista social, el veganismo es un avance”.
Anti-Especismo
En el corazón de la militancia vegana se encuentra este término que a muchos cuesta entender. El vegano militante se declara antiespecista o animalista. Esto quiere decir que no está a favor de la discriminación moral por especie. No puede haber una especie animal que se declare por encima de otra, ni que crea tener intereses superiores a las demás. Este tipo de discriminación es considerada por los antiespecistas al mismo nivel que el racismo y el sexismo y ha encontrado lugares de concomitancia con otros activismos, en especial en el feminismo.
“Debemos analizar cómo queremos tratar a los otros seres en función de cuanto nos parecemos a ellos”, dice Matías Báez, “Las teorías racistas más extremas, o las teorías de opresión más extremas se basan en la diferencia. ¿Por qué los blancos oprimen a los negros? Porque son negros. Y así podría seguir con un montón de opresiones a lo largo de la historia de la humanidad. ¿Y nosotros por qué hoy en día maltratamos a los animales? Porque no son humanos. E incluso ¿por qué maltratamos a las vacas y no a los perros? Eso también es una cuestión cultural. Uno no cuestiona que un león no se coma una cebra por ejemplo. Un León no tiene esa herramienta de decisión. No tiene la capacidad de comer otra cosa. No tiene la alternativa. No hay un dilema ético en que actúe de esa manera. En cambio nosotros si tenemos una opción para elegir. Entonces ahí sí tenemos una cuestión ética de elegir de comer lo que haga el menor daño posible”.
Matías tiene argumentos que despliegan sensatez en la charla, pero no es algo que suceda siempre en el debate vegano argentino. En algunos casos el veganismo no puede despegar de un argumento de clase, medio cheto y de moda. Se refuerzan viejos estigmas de la Argentina como país bruto, violento, incivilizado y tercermundista, frente a la modernidad y buena cultura del primer mundo. Al respecto Gabriel Giorgi cree que: “Si las luchas veganas no ponen la cuestión de clase o las inflexiones de clase en el centro del debate, pueden ir a un lugar complicado, poco productivo y que refuerzan ciertos estereotipos de jerarquía social, de atraso cultural, etc. Eso habría que interrumpirlo”.
Para explicar su crítica el autor cita la investigación de María Carman al respecto de los diversos movimientos animalistas que, en el área metropolitana de la ciudad de buenos aires, hicieron diversas manifestaciones en pro de los derechos de los caballos que tiran carros. “Mientras la agencia del caballo es crecientemente reivindicada, aquella del carrero solo es resaltada en términos de agresión o explotación. Si la personalidad de los caballos se recorta a partir de una suma de atributos positivos, la personalidad de los cartoneros se hace igualmente acreedora de una enfática adjetivación negativa, conformando un juego de opuestos”, dice Carman.
Giorgi agrega: “Hay zonas muy ambivalentes, problemáticas y difusas que no estoy seguro que algunas zonas del activismo vegano anti-especista se haga cargo y creo deberían. Si empezamos a contraponer derechos animales a derechos de personas muy precarizadas en sociedades profundamente desiguales, como la Argentina, estamos frente a un problema ético-político de fondo muy profundo y no ayuda en nada a un debate más interesante y productivo al respecto del especismo. El debate entre carne y capital, el debate entre cuerpo y capital, es uno de las posibilidades más productivas y a la vez más revulsivas del debate sobre veganismo. Muchas veces la discusión mediática lo aplaza. Si el debate sobre derechos de animales se enfoca en caballo que tira el carro a mí me produce desconfianza. En cambio, si el debate va al modo en que se produce carne en la argentina, en las granjas que producen pollos y en los feed-lots de las vacas, bueno, conversemos. El debate debe orientarse a las grandes formas de acumulación de capital. A mí me parece que el veganismo puede ser un activismo muy interesante, con valor emancipatorio y real si pone la mirada en los modos de producción. Si no nos podemos quedar con una moda para consumo, que parece que queda bien, pero que tiene las patas muy cortitas porque no toca ninguna fibra neurálgica del capital que es la máquina de la violencia”.
NÚMEROS QUE NO CIERRAN
Hay una parte interesante del veganismo que entiende que la lucha va más allá que lograr un lugar en la góndola de supermercado, y se enlaza con la no sustentabilidad del modelo de alimentación a base de productos animales. Matías Báez lo tiene muy claro: “Los derechos animales llevan también a una reducción del impacto en ambiental muy grande. Según datos de la FAO, la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura, para producir un kilo de carne se utilizan entre 10 y 20 kilos de cereales. Con eso podemos alimentar mucha más gente que con un kilo de carne. Y eso tiene un impacto súper directo en el medio ambiente, porque la cantidad de tierra que se necesita para producir alimentos para una persona vegana es mucho menor que la que se necesita para los alimentos de una persona no vegana.
El informe de la FAO del que habla Matías es lapidario con la ganadería: “Se requieren 1.500 litros de agua para generar un kilo de granos y 15.000 litros para producir un kilo de carne”, dice en su web[1]. Además, la frontera agrícola avanza sobre la selva, los montes, sobre la poca naturaleza que queda en el planeta, para alimentar más ganado encerrado en feed-lots a base de soja y maíz transgénico, matando la biodiversidad. Está claro que la producción mundial de carne no es sustentable, requiere recursos enormes y eso no alcanza a alimentar a todo el planeta, sino que su consumo va a poblaciones de alto poder adquisitivo como Estados Unidos, Europa o el mercado asiático.
Según datos de la Cámara de Industria de Carnes y Derivados, este año los argentinos comieron 7 kilos menos de carne per cápita. El consumo se retrajo un 11,3% en lo que va del año y la carne entre Septiembre de 2018 y Septiembre de 2019 aumentó un 69%, más de 20 puntos por encima de la inflación promedio. Esto se relaciona con la creciente demanda exterior. Este año las exportaciones llegaron a 471,6 mil toneladas en los primeros ocho meses del año, lo que implica un crecimiento del 41% anual. Preocupa que haya bajado el peso promedio del animal faenado, ya que explica que para satisfacer la demanda extranjera se matan animales cada vez más jóvenes. Este tipo de práctica había puesto en jaque a la industria ganadera a mediados de la década pasada y es el fruto de la especulación financiera dominando por sobre una producción estratégica y sostenible.
De movimiento de chetos a solución del problema del hambre.
Estos datos surgen mientras el congreso argentino debate la ley de Emergencia Alimentaria y auguran que los problemas de hambre en Argentina pueden seguir presentes pese a los cambios de gobierno y la baja de la inflación. Tienen que ver mucho con el modelo de producción que sigue atado a la carne pero de manera indirecta. Ya no tenemos el ganado, sino que se apuesta a la soja y al maíz en su mayoría transgénicos que se exportan a otros países para alimentar vacas, cerdos y pollos extranjeros. No humanos.
Matías Báez cree que, a pesar de ser visto como cheto, en el movimiento vegano hay una solución: “Creo que durante mucho tiempo tuvimos el preconcepto de que el veganismo surgió para los chetos de Palermo. Se ha generado ese estigma. Pero si uno analiza la cantidad de recursos que se necesitan para alimentar a un vegano se da cuenta que necesita mucho menos. Es mucho menor. Necesitas cereales, legumbres, mucha menos tierra, mucha menos agua. Creería que la carne sí termina siendo para personas de muchos más recursos. ¿Cuántas personas de nuestra sociedad pueden comer lomo todas las semanas? En cambio porotos, polenta o arroz, casi todo el mundo puede comprar. Esas son las cosas que consumimos las personas veganas. Si uno lo piensa, si dejáramos de consumir animales, con la producción que hoy tenemos de cereales y legumbres alcanzaría para darle de comer a todas las personas del mundo”.
Para Gabriel Giorgi el debate es importante y aún no está cerrado: “Argentina tiene ciertos tipos de debates que parecen atravesados por una polarización muy extrema, porque la desigualdad es muy extrema. Vos tenés un activismo vegano que adquirió una visibilidad inesperada para mí en poco tiempo, pero tenés también, pero a la vez las políticas de precarización brutal hacen que el consumo de carne se vuelva un reclamo que tiene que ver con la igualdad social y política. La cuestión de clase no puede ser secundaria en este tipo de debate. Porque el asado no es solo el asado, sino también la alimentación, el asado como símbolo de acceso a un tipo de alimentación de tradiciones culturales, en donde las personas lo sienten como una expropiación”. El autor se refiere a algunos grafitis de campaña que hablan de que “si vuelve Cristina, vuelve el asado”.
Una comisión internacional de 37 científicos llamada EAT-Lancet[2] que trabajan en busca de un sistema mundial de alimentación sostenible presentó hace poco un informe que abala la idea de abandonar la carne. El informe hace foco en la realidad de que para el 2050 va a haber que alimentar a unas 10 mil millones de personas en todo el mundo y con el sistema actual no será posible. Para ello propone “duplicar el consumo de alimentos saludables como frutas, verduras, legumbres, nueces y semillas, y una reducción de más del 50% en el consumo mundial de alimentos menos saludables como los azúcares añadidos y la carne roja (principalmente reduciendo el consumo excesivo en los países más ricos)”. El objetivo de la reforma no sólo es lograr terminar con el hambre sino que redundará en la salud de las personas, cumplirá con los objetivos de reducción de emisión de gases a la atmósfera (cosa que según argumentos exhibidos por el movimiento veganos tiene una fuerte relación con la ganadería), un mejor aprovechamiento del agua y una baja en los niveles de extinción de especies que con el sistema actual es cada día más alto.
La necesidad de una reforma agraria
Llevar a cabo un objetivo de ese estilo en argentina implicaría un importante cambio en el sistema productivo de alimentos. Una importante reforma agraria y productiva sería necesaria. Cobra fuerza la propuesta del dirigente social Juan Grabois ampliamente criticada por los capitales concentrados que simulan entrar en pánico y los medios hegemónicos que se hacen eco del susto de clase.
Dijo el dirigente de la CTEP: “El 2% de los productores conservan el 50% de la tierra en la Argentina. Los pequeños productores solo tienen el 17% de la tierra. Seguimos teniendo una estructura agraria absolutamente regresiva y concentrada. El 70% de la tierra productiva se da en arrienda, o sea que sus propietarios no viven en ella y viven de rentas. Viven de arriba, con una especie de beca de por vida que es resultado del pecado original de nuestro Estado nación que tiene que ver con la Conquista del Desierto, con el despojo de la tierra a las comunidades indígenas. Hoy sigue una estructura de grandes propietarios que acaparan una riqueza que debe ser redistribuida”. En base a este análisis la propuesta de Grabois supone, entre otras cosas, hacer una expropiación de 50.000 parcelas y entregarlas a productores que las paguen a 10 años, que no haya propiedades de más de 5000 hectáreas y que se les entreguen títulos a las comunidades indígenas que reclaman sus territorios. Eso implicaría un golpe al monocultivo, a los agrotóxicos y a la concentración de la producción en las manos del capital financiero y especulativo que mete semillas en silobolsas, para venderlas al momento que el mercado le dé el mejor precio y no cuando el país tiene hambre.
Las respuestas que tuvo la propuesta dentro del mismo progresismo argentino – el que seguramente cantó “A desalambrar”, de Viglietti, en algún fogón militante- estuvieron muy preocupadas por bajar la apuesta. Al respecto, Gabriel Giorgi, cree que “Van a haber respuestas facilongas y caretas, pero nos va a obligar a revisar muchas de nuestras narrativas progresistas, que son fundamentalmente desarrollistas, donde la cuestión de la relación con lo otro viviente, con la red de interdependencia vital, la relación entre humano y no humano, va a tomar una gravitación, por imposición y no por conciencia, mucho más fuerte en las formas que pensamos lo político. Hay una movida política del neoliberalismo de justificar y legitimar el desastre como nuevo modo de acumulación intensa, pero hace evidente que desde el progresismo no se pueda dejar la cuestión ambiental como una especie de nota al pie de lo que va a venir en el futuro, sino que ya tienen que ser parte de la agenda inmediata”. El debate sobre el modelo productivo, si vamos a vivir del monocultivo sojero/maicero – agrotóxicodependientes – o pensaremos en un proyecto de país más sano.
El intelectual nacido en la docta, pero radicado ahora en la gran manzana cree que “el desastre del Amazonas, por ejemplo, vuelve inevitable el hecho de que la cuestión ambiental quede en el centro de los debates políticos. Ya no podemos hacer como sí lo que llamamos naturaleza y los animales sean una especie de trasfondo mudo sobre el cual imaginamos nuestras fantasías de progreso. La tragedia amazónica tiene un dramatismo global, encarnado en esa nube de humo que se expande como una mancha planetaria”. Y finaliza: “Ante el espectáculo del capital como paroxismo suicida surge la necesidad de movilizar saberes y prácticas que tengan que ver con los modos de garantizar y asegurar la reproducción de la vida. Saberes que tienen que pasar al centro del debate político. Desde el progresismo argentino, quizás por la urgencia de la catástrofe, hay que ir trabajando de a poco. Hay que escuchar y aprender de saberes que ya están disponibles de este tipo de luchas. Son los saberes de los pueblos originarios y son los saberes que vienen del feminismo. Esos saberes están desde hace mucho, no hay que inventarlos. Son saberes y luchas, saberes sobre las luchas, de donde pueden salir vocabularios de futuridad en un momento suicida del capital. El antropólogo brasilero Eduardo Viveiros de Castro dice que los indios ya pasaron por el fin del mundo y sobrevivieron. El fin del mundo fue la colonia y los saberes de la supervivencia los tienen ellos. Abrir los canales culturales para los saberes indígenas es parte acuciante del presente”
Por: Ramiro Saénz
Fotos: Ramiro Saénz.
Equipo de
Comunicación Popular Colectivo al Margen
[1] http://www.fao.org/americas/noticias/ver/es/c/229495/
[2] https://eatforum.org/content/uploads/2019/01/Report_Summary_Spanish-1.pdf