Después de esparcir semillas en nuestro corazón, Roberto volvió a la tierra, por allá lejos, sobre las colinas, en la comunidad Cayún. Él ya recorre otros senderos, pero nosotros necesitamos recordarlo.
En una pequeña casa sobre el cerro de un barrio de trabajadores, rodeado de su hermosa familia, Rober dio su último respiro. Dios me dio la gracia de estar ahí, junto a ellos, cuando se nos fue este verdadero héroe de la Patagonia, un personaje mítico que luchó toda su vida por el pueblo pobre y los pueblos originarios. Fundador de organizaciones, radios, barrios, hasta de un jardín botánico. Defensor de la naturaleza, los indígenas, los derechos humanos y sociales. Cristiano rebelde, un poco mapuche, un poco criollo. Políticamente inclasificable. Un poco anarquista, un toque peronista, una pincelada comunista… pero siempre roquero y revolucionario.
Rober se movió como hombre y militante guiado siempre por grandes sentimientos de amor, como decía el Che, cuyas cartas leía a sus hijos. Así, rodeado del amor que sembró y el respeto de sus adversarios, se nos fue el Rober, digno y limpio. No odiaba a nadie pero tampoco era un tibio. Refugió a los perseguidos políticos del pinochetismo; enfrentó sin miedo a la milicada abusiva de Neuquén; defendió el hospital público a los huevazos limpios; hizo bajar un cartel ilegítimo de propiedad privada para fundar un jardín botánico comunitario; cuidó el territorio pensando más en la justicia que en las reglas de los de arriba; tomó una y otra vez calles, plazas y edificios municipales para defender a los de abajo.
Roberto combatía este sistema donde una clase explota a la otra, un sector social excluye a otro, un pueblo aplasta al otro, un género oprime al otro. Era un revolucionario convencido de que luchamos con la fuerza del más débil, que la violencia es el terreno favorito del capital. No tenía una visión idealizada de la institucionalidad colonizada, excluyente y corrupta que se arroga el noble título de democracia. Desconfiaba de la partidocracia y sus tramposos mecanismos de representación política. Admiraba las experiencias horizontales y participativas, desde los trabún del pueblo mapuche hasta las landsgemeinde de los cantones suizos. Sabía que la organización comunitaria, la participación popular y la lucha social eran la principal herramienta para conquistar derechos y romper cadenas.
Rober fue mi primer amigo en San Martín de los Andes. Lo conocí junto al arroyo Pocahullo, en la radio comunitaria del pueblo que dirigía, un espacio de puertas abiertas en el que cualquier militante, cualquier laburante, cualquier vecino, se sintió siempre como en casa. Allí se pensó una parte importante de los 21 de la Coalición por una Comunicación Democrática que finalmente se materializarían en la ley de servicios audiovisuales que remplazaba la normativa de la dictadura. Esa ley, anulada ilegalmente por Mauricio Macri, contenía un reconocimiento expreso al derecho a la comunicación de los pueblos originarios.
Con Roberto conocí una parte de la historia del pueblo mapuche, sus luchas, sus héroes y villanos. Me introdujo al Barrio Intercultural, una experiencia única de construcción de viviendas social sobre tierra comunitaria. Esta experiencia ejemplar se asienta en un bosque mágico que el ejército de Roca se apropió a sangre y fuego para repartirlo a la oligarquía argentina. Después de años de lucha, un pedacito de ese paraíso perdido fue restituido al Lof Curruhuinca mediante la ley 26725.
La recuperación territorial y el desarrollo del barrio fue un proceso que Rober craneó, organizó y lideró evadiendo sistemáticamente el reconocimiento de su rol, con el único objetivo de resolver el déficit habitacional de su pueblo con una iniciativa intercultural y sustentable. No se quedó con una casa, no cobró un peso, ni siquiera hablaba en los actos. Quería socializar las conquistas aunque fuese él quien llevaría la mayor parte de la carga de la lucha. Quería una comunidad de cambio dinámica, integradora, comprometida con la lucha por los derechos sagrados a la tierra, el techo y el trabajo.
También fue, junto al lonko Epulef, el principal impulsor del protocolo intercultural y el izamiento del Wenufoie en la plaza central de San Martín de los Andes. Rober era un verdadero patriota, pero de la Patria Grande, de una en la que quepamos todos los pueblos y las personas en nuestra inmensa diversidad. En estos días de fiestas, recuerdo cómo él reivindicaba la participación de los pueblos originarios en las luchas contra el colonialismo español y la independencia de nuestra América. Gracias a Roberto aprendí un dato olvidado por patrioteros de whiskería que escriben estupideces racistas en diarios oligárquicos. La Logia Lautaro, cuna de la revolución americana y punto originario de conexión entre San Martín y Bolívar, recibe su nombre de un gran estratega militar y líder político mapuche, el Toki Lautaro.
Con Rober impulsamos la organización de los trabajadores de la economía popular de San Martín de los Andes. Su apoyo fue indispensable para la fundación de la seccional cordillerana de la CTEP y la fundación de la Escuela Nacional de Organización Comunitaria y Economía Popular que tiene su sede nacional en el Barrio Intercultural. Allí se formaron dos mil delegados de los sectores más humildes de nuestra sociedad que conocieron ese rincón maravilloso de nuestra patria y cursaron una diplomatura universitaria. Él era un convencido de que el debate y la formación política debían ir junto al conocimiento del territorio y la praxis organizativa.
Tuve la suerte de compartir con él un sinfín de luchas, desde la reivindicación de nuestra soberanía sobre el lago Escondido hasta la promoción de la construcción de viviendas mediante cooperativas de trabajo, desde la búsqueda de la identidad biológica de niños pobres apropiados por poderosos personajes locales hasta la recuperación de miles de hectáreas de monte que el cipayaje quería arrebatarle a comunidades mapuches. Los relatos de sus miles de aventuras, que comienzan en los años de la dictadura, son material suficiente para una larga novela épica.
En los días finales de su vida, Rober vio con tristeza cómo algunos vecinos que habían conquistado un techo digno en el Barrio Intercultural les daban la espalda a otros que seguían siendo vecinos sin techo. Vio también cómo algunos dirigentes indígenas hacían realidad la máxima jaurechiana de que malo es el gringo que te compra, pero peor el indio que te vende. Sin embargo, también vio cómo muchos otros, los más jóvenes, hombres y mujeres, mapuches y criollos, recogían el guante, su ejemplo, su legado, su conducta.
En nuestra última charla le prometí que íbamos a cuidar su obra, política, social e intelectual en favor de los empobrecidos y oprimidos. Él me pidió tres cosas. Que defendiéramos la cuenca del lago Lacar contra la ofensiva militarista, extractivista y privatizadora, impulsando la creación de una reserva binacional de biósfera como propuso el Parlamento de Coz Coz (Panguipulli, Chile); que ayudáramos al joven lonko Facundo Jones Huala, con quien tenía algunas diferencias políticas pero a quien quería muchísimo; y que lucháramos por los pueblos originarios en los que Roberto encontraba las claves para un mundo mejor del que pudieran surgir la mujer y el hombre nuevo.
Dejo este artículo como un primer testimonio de su vida y los compromisos que asumí. Espero que podamos cumplir con todo y les pido a quienes fueron tocados por su vida o a quienes se sientan interpelados por su obra, que nos ayuden a hacerlo.
Por Juan Grabois
Referente de MTE-CTEP y del Frente Patria Grande