A los diez años subía sólo al refugio Jackob desde su casa donde hoy está el barrio Nueva Jamaica. Su tátara tátara abuelo José Vera fue baqueano de Perito Moreno cuando se dirimía la frontera con Chile.
Su bisabuela trabajó con los Anchorena en la Isla Victoria y su madre y sus tíos nacieron en la Península San Pedro, en un lote en pago por los servicios del viejo baqueano.
Sus amigos le pusieron Victorio porque cuando trabajaba en Chaltén como porteador había muchos italianos buscando llegar a en esas difíciles cumbres. Victorio incluso fue el último en subir la famosa Vía del Compressor, un día antes que unos yanquis en 2015 le quitaran los clavos puestos por Cesare Maestri en 1970. Para muchos alpinistas el Torre es considerada la montaña más dura del mundo. Victorio subió esa y otras montañas más, pero es de los que no sale en la foto. Al Margen decidió entrevistar a esta figura de la escalada local de 40 años y orígenes araucanos.
Es ancho de espaldas y amaga agacharse para pasar por el dintel de su puerta. Morocho y de ojos achinados. El derecho aún más por un accidente que tuvo hace 3 años volteando un árbol. Desde esa época no puede escalar y mientras espera poder operarse la retina se dedica a la construcción y a la poda con su hermano. No ir a la montaña lo pone triste dice, cuestión que está por cambiar ahora que volverá a trabajar como refugiero en el Jackob, lugar que ocupó desde los 16 años.
Nos recibió en su casa del barrio Orione y al comienzo transpiró de nervios por la falta de costumbre a la exposición. Cuenta que empezó a salir a la montaña a los 8 años con su hermano Daoberto, y a los 10 ya iba solo al Jabckob donde se quedaba más de una semana lavando platos por la comida. En el 94 con 15 años se quedó a laburar con Claudio Fidani y “Cepillo Gentile”, abrían el camino entre la nieve y subían la comida para los grupos de Buenos Aires. “La pasábamos genial ahí” dice Victorio.
Con 18 años se quedó como refugiero, atrapado por la relación de las montañas que lo rodeaban, los amigos, el esquí de travesía, la escalada en hielo y más tarde en roca. Subió a casi todos los picos de la zona hasta que se fue a trabajar a Chaltén cuando vivían ahí menos de 300 personas.
En Chaltén se curtió como escalador mientras hacía de porteador para los turistas que buscaban hacer picos o travesías por el Campo de hielo. “Trabajábamos con grupos. Armábamos los campamentos arriba en la montaña, en Poicenot etc. y cocinábamos. Ahí empecé a meterme más en la escalada. En el 2003-2004 fue el boom para mí. Empecé por la aguja principal de Catedral, con Pedro Fina y Oscar Pandolfi. La hicimos en invierno del 2004. De ahí no paré más”.
Los días libres se iban a probar los multilargos del pueblo santacruceño, después le empezaron a hacer “pegues” a las agujas más cortas del Fitz Roy como la Guillaumet, que subieron unas 20 veces para “ganar experiencia”.
Fitz Roy
Luego de algunas experiencias fuertes en la Cordillera Blanca de Perú, empezó con sus amigos a encarar proyectos más complejos. En 2012 se tiraron a subir la aguja principal del Fitz Roy por la Supercanaleta, una vía de 1600 metros por roca y hielo. El pronóstico decía que no habría ni viento ni tormenta, pero se olvidaron de prever el frío. Había mucho hielo y tenían que limpiar la vía para subir. “Tardamos un día en hacer seis largos” explicó. Casi llegando a la cumbre tuvieron que parar a pasar la noche. Hubo 27 gados bajo cero y Victorio no había llevado bolsa de dormir. “Te pasás la noche temblando. No dormís y temblás. Durísimo”. Su compañero Nicolao, un brasileño que sí llevó bolsa, la pasó igual. Victorio casi pierde un dedo del pie y dice que no se sacó los grampones de hielo ni para dormir. “Casi me caigo cuando me los saqué, de la costumbre”. “Cuesta mover el cuerpo después de temblar tanto” explica Victorio. Al día siguiente apenas aclaró se hicieron un té y reanudaron la escalada hasta la cumbre.
Le preguntamos qué se siente en la cumbre después de una hazaña como esa. “Emociones, felicidad. Es muy lindo. Te acordás de los amigos, de todos los años de haber estado entrenando para poder llegar a estar ahí. Le dedicás mucho tiempo, el 70 % de tu vida a escalar: 30 trabajo y 70 entrenar”. Luego de la hazaña volvió al Fitz por la Franco –Argentina en 2013.
Torre
Encontrar la “ventana” climática es el dilema en Chaltén. El clima no sólo es agresivo sino también muy cambiante. Por ello cada expedición debe llegar lo antes posible al pie de las vías en poco tiempo y con mucho peso desde Chaltén o los campamentos base, para aprovechar las ventanas.
Para el Torre hay que caminar dos días antes de escalar, incluso para Victorio que acostumbraba a ser porteador por más de una semana con 35 kilos en la espalda. Luego un día para hacer cumbre.
En octubre de 2011 hizo el primer intento por la cara oeste junto a Pedro Fino. El clima los expulsó cerca de lograr el objetivo y volvieron en diciembre por la Vía del Compressor. El aparato para martillar y meter los calvos en la roca del italiano aún está ahí, como recuerdo. Victorio dice que cuando estaban rapelando vieron a los gringos (Kelly Cordes y Colin Haley) sacando los clavos del italiano. Fue un gran conflicto entre escaladores -por la memoria histórica de esos buriles- del que Victorio no participó.
La vuelta, “ya más livianos, casi sin comida, con la cumbre, felices, caminás 90 kilómetros por el campo de hielo en un día y no te importa nada” cuenta alegre Victorio.
Transferencia
Victorio es un anecdotario y fuente de información de muchas vías en la región. Dice que una de las expediciones que más disfrutó fue en el glaciar Upsala, con los alemanes Stefan Glowacz y el fallecido Kurt Albert, a quienes acompañó al gran Murallón en el glaciar Upsala. 15 días haciendo porteos para llegar a un murallón de 1.000 metros de roca donde probaron suerte los escaladores europeos.
En Chaltén participó muchos años de la Comisión de auxilio. Le tocó tener que bajar unos escaladores que bajando la aguja Poicenot se les trabó la cuerda. Ellos había bajado sólo un poco antes escapando de la tormenta y cuando los fueron a buscar uno de ellos estaba con 6 grados de temperatura corporal. Falleció en la ambulancia rumbo a Calafate y Victorio dice que fue de las cosas más difíciles que le tocó vivir porque “cuando lo bajamos todavía tenía signos vitales”.
Victorio tiene que usar anteojos de sol todo el tiempo para ver más claro con el ojo bueno y dice que le costó mucho acostumbrarse al equilibrio, aunque ahora puede caminar entre vigas y andamios. Por eso cuando nos habla de su vida de montañista su vos suave tiene un poco de melancolía.
Le quedó picando al escalador de Don Orione la posibilidad de transmitir esos conocimientos a los pibes del barrio. Llevarlos a la montaña, armar una escuelita. “Me gustaría llevarlos, mostrarles la montaña, enseñarles a cuidarla. La montaña en un momento fue todo para mí. Le dedicaba todo a la montaña. Estaba bien conmigo, gastaba energía, la pasaba bien con mis amigos, con toda esa comunidad de escaladores”.
Victorio arregló el mate y nos habla de la montaña como algo que es parte de él. “Se comparten muchas cosas ahí, charlar de la vida. La vida se ve diferente desde la montaña, es más tranquila. La montaña me enseña a estar en paz conmigo”.
Por: Fabián Viegas Barriga
Fotos: Archivo de Victor Godoy, Euge Neme y Fabián Viegas B.
Equipo de Comunicación Popular Colectivo al Margen