Desde hace unos meses las Trabajadoras del Centro Atómico Bariloche y el Complejo Tecnológico Pilcaniyeu se reúnen semanalmente para abordar casos de violencia de género que sufren en sus trabajos. Para reflejar esta situación invisibilizada desde hace años, realizaron una encuesta y difundieron los datos. Ahora trabajan en un protocolo. Desde Al Margen las entrevistamos para conocer más detalles.
No es que ellas no supieran lo que venían sufriendo. Lo que pasa es que existe todo un aparato institucional que se niega (o se negaba, mejor dicho) a admitir que las Trabajadoras del Centro Atómico Bariloche y el Complejo Tecnológico Pilcaniyeu estaban padeciendo violencia machista dentro del ámbito laboral desde hace muchísimos años.
La marea verde no se detiene y no da un paso atrás. Así como viene inundando todos los espacios que habitamos con deconstrucciones que llegaron para quedarse, caló hondo también en la Ciencia y la Tecnología. Decididas a cambiar la historia, un grupo de mujeres trabajadoras de organismos vinculados a dichas áreas retomaron aquellos encuentros incipientes y esporádicos de un principio y los transformaron en lucha y organización.
Desde noviembre del 2018 se reúnen todos los miércoles para abierta y horizontalmente darle un giro a aquellas injusticias que anteriormente soportaban en soledad. Las asombra la participación que semanalmente crece cada vez más e incluso se extiende a los fines de semana. Las sorprende que el espacio sea tan interdisciplinario y homogéneo a la vez.
Con el crecimiento y fortalecimiento del grupo, llegaron las ganas de visibilizar aquella problemática que para muchos no existía. Así surgió la idea de hacer circular una encuesta dirigida a todas las personas que se desempeñaban en el predio del Centro Atómico Bariloche, incluyendo así a estudiantes, docentes y personal de CNEA, CONICET, Instituto Balseiro, Fundación Bariloche y empresas de servicios tercerizados. El objetivo era relevar las condiciones laborales de las mujeres de estos espacios. “Nos parecía importante generar un análisis que mostrara datos, sabiendo que en esta institución se valoran mucho los números, los datos concretos, las estadísticas. Era un punto de partida”, dijeron desde el Grupo de Mujeres Trabajadoras del CAB y CTP.
A esta altura, estamos en condiciones de afirmar que las mujeres que se desempeñan en sectores científico-tecnológicos tienen que remarla mucho más que sus pares varones y que claramente son minoría. La Comisión Nacional de Energía Atómica (CNEA) cuenta con 3.825 agentes entre el personal de planta permanente, contratados y becarios. Las mujeres sólo representan el 34% del total, por dar un ejemplo. La información que aporta este relevamiento ayuda a entender aún más el porqué de esta disparidad, el porque egresan o perduran en estas carreras muy pocas.
162 personas respondieron a este cuestionario que fue voluntario, completamente anónimo y que circuló durante un mes para que aquellas personas que tuvieran ganas de participar pudieran hacerlo (febrero – marzo 2019). 132 fueron mujeres, en su mayoría contratadas. Los primeros análisis en porcentajes alarman: el 65% indicó haber experimentado violencia machista trabajando en el predio del CAB y de ese porcentaje, el 23% tuvo que cambiar de lugar de trabajo. El 86% de las personas que participaron de la medición afirmó haber visto u observado por lo menos alguna situación compleja.
Casos de asalto sexual; abrazos, besos, pellizcos, tocamientos y acorralamientos no deseados saltaron a la luz. En menor medida, pero están. Sí abundaron los testimonios de mujeres que señalaron ser acosadas con comentarios inapropiados o sexuales, con foco en sus cuerpos, ya sea sobre ellas o sus compañeras. También fue muy común que algún varón haya desvalorizado sus aportes profesionales y que les hayan asignado las tareas menos calificadas. Recibieron más de 9 páginas con comentarios, frases, situaciones y anécdotas en donde las mujeres señalaron una victimización de los victimarios y justificación de sus comportamientos. Además, expresaron que les hicieron referencias de inferioridad intelectual, descalificaciones por embarazo, crianza o vestimenta. Así también, por supuestas características de la personalidad de las mujeres.
“Fue un antes y un después para nosotras porque esos testimonios, relevados cuidadosamente, nos pusieron de cara a una situación que ni nosotras mismas magnificábamos. De repente nos dimos cuenta de que pasaban cosas muy serias, que había compañeras que la estaban pasando muy mal y que estaban totalmente desamparadas”, no dudaron en plantear varias veces a lo largo de esta entrevista.
Frente a esta realidad que salía del closet, la urgencia. La urgencia de pasar a la acción porque había “personas pidiendo orientación en situaciones concretas”. “Nos preocupa mucho cómo se resuelven esas situaciones porque la persona afectada, la víctima, se tiene que mover del lugar de trabajo o incluso se termina yendo de la institución. Encima estas falsas soluciones demoran mucho en llegar. Siempre la víctima tiene que terminar en situación de convivencia con los agresores o termina pidiéndose licencias médicas o psiquiátricas y el violento sigue conviviendo con el resto de los compañeros. Sigue manteniendo su puesto o incluso hemos tenido casos en que las soluciones han sido darle a esa persona una oficina sola para él, acondicionada, un puesto mayor, premios. Esas injusticias que empezamos a ver nos animan, nos hicieron organizar aún más”, dijeron.
Acompañamiento, capacitación y formación, comunicación y sociedad e interredes son las comisiones que surgieron para abordar el presente que demanda. La que más resaltaron en la nota fue aquella que está abocada a la elaboración de un protocolo para garantizar sus derechos en el ámbito laboral, así como lo están haciendo desde hace un tiempo las mujeres de otras sedes de CNEA, como Ezeiza o Constituyentes. Para ello, están en contacto con otras universidades o instituciones que están transitando el mismo camino y solicitan constantemente ayuda de profesionales con especialización en género.
Nada las detiene. ¿Si hubo cambios con todas estas acciones? Sí y no. “Lo que sí cambio es que el grupo se conoció. Estamos siendo una pata incómoda dentro de la institución en donde estamos visibilizando algo que no gusta que se vea. Hay un radio pasillo, se empieza a hablar de nosotras, empiezan a tener más cuidado en algunos sectores, entre compañeros, por ejemplo. Hoy nadie nos va a decir que esto no es un problema que está ocurriendo acá. No creo que nadie se anime a taparse los ojos así”, afirmaron orgullosas de saberse parte de una organización que si bien se consolidó hace poco, tiene sus objetivos muy claros.
Ocurre que a nivel institucional la cosa es más lenta. Si bien han mantenido algunas conversaciones con autoridades, está todo bastante verde. Pero son optimistas: “Todo lo que hacemos es porque creemos que en algún momento algo de la institución va a cambiar. Ahora sentimos que es una incomodidad, pero en algún momento será una buena pata que permitirá avanzar. Es el momento de exigir”, finalizaron.
Por Luciana Avilés
Equipo de Comunicación popular Colectivo al Margen