Este año se veneran los 100 años del Maruchito, santo popular con origen en la Línea Sur de Río Negro. La historia del santo y una recorrida visual en esta crónica de Al Margen.
La ruta 67 de Río Negro, provincial y de ripio, conecta Comallo con General Roca. A diferencia de la Ruta 40 o la 237, son caminos poco transitados y nada turísticos, que recorren la inmensa belleza de la estepa y el monte patagónico, peregrinando entre cerros, cañadones y bardas. Atravesados por mallines que alimentan a las ovejas en primavera, lagunas de estación donde migran los flamencos y grandes extensiones por donde corren los choiques.
Estas tierras fueron habitadas desde tiempos inmemoriales, donde el andar por la estepa, de mar a cordillera, era una forma de vida. Desde las campañas militares genocidas, en el siglo XIX, los desplazamientos forzados formaron asentamientos permanentes y las estancias restringieron la libre circulación. A la vera de la ruta fueron creándose pueblos como Mencué, Laguna Blanca, Cerro Policía o Aguada Guzmán. Parajes que nuclearon a indígenas, mapuches y tehuelches, e inmigrantes sirio-libaneses que montaron casas de comercio.
Más de cien años atrás la Ruta 67 era muy diferente. Antes de la llegada del Tren Patagónico, era el camino obligado de los viajes de personas y de mercancías para ir a las ciudades que crecían en la cordillera. Ahí pasaban grandes caravanas de carretas que unían el Alto Valle con Esquel, en viajes que duraban más de un mes llevando las provisiones que llegaban por el puerto de San Antonio.
Fue en 1919, durante un viaje de Esquel a Roca, cuando en una caravana viajaba Pedro Farías, un chico de 12 años que acompañaba cumpliendo tareas de “marucho”. Con ese nombre se conocía a los niños que se encargaban de los quehaceres considerados menores, como cuidar a los caballos, darles agua o buscar leña para el fuego. Solían ser huérfanos o entregados por sus familias para que tengan un plato de comida diario, a cambio de un trabajo.
Poco se sabe de la procedencia de este maruchito, pero sí se conoce su destino. Una noche, durante el descanso de la caravana en Barda Colorada, este chico quiso tocar la guitarra. Le pidió prestada la suya a Onofre Parada, el capataz, un tipo de mal carácter, que le negó el pedido. Pedro lo desobedeció. En una distracción del capataz se la sacó y, al lado del fogón, empezó a tocar. Cuando Parada se dió cuenta se acercó por atrás y le ensartó dos puñaladas, y se perdió en el monte. El resto de la compañía fue a buscar una curandera chilena que, según cuenta la tradición, vivía a unas dos leguas del lugar. Cuando finalmente llegó nada quedaba por hacer. El maruchito había muerto.
Como pudieron cavaron un pozo y lo enterraron. La caravana siguió al día siguiente. Unas familias del lugar encontraron la precaria sepultura a los pocos días y le armaron un pequeño cajón de adobe para que quedara mejor guarecido. Según cuenta la leyenda, al tiempo, comenzaron algunos fenómenos inexplicables. Por las noches se escuchaba una guitarra sonar cerca de la tumba de Pedro Farías. La gente de los parajes cercanos empezó a tener cierta veneración, al pasar por el lugar hacían un alto en el camino para dejar una ofrenda o prender una vela. Fue así que Pedro se convirtió en “El Maruchito”, un santito popular, oriundo de la línea sur y una devoción de la gente de campo.
Fue a finales de los años ‘60 cuando Ricardo Tello, maestro normal nacional, llegó como director de escuela al paraje de Aguada Guzmán, a unos 10 km de la tumba. Por las familias del paraje se enteró de la historia del santito que concedía buena salud y cumplía promesas, por lo que visitó el lugar. Ahí se encontró con una pequeña ermita, medio abierta y con los huesitos quemados a la vista. De tantas velas prendidas los incendios eran frecuentes. A Tello le pareció que el Maruchito necesitaba un mejor lugar de descanso, por lo que construyó, con ayuda de la comunidad, un pequeño santuario donde guardar los restos de Farías.
En ese tiempo la escuela del lugar estaba decidiendo su nombre. Al maestro no le gustaban las propuestas que llegaban desde el Consejo Nacional de Educación. Le parecían lejanos los Belgrano, Quiroga o Sarmiento. Necesitaba algo más local y con sentido para el paraje. Fue así que propuso llamar a la escuela “El Maruchito”. Al principio fue resistido por las autoridades, que no gustaban mucho de la idea de un nombre religioso, para peor popular. Tello tuvo que argumentar bien. En su informe escribió “Nombramos esta escuela así para que no haya más chicos como Pedro Farías, que no tengan más opción de vida que el trabajo”.
La figura de este santito popular creció. En 1995 la gente de los parajes cercanos comenzó a hacer una peregrinación anual al santuario en agradecimiento. Este año se cumplieron 100 de la leyenda del Maruchito y la fiesta fue muy especial.
Fotografías: Eugenia Neme
Por Agustín Assaneo
Equipo de Comunicación Popular Colectivo al Margen