La cooperativa Carlos Zapata de Bariloche produce verdura y fruta orgánica muy por debajo del precio en góndola. Una experiencia de cambio social.
Si en el supermercado Todo el kilo de acelga cuesta sesenta pesos, hay un rincón en Bariloche donde puede conseguirse a 25, el de tomate a 40 y los plantines de zapallo o frutillas a 30. Además de baratos, no necesitaron de herbicidas, plaguicidas ni insecticidas. Se verifica en el sabor, en el tiempo de conservación y, a la larga, en la salud física.
Si uno fuera con el auto por Rivadavia camino a circunvalación, cruzará la calle Pablo Mange y a metros observará a su izquierda unas canchas de fútbol y una entrada que lo llevará a la cooperativa Carlos Zapata, pegada a la embotelladora Alun Co. Hasta allí se acercan unas veinte personas a la semana, para comprar a precio justo.
“Durante los últimos meses aumentó un 426% la diferencia entre el precio de venta al público en verdulerías y supermercados, y el que se le paga al productor”, dice a Al Margen Ricardo Marileo, dirigente de la cooperativa.
Por estos días la Carlos Zapata comenzó a sembrar cultivos para el invierno: apio, perejil, rúcula, cebolla de verdeo, espinaca. Marileo nos enseña algunas de las hojas carcomidas. “Están así porque no tienen agrotóxicos”, dice. “Los agrotóxicos son herramientas de producción del capitalismo”.
El secreto de sus precios bajos es el costo de sólo dos o tres pesos en insumos: la cooperativa no usa químicos ni gasolina y tampoco compra semillas ni abono, porque lo producen. Pero también hay una decisión ideológica detrás: no alentar la acumulación en los circuitos comerciales.
Son 21 los trabajadores que mañana y tarde siembran y cosechan a pie las cinco hectáreas en las que producen 5700 kilos de frutas y verduras al año, sobre unos manantiales que abastecen de agua al 30% de la ciudad. Son trabajadores de la economía popular y reciben, por ello, un salario social complementario.
“Estas tierras fueron cedidas a la cooperativa en comodato por los dueños de la embotelladora Alun Co, porque aquí no pueden construirse viviendas. Se lo agradecemos, pero también le manifestamos que el agua no puede venderse”, quiere que sepamos Marileo.
El hombre, de 55 años, nació en un paraje a 120 kilómetros de Bariloche y tuvo desde joven participación en instancias colectivas. Fue parte del Consejo Consultivo de los Pueblos Indígenas y de proyectos cooperativos hasta que la ambientalista Grace de Haro lo contactó para desarrollar la huerta orgánica sobre la que estamos parados.
Según datos de la Subsecretaría de Fruticultura de Río Negro, en la provincia hay 240 establecimientos que generan el 20% de la producción orgánica de la Argentina. Marileo, en tanto, puede confirmar que sólo hay tres cooperativas en Bariloche dedicadas a esta modalidad.
La suya es una tarea militante por el cambio social, y así la define. Es referente en la ciudad de la Unión de Trabajadores de la Tierra (UTT), que aglutina en todo el país a 10 mil familias de pequeños arrendatarios y trabajadores golondrinas que construyen otra huerta, otra chacra, otro campo.
Por Pablo Bassi
Equipo de Comunicación Popular Colectivo al Margen