La importancia social, educativa y cultural de los Centros de Cuidados Infantiles como espacios de posibilidad, aprendizaje, derecho y juego resulta fundamental. Algunas ideas, aportes y datos sobre estos lugares que garantizan la inclusión educativa de adultxs, jóvenes y niñxs.
La ley nacional de Educación 26026 sancionada en diciembre del 2006 sienta las bases para pensar y garantizar una educación pública accesible como posibilidad de todos los sectores sociales y de diversos niveles etarios. Dicha ley regula el ejercicio del derecho de aprender y enseñar desde el ámbito jurídico, sin embargo la ley en papel no garantiza la puesta en marcha efectiva de esta realidad concreta: la necesidad de que nadie quede afuera del sistema educativo y que el derecho social a la educación no sea un privilegio sino una oportunidad y una herramienta para construir una realidad más equitativa en un marco de justicia e igualdad.
En este sentido es necesario un Estado presente que tenga como prioridad garantizar la inclusión educativa a través de políticas universales y de estrategias pedagógicas y de asignación de recursos que puedan llegar a materializar la inclusión educativa como una realidad y no un simple slogan.
La existencia de Los Centros de cuidados infantiles y su vínculo con el derecho a aprender de Jóvenes, adultxs y niñxs en escuelas de Jóvenes y adultxs de nuestra ciudad es parte de esa realidad.
En Bariloche funcionan varios centros de cuidados infantiles donde lxs estudiantes de escuelas de adultxs pueden llevar a sus niñxs mientras ellxs estudian, comparten aprendizajes y construyen conocimientos. Algunos de los colegios que cuentan con espacios de cuidado son: Cem 77, Cem 104, Colegio Aitue, entre otros. Esta posibilidad implica poder dar respuesta a una necesidad concreta: muchxs jóvenes y adultxs no podrían seguir sus estudios sin tener un lugar de cuidado para sus niñxs. Y en este punto son mayormente las mujeres quienes ven en estos espacios de cuidado la posibilidad de volver a retomar los estudios y el vínculo con instituciones donde vuelven a comenzar sus trayectorias educativas.
Son también algunos varones quienes aprovechan esta oportunidad, pero en menos proporción. En general se prioriza que la madre se quede con el niño o niña. Es común que los adultxs que concurren a establecimientos nocturnos tengan familia con hijxs pequeños, hecho que puede ser causal de deserción ante la imposibilidad de dejarlos al cuidado de otras personas o el peligro que significa que queden solxs en los hogares durante el horario de dictado de clases.
Desde este punto que se garanticen estos espacios no solo repercute en el derecho de jóvenes madres y padres a poder estudiar sino que además se relaciona con el derecho al aprendizaje, a la recreación, al cuidado de muchxs niñxs que también vivencian estos espacios como oportunidad y habitan estos espacios como lugares valiosos de pertenencia. La importancia de ponderar ser estudiante-madre-o padre y dejar de lado esa injusta realidad en la cual muchas mujeres que quedan excluídas de la escuela al ser madres, teniendo en cuenta además que muchas maternan solas, es decir, sin tener la figura paterna presente, es fundamental para soñar y hacer real la inclusión educativa y la igualdad en el acceso a las posibilidades que brinda la educación.
Laila, de 21 años es estudiante de tercer año del Cens Salesianos de la Patagonia, escuela vespertina de adultxs, ubicada en el Barrio El Frutillar. Ella concurre a la escuela mientras su niño se queda en el centro infantil “Juanito Bosco”, espacio de Las Damas Salesianas que sirve para cuidado para lxs hijxs de entre 1 y 3 años de lxs estudiantes del turno tarde que permite que puedan finalizar su escolaridad y alcanzar el título secundario. Desde allí se promueve el aprendizaje desde una enseñanza centrada en el juego, la construcción de escenarios y la multi- tarea, ofreciendo distintos materiales para explorar y disfrutar, con talleres de arte plástica, música y motricidad, en un espacio de contención necesaria de una sala maternal. La estudiante cuenta que: “Mi hija concurre al jardín y aprende a conocer diferentes cosas, a compartir, a reconocer sus cosas, ella aprendió a ser amable con sus compañeros, vincularse con diferentes nenes de otras edades, a aprender a escuchar y respetar, y hacer diferentes cosas”. También Yazmin que concurre al mismo secundario explica que “Gracias a la posibilidad de que mi hijo pueda estar en el centro de cuidados, aprendió mucho a compartir, a tener hábitos de horarios de entrada y salida, a formar vínculos con otras personas más grandes y niños. Y también me ayuda a mí a poder cursar y estudiar más tranquila…”
Sentires
Los sentires y pensamientos de las estudiantes que dejan a sus hijxs al cuidado de las educadoras de los centros infantiles son todos positivos al ver este espacio como un ámbito no solo de cuidado y contención, sino un valioso lugar de socialización y pertenencia, un lugar de juego y aprendizaje y sobre todo como un lugar de posibilidad, de doble derecho.
Para conocer más de estos espacios y haciendo foco, además, en el territorio de Virgen Misionera, dieron su voz docentes del centro de cuidados infantiles del secundario nocturno Don Jaime de Nevares. Ellas, desde su mirada pedagógica y humana dejan en claro la fuerte importancia social y educativa de estos espacios de aprendizaje y cuentan algo de la historia y de la lucha por ponderar estos espacios. Eugenia Rodríguez, Olga Jadur, Stella Ashef relatan sobre el origen del espacio de Cuidado y recreación “Caritas Felices” parte del secundario nocturno de Virgen Misionera, una de las diez Escuelas de la Fundación Gente Nueva.
Cuentan que fue gestado en el año 1997 por la comunidad educativa desde una necesidad del barrio para finalizar sus estudios secundarios y que comenzó sus actividades en el año 1998 gracias al trabajo colectivo de varias personas.
Originalmente estos lugares comenzaron a funcionar con la figura de “madres cuidadoras”, beneficiarias de planes sociales. Luego con la resolución 445 del Consejo Provincial de Educación en 2015, se produce la creación de los Centros Infantiles para acompañar y propiciar la educación de padres y madres que concurren a establecimientos educativos de Nivel Medio – modalidad Jóvenes y Adultos – y determinando la figura de un equipo de trabajo ( Coordinación ) compuesto en un principio por un Maestro o maestra de Grado de Escuela Primaria Común y un Maestro o maestra de Sección de Nivel Inicial más un Auxiliar de Cuidado quien acompañaba a lxs docentes a cargo del Centro Infantil. Dicho momento de importancia simbólica y concreta se relaciona con la intervención fuerte del Estado que no solo formaliza el espacio, sino que además garantiza los recursos, capacitaciones y equipo docente.
Hoy “Caritas Felices” propone un proyecto educativo no formal a fin de acompañar el desarrollo integral, teniendo en cuenta la diversidad socio-cultural y no reemplaza la formación pedagógica que brindan el jardín de infantes y las escuelas primarias. Además comparten alimentos, focalizando también en el derecho a una alimentación saludable, en un ámbito cálido solidario y ameno.
A partir de una encuesta realizada se pudo visibilizar que más del 90% de lxs estudiantes que concurren al Colegio y llevan a sus hijos/as al espacio terminan sus estudios secundarios, llegan a las metas luego de diversos caminos y emergentes. Muchas veces son lxs propixs niñxs lxs que estimulan e incentivan a sus padres y madres a concurrir a la escuela, este espacio es un espacio de pertenencia para lxs niños y lo hacen notar. Se sienten protagonistas, valiosxs compartiendo en las salas. Esto a su vez favorece la asistencia de lxs estudiantes que pueden estudiar, aprender y construir conocimientos. Permite la continuidad, haciéndole frente al gran fantasma de la escuela de adultxs: el abandono escolar.
Lxs jóvenes en su mayoría entre 16 y 20 años – aunque también un considerable número de personas adultas -se acercan a la escuela con un proyecto de estudio que no significa para ellxs una decisión fácil, teniendo en cuenta que en algunos casos la desescolarización viene desde mucho tiempo atrás. En su mayoría se plantean seguir estudiando debido a la cercanía de la escuela a sus casas y en busca de educación y de una no expresada, pero sí sentida, contención. Son muy pocos lxs que tienen trabajo formal y deben elegir entre seguir dejando pasar la vida en las esquinas del barrio, “changuear” o tratar de superarse y para nuestra satisfacción, aquellos que dan el paso generalmente no se arrepienten y continúan en el sistema.
Leyendo los documentos de “Caritas Felices” se puede observar la lucha por el reconocimiento de la importancia de no solo gestar dichos espacios, sino de fortalecerlos, defenderlos y mejorarlos con el tiempo. En este punto explican que “En los sectores populares de nuestra sociedad, la escuela cumple un papel fundamental en la formación integral de quienes asisten a ella y complementa su accionar educativo con las familias. Con la incorporación de la familia al quehacer de la Escuela, los efectos del trabajo educativo se potencian infinitamente, ya que es posible, además de la capacitación útil que reciben lxs jóvenes y adultxs, lograr un consenso de criterios en la educación de lxs niñxs, evitando de esta manera el divorcio entre la escuela y la familia y los dobles mensajes que se derivan de esta situación. Además, esta forma de trabajo en la que “el adentro” y “el afuera” interactúan en forma permanente, generando nuevas relaciones con las familias y comunidad educativa en general es una de las características primordiales de una Escuela de Gestión Social, como lo es el Colegio Don Jaime de Nevares”.
El poder de las palabras
El encuadre socio-cultural permite brindarle a cada niñx, de acuerdo a sus características individuales y sus necesidades reales, la posibilidad única de disfrutar al máximo las propuestas y poder aprovechar las situaciones de aprendizaje que se plantean en cada actividad a través del juego.
Las docentes explican también que “ En el espacio ponemos miradas sobre los derechos de las infancias, teniendo pilares fundamentales que sostienen la tarea en lo cotidiano. La centralidad del proyecto es abordar el juego como un lugar para la creación, invención y construcción donde el adulto referente y disponible pueda despertar en niños y niñas el deseo de jugar, ofreciendo espacios, tiempos, materiales, mediados por intervenciones docentes, favoreciendo la construcción de subjetividades. Desde el proyecto tenemos pautada una articulación con estudiantes del Colegio participando de espacios de encuentros con propuestas lúdicas y literarias, como así también algún proyecto de lxs estudiantes en diferentes áreas con el Centro infantil”.
Las educadoras, además, trabajan fuertemente en la concientización de comenzar a llamar las cosas por su nombre, teniendo en cuenta el valor que tienen las palabras, lo qué se dice y cómo se dice ya que “el lenguaje construye mundo”. Y piden a la comunidad educativa: docentes, familias y estudiantes comenzar a llamar a los centros infantiles como corresponde ya que lxs niñxs no se “guardan” sino que aprenden, se recrean, y juegan, desde una actitud activa y creadora. Por eso explican que intentan ir transformando el nombre inicial de estos espacios llamados anteriormente “Guarderías”.
El desafío está en seguir en la búsqueda de mejores estrategias para brindar una educación de calidad para diversos sectores tanto adultxs como adolescentes; construyendo redes comunitarias entre todxs, ejercitando y ejerciendo la justicia social, la solidaridad y el bien común como herramientas valiosas y poderosas para construir un mundo donde quepan infinitos mundos. Teniendo en cuenta que la consolidación de derechos proviene de luchas desde abajo, de necesidades concretas, que lejos de ser un regalo son fruto de la demanda y del trabajo en comunidad.
Como decía la pedagoga y educadora María Montessori, referente en la defensa del juego como valor primordial: “La primera tarea de la educación es agitar la vida…” es en estos espacios de creación y posibilidad donde la inclusión no es quimera sino hermosa y necesaria realidad.
Por Agustina Lastiri y Ayelén Lagrás
Para Revista al Margen