Las nuevas narrativas buscan desplazar los sentidos de los cuentos tradicionales para proponer una nueva poética donde el concepto de infancias es otro y la clave de género se hace ineludible. Estas nuevas tramas intentan correr la frontera entre lo real y lo posible poniendo en evidencia el carácter contingente y político de dichas categorías.
Los cuentos tradicionales son relatos nacidos en tiempos muy antiguos y conservados por la memoria del pueblo que llegan hasta nosotros en sus versiones escritas y audiovisuales. Se pensaron para dar una explicación general de la vida, que fue pasando de boca en boca, impregnándose de los enigmas de cada época hasta fijarse en el papel por los recopiladores más famosos como los hermanos Grimm, Perrault y Andersen.
Las versiones de Perrault del siglo XVII se acercan más a la realidad de la época, muestran secuencias cruentas y cierran con una moraleja, en consonancia con una concepción de infancias como un adulto en miniatura. En estos relatos se les advierte que para sobrevivir es necesario abandonar el hogar y salir al encuentro del mundo en donde la valentía, la astucia y la suerte son cualidades vitales. Mientras que en el siglo XIX, cuando los Grimm recopilaron el saber de su pueblo, se pensaba a las infancias con necesidades propias, y en íntima relación con esta postura, sus versiones de los cuentos presentan un mundo más idealizado donde el bien y la virtud son correlato de la felicidad.
Antes de analizar las nuevas reescrituras contemporáneas nos parece importante relevar las críticas que se le hacen a los cuentos tradicionales para pensar las razones para seguir leyéndolos. Machado en su libro Clásicos, niños y jóvenes registra las siguientes preguntas: ¿No es absurdo contar historias llenas de reyes y reinas como si fuera deseable ser noble y vivir en palacios y olvidarnos de los desposeídos que no tienen lugar donde vivir? ¿No es una provocación mostrar a las mujeres como unas tontas, que están a la espera de un príncipe encantado que tome todas las iniciativas y de quién dependa su salvación? ¿No es antiecológico mostrar al lobo como villano, cuando en realidad se trata de una especie de animal amenazada? Si bien estas preguntas son pertinentes, argumenta la autora, están cargadas de ciertos malentendidos.
Consideramos que estos malentendidos ocurren porque la literatura no tiene un material específico, usa las mismas palabras que usamos todos los días para ordenar, informar, prometer, pero las usa de otro modo. En los cuentos se suspende la lectura literal y se desplaza el sentido, como bien lo advirtió Coleridge en su pacto de lectura donde establece que el lector para acceder a universos de palabras tiene que suspender su descreimiento a cambio. Y esto las infancias lo saben muy bien, saben que un lobo no habla pero que a efectos de que la historia se desarrolle hace de cuenta que cree. A su vez, nosotras nos preguntamos si esto no tiene que ver más con una cuestión del adulto, con una posición moralizante y poco familiarizada con la literatura, que con la sensibilidad de las infancias.
El gran mercado editorial en consonancia con esta preocupación adulta, y porque sabe muy bien que el encanto de dichos relatos es inagotable, imprime libros donde ciertas partes constitutivas de los cuentos se suprimen sin otra intención más que aleccionar o estar a tono con lo políticamente correcto. Es necesario no olvidar que los cuentos son producciones culturales con una lógica propia dada por los elementos de esa trama, que están en íntimo diálogo con las problemáticas de su tiempo, y que si se recortan o invierten alguna de esas partes tiene que haber una buena razón literaria para hacerlo. Afortunadamente, existen editoriales independientes o editoriales que apuestan al hecho poético que publican nuevas narrativas que recrean estas tramas, no para censurarlas sino para decir algo nuevo.
Las nuevas princesas tienen bien claro que su linaje es literario y que su relación con la realidad no tiene que ver con lo verificable sino con lo imaginable. En palabras de Butler:
“La fantasía no es lo opuesto a lo real, es lo que la realidad impide realizarse…La promesa de la fantasía es retar los límites contingentes de lo que será y no será designado como realidad”. Las nuevas princesas buscan otros modos de habitar este mundo, se valen de palabras intensas que no domestican la realidad sino que descubren dimensiones inéditas en ella.
Como La princesa guerrera que es rescatada de su profunda tristeza por una cazadora que le ofrece como regalo su larga cabellera roja. O La durmiente, que no se queda dormida por un hada mala, ni por un huso en una torre abandonada, sino que cierra los ojos ante tanta hambre de su pueblo, pero al final se despierta ya no por el beso de un príncipe sino por el cañón de una revolución. O La bella Griselda, de una belleza tan perfecta, que hace perder a todos la cabeza y que la condena a quedarse sola barnizando las testas de los caballeros descabezados.
Estas narrativas muestran otras formas de relacionarse y de construir vínculos de parentesco que se alejan de la norma heteropatriarcal. La guerrera y la cazadora viven juntas con las crianzas huérfanas de sus reinos, La durmiente se despierta para unirse, no a un príncipe, sino a su pueblo, y la hija de la princesa Griselda vive con los siervos del palacio y sus hijes, dando cuenta de otras configuraciones familiares posibles.
En los castillos de estas princesas cabe todo el bien y todo el mal: reinas que solo miran un punto fijo por temor a que la corona se les corra de lugar, princesas a las que se les nubla la vida por un pequeño poroto olvidado debajo la cama, y pajes que no hacen otra cosa de su existencia que atender a los caprichos reales solo para que los quieran. Pero como están hechos de palabras melodiosas que nombran justamente aquello que no tiene nombre, que debe callarse, palabras que en un contrapunto de cadencias y silencios nos adentran en zonas impredecibles pero donde podemos seguir el eco y las resonancias para desviar los más terribles destinos.
Las nuevas narrativas establecen una relación poética con las incertidumbres de nuestro tiempo, usan palabras que conmueven pero no imponen, sino que despliegan posibilidades de ser y de pensar la realidad para que las infancias construyan sentidos entrelazando sus deseos e inquietudes entre líneas. Como explica Arendt para desarrollar una disposición política es necesario amar al mundo, y puesto que la literatura imagina mundos deseables nos restituye un lazo afectivo que nos incita a actuar en él.
Por Verónica Battaglia
Equipo de Comunicación Popular Colectivo al Margen