Se adelantó el frío en Bariloche y la región. Los tarifazos hacen encrudecer el invierno y la gente de a pie necesita calefaccionarse de alguna manera. Primer informe de Al Margen que te muestra la realidad de las familias que no gozan de la red de gas en sus viviendas.
El fuego interior: Calefaccionarse con leña.
Norberto le pega al tronco con fuerza. Con bronca. Acomoda con la mano derecha los pedazos que van cayendo después del impacto de su hacha. Los da vuelta. Los mira. Y les vuelve a pegar. Ahora con el hacha tiene que hacer lo que falta: que entren en su salamandra, achicar cada tronco hasta lo estrictamente necesario.
Acaba de traer 2 metros de leña, los que entraban en la F 100 de unos vecinos con quienes “hicieron el revoleo” de leña. Traducido en criollo sería que consiguieron madera, sin importar que sea de forma ilegal o legítima (a veces son ambas). Es que hay que calentar la casa como sea, no importa de dónde provenga el combustible a quemar. Trabajos invisibilizados de la vida cotidiana, sin distinción de sexo. Cuando promedia abril, el bosque se pone de todos colores para avisarnos que el color que le sigue es el blanco nieve.
Esos metros le alcanzan para calefaccionar su hogar durante tres semanas. Si esa plata hubiera salido de su bolsillo serían 1.600 pesos, lo mismo que le ingresan por dos jornadas enteras de trabajo como “changa” en el crudo y popular gremio de la construcción. Dos días enteros de trabajo para asegurar que la térmica no roce el cero en las noches patagónicas. El ingreso de dos días laborables sobre 15 serán para calefaccionar su hogar. Ahorrar esa suma si se tiene un trabajo equivalente al mínimo vital y móvil es tarea compleja, sobre todo, si son dos los que en la casa no tienen empleo fijo. Sino tienen trabajo, están más tiempo en su casa y se termina consumiendo más aún.
En épocas económicamente duras el ajuste se mide en grados. Es la variable a minimizar. Será cuestión de desempolvar aquella manta que nunca nos gustó, a usar un buzo en vez de una remera manga larga y a recordarles (inútilmente) a nuestros hijos e hijas que no dejen la puerta abierta.
A esta altura a Norberto ya ningún cajón de verduras le pasa desapercibido en la vía pública. Todo recorte de madera que sobra en la obra donde trabaja tiene potencial destino de salamandra. Hasta aquel pino que en algún momento se iba a convertir en algún mueble rústico para el hogar, que tiempo atrás ninguneaba con su mirada, ya tiene fecha de caducidad. Nada se pierde, todo se transforma, cantan por ahí.
Una familia que se calefacciona solamente a leña necesita unos diez metros para pasar los 5 meses más fríos del año. En plata en la actualidad son alrededor de $8.000, si es que el dueño (y en muchos casos también la dueña) se toma el trabajo de cortarla a 30 cm. Tiempo o más dinero. Así es como la recesión también se mide por los dolores de espalda. Por poner el cuerpo. Y siempre son los mismos los que terminan aguantando los desbarajustes del gobierno de turno y los cambios de coyunturas económicas internacionales.
¿De dónde sale esa leña? ¿Cómo la traen? ¿Quién la corta? Es tema de otra nota.
Garrafa: Cortina de humo
Suena el WhatsApp en el teléfono. No es el grupo de amigas, ni la propuesta de una nueva changa de costura, ni el de la familia. Es el del barrio donde un vecino avisa que acaba de llegar el camión de las garrafas a la plaza. Cambia la dinámica de la familia de súbito. Sandra apaga el fuego que calentaba el agua para los mates, se pone la campera junto a su hija y pone la garrafa vacía de diez kilos en su carretilla azul. Y encara a la plaza. Le queda la tele prendida. Cuatro cuadras después llega y se suma a la cola que avanza lenta pero segura hacia los dos “garraferos” del camión que llegan al barrio una vez por semana. Uno cobra, el otro despacha. El que cobra avisa que la próxima semana cada garrafa vendrá con aumento. No es algo nuevo. Hace exactamente dos años la garrafa social costaba $16 y hoy la despachan a $220. De social lo que queda es poco. Por no decir nada más que el nombre.
Al hombro, en ingeniosos y artesanales carritos, en moto o en auto, cualquier manera es buena para llevar calor a la casa. Es que la utilidad del gas en estas tierras al sur del mundo es múltiple. Y así lo entiende Sandra. Con su contenido, cocina, calefacciona o ambas. Pero ese olor “a gas” que siente cuando se está por agotar la garrafa, le recuerda que tiene que desembolsar de nuevo. Y esperar unos días hasta que vuelva el camión. A veces pide el favor a algún vecino con auto que le compre en alguna de las ferreterías de la ruta que venden por la puerta de atrás y unos mangos más caros.
Conseguir esa segunda garrafa, que le permite tener siempre una llena, no le hizo ascender de clase social, pero sí garantizar poder cocinar todos los días. No fue fácil, no tanto por los 1.300 pesos que tuvo que desembolsar, sino por la escasa oferta existente. Sobre todo, si una no quiere comprar cosas que las sabe robadas en su propio barrio. Porque los robos de estos cilindros están a la orden del día y enfrían la térmica del hogar, pero suben los grados del clima social del mismo barrio. Así se gestan las broncas. Las amenazas. Las incriminaciones. Las represarías. Y las nuevas broncas.
Sandra prefiere gastar más en garrafa, que poner tiempo y fuerza con la leña y tiene sus argumentos narrados en primera persona. Prefiere diversificar el uso de energía: cocina y se calefacciona con gas envasado y con la electricidad abastece al termotanque para el agua caliente. “Con este tema no hay que poner todos los huevos en una sola canasta”, me dice con una voz que tiene tono de experiencia en desabastecimientos y tarifazos. El último de estos ocurrió cuando el Gobierno nacional autorizó el 1 de abril a las empresas distribuidoras de gas licuado de petróleo (GLP) en garrafas a aplicar un incremento del 60% para el tubo de 10 kilos, que pasó a costar 215,02 pesos en la puerta de las expendedoras.
El aumento fue autorizado a través de la Disposición 5/2018 publicada en el Boletín Oficial con la firma de Marcos Pourteau, el subsecretario de Exploración y Producción de la Secretaría de Recursos Hidrocarburíferos. El funcionario estableció los denominados “precios máximos de referencia” para las garrafas de GLP de 10, 12 y 15 kilogramos, con valores que van desde la línea de fraccionamientos pasando por la distribución hasta el último eslabón de la cadena, el comercial. A esta suba hubo que sumarle el 10,5% del Impuesto al Valor Agregado (IVA) que el Gobierno no contempla en su cuenta, por lo que la garrafa de gas llegó a los consumidores a un precio final de 240 pesos.
Sin embargo, en la puerta de la distribuidora de Coopetel en Bariloche, desde el 1 mayo de 2018 la garrafa de 10 kilos cuesta 260 pesos y un tubo de 45 kilos asciende a 1.170 pesos. Una familia promedio necesita dos tubos de 45 kilos por mes y entonces debe gastar hoy unos 2.500 pesos. El Gobierno sostiene que los consumidores deben pagar el precio acorde a “los reales costos económicos totales de la actividad en las distintas etapas”. Sobre salarios acordes a la inflación, nada dijeron al respecto.
Por Sebastián Carapezza
Equipo de Comunicación Popular Colectivo al Margen