Las raíces de la historia menonita tienen una profundidad centenaria, intensa como los ojos claros de los niños que empujan carros con bidones metálicos cargados de agua o leche. Su historia —esos ojos— no pueden explicarse en párrafos breves.
Visitamos «La Nueva Esperanza», una de las últimas colonias menonitas latinoamericanas que conservan aquel estilo de vida simple propuesto por el patriarca Menno Simons, dirigente anabaptista quien por la segunda década del 1500 acompañó la reforma luterana y proclamó con firmeza y constancia la necesidad de vivir conforme a los principios cristianos basados solo en la Biblia. Sus seguidores crearon un movimiento que insiste, desde entonces, en la sencillez, la austeridad y el trabajo como pautas de conducta indiscutibles.
Cornelio, de especialidad: carpintero, nos recibe en su taller y nos cuenta que la comunidad se estableció en La Pampa allá por 1986, luego de que un numeroso grupo de familias decidieran distanciarse del mal que había ingresado a las colonias de México; país del que proviene la mayoría de miembros de «La Nueva Esperanza». El mal puede traducirse como la modernización, los adelantos técnicos que «solo hacen vago al hombre», y cosas como el celular. «Pero de acá a dos-tres años esto va para lo mismo», dice Cornelio sin mostrar enojo e invita un mate.
Los fundadores de la colonia pampeana compraron diez mil hectáreas de una antigua estancia del sureste de la provincia, a treinta duros kilómetros de tierra y piedra desde Guatraché, la localidad cabeza-departamental donde se abastecen habitualmente. Se establecieron y dividieron las tierras en proporción al aporte que realizó cada una de las familias. El censo nacional de 2010 contó menos de 1400 habitantes, pero relevamientos internos de principios de 2018 suman más de 1600.
«Acá trabajo con mi padre y mis hermanos», dice Juan Loewen, un joven de 24 años que dirige una próspera empresa metalúrgica que construye —entre otras cosas— casillas rodantes para productores y contratistas agropecuarios. Casillas de manufactura artesanal, con niveles de precisión y calidad reconocidos en toda la región. Juan es la nueva generación de menonitas que vive la transición de su comunidad como algo inevitable: «hay cambios necesarios; no de antojo ni por comodidad. Hay cambios necesarios», repite y sonríe. Su cordialidad discrepa con la mirada de su hermano Genaro, quien se muestra reacio a las fotos.
En Argentina existen otras dos comunidades menonitas: la de mayor crecimiento en Santiago del Estero y otra en San Luís, ambas con características menos ortodoxas. La Nueva Esperanza resiste. Juan nos invita a su hogar y al ingresar nos saludan con timidez sus hermanas y madre. María, la menor, trenza su cabello con habilidad; al salir se pondrá un delicado pañuelo blanco —símbolo de pureza y soltería—. Su madre, como toda mujer casada, luce un bello vestido oscuro, floreado, hecho por ella misma. Se miran cómplices y conversan en plauttdeutsch, un «alemán bajo» dificilísimo y cerrado incluso para quienes hablan deutsch. Ellas no usan el español abiertamente, solo los hombres lo hacen.
Todo está impecable en el hogar, la limpieza es directamente proporcional a la prolijidad que los caracteriza. Por momentos es fácil creer que la vida en estos campos es tan ideal y sencilla como tranquila, pero hay —casi imperceptibles— sensaciones de tristeza y pesar que se transfiguran en las miradas.
Entre las normativas comunitarias, las advertencias sobre la tenencia de artefactos eléctricos son contundentes (solo se habilitan los de uso laboral, abastecidos de energía por generadores a combustible); no deben tener celulares, ni autos —incluso los tractores son acondicionados: se reemplazan las cubiertas de caucho por otras de hierro; se cortan los parantes superiores y se retira cualquier aparato innecesario como las radios—.
Las principales fuentes de ingreso en La Nueva Esperanza son la producción láctea, la metalúrgica, la agricultura y en menor escala la carpintería y el comercio.
Se hace tarde. Al retirarnos, Juan nos agradece la visita. Le digo que volveré en un par de días y nos tomaremos unos mates. Se ríe y aprueba la propuesta. Saluda y vuelve al trabajo: suficiente recreo por hoy.
Por Migue Roth
Fotos de Javier Corbalán
Equipo de Comunicación Popular Colectivo al Margen