La entrevista es escoltada por un pájaro y un chancho que parecen estar flotando sobre el taller. Son dos quimeras que aún no están terminadas, pero la expresión es tan intensa que uno no puede pasar sin detenerse y observarlas, tan etéreas y pesadas a la vez.
Más allá hay algunas figuras más, de otras series -con el hierro corroído por el tiempo que va otorgando nuevos matices, transformando la obra – como eslabones en la larga trayectoria de Nadia Guthmann, que ahora dice: “Cuando era chica me fascinaban los seres vivos, sobre todo los animales. Me la pasaba observando, viendo documentales, leyendo, y siempre dibujando, modelando algo. Era mi forma de aproximación, tanto por el lado más intelectual como por el artístico”. Responde así al intento de saber si hay un punto, un momento, en el que se volcó completamente de la biología al arte. “A la distancia”, dice, “siempre estuvieron juntas”.
Nadia Guthmann vive en Bariloche desde los 12 años. Cuando terminó el secundario la opción de hacer la carrera de Biología en la Universidad del Comahue y seguir paralelamente con una formación artística, plan que le permitía quedarse en esta ciudad, fue lo elegido y así lo comenzó a transitar. “Había buenos profesores, salidas de campo, observación directa y mientras estudiaba, o incluso después, cuando estaba haciendo el doctorado, seguía haciendo esculturas. Había empezado a ganar premios, a participar en encuentros”, repasa.
-¿Siempre fue la escultura?
Desde el secundario, cuando empecé a hacer cerámica, me volqué a la escultura, después a tallar en madera, en piedra, hasta que encontré las mallas de metal.
-¿Cómo fue ese descubrimiento?
Venía trabajando en cerámica y un escultor -que se había construido un taller grande- nos invitó a algunos a hacer uso. Cuando fui todavía quedaban restos de la construcción y en un momento encuentro un pedazo de metal desplegado y empiezo armar la cabeza de un caballo. Enseguida rescaté otros restos y armé el animal entero. Visto hacia atrás, ya tenía con la cerámica algunos problemas: me iba a tamaños grandes y después no la podía meter al horno, se rompía, tenía problemas técnicos y eso que fue “casual” me resolvió ese conflicto.
Lo inesperado, tal vez lo imprevisto, o las elecciones en el medio, también urdieron parte del trayecto. Nadia recuerda: “Yo ya me imaginaba una vida de bióloga y escultora. Pero llegaron los 90 y me mandaron a lavar los platos”, dice en memoria de la desafortunada frase de Domingo Cavallo, que en una conferencia descalificó y mandó a lavar los platos a una investigadora. Era 1994 y bajo el gobierno de Menem el CONICET, entre otras instituciones, agonizaba y su subsistencia estaba en juego. “Yo había terminado un doctorado, presentado mi tesis y el pedido de ingreso a la carrera de investigadora. Pero se cerró el ingreso y al mismo tiempo cortaron las prorrogas que daban hasta entrar. De un día para el otro, fue algo muy repentino, me quedé sin trabajo y durante tres años intenté volver presentando distintos proyectos. Mientras tenía que vivir, así que empecé a hacer otros trabajos, con lo cual pasaban los años y yo no publicaba. Eso lo que hace es que, cuando querés competir para entrar, estás en desventaja con otros que continuaron. Tenía compañeros que siguieron publicando Ad Honorem. Yo ni podía económicamente, ni tampoco me sentía bien con esa situación de que no hubiera una retribución por el trabajo. Con el tiempo me fueron saliendo trabajos relacionados con biología, pero más técnicos y me di cuenta, que eso no era lo que quería. Preferí volcarme más por los trabajos relacionados con el arte que me iban saliendo. Preferí pasar por momentos más difíciles económicamente, pero por lo menos estar haciendo lo que me gustaba”.
-¿La biología siguió igual influyendo en tu obra? ¿Cómo definirías tu búsqueda?
– Sí, empecé sin ser muy consciente, pero después me di cuenta, que los conceptos que me habían interesado de la biología, más allá del trabajo científico, el conocimiento de conceptos de la ecología, la evolución, la genética, la fisiología, son cosas que se metieron en la escultura. Y lo que hago es que no voy a hablar de eso exclusivamente, sino que son conceptos que se relacionan con las problemáticas humanas.
El interés por todo lo vivo parece relacionarse con un interés por una comprensión de lo propio, del origen, del funcionamiento, el comportamiento, la relación con los otros, las similitudes, las diferencias. Aparece esto de meter un animal dentro de otro, donde el mismo tejido del material lleva a pensar en la relación con los tejidos biológicos. “Justamente la piel, o las membranas, son lo que separan a un individuo del resto, del medio y de otros individuos. Para meter un individuo adentro de otro empiezo a jugar con cuál es el límite: entonces ya no hablo de un individuo, de una especie, de un animal, sino de un sistema, el otro es el ambiente de uno. Y a partir de eso empecé a establecer relaciones entre diferentes animales. Como sistemas, que se relacionan también como símbolos de cuestiones sociales o incluso psicológicas”.
Un carnero que en su trasparencia deja ver a un puma en su interior. ¿Se lo comió? La relación del dentro y el afuera. ¿Lo está engendrando? El que se introdujo. El que está oculto. El que está protegido. El carnero realizado con el hierro más fuerte. El carnero de exposición. La Sociedad Rural. El poder de lo simbólico. El puma que es capaz de matar a la oveja, de comérsela, pero que está en su interior. El cuerpo y el territorio. Un animal que puede significar un lugar, una tierra. La relación de poder reflejada en un carnero. Que es las ovejas, con su alambrado, que delimitan un territorio donde el puma es el que queda encerrado. Excluido. Perseguido. Los pueblos originarios a los que se les estableció un límite que no les era propio. La oveja, el animal domesticado, nuestra educación, nuestra cultura, estar en el rebaño, ser criado para producir. Adentro lo salvaje, el puma que te salva de ser solamente un miembro del rebaño. Las imágenes pueden seguir y seguir ante la obra. El registro es infinito y libre.
-¿Como influyó o dio características a tu obra el lugar elegido?
El haberme quedado en Bariloche tenía que ver con una elección de la forma de vida, que hice a pesar de que eso significaba ciertas dificultades, pero también está muy ligado a qué soy yo y qué es lo que hago, en la medida que se puedan amalgamar, que las elecciones que uno hace estén más arraigadas a lo que uno es, creo que termina saliendo una expresión genuina.
El poder de la observación
La luz se cuela natural desde el techo del taller que Nadia Guthmann tiene en el barrio Villa Los Coihues, donde vive rodeada de la gama de colores que ofrece la montaña y todos los tipos de verdes que van abrazando la zona. Cuenta que lo pudo empezar cuando ganó el Gran Premio Adquisición del Salón Nacional de Artes Visuales, uno de los tantos reconocimientos que obtuvo, y luego lo fue terminando. También está la anécdota del Pegaso en hierro desplegado que le encargaron desde la Universidad Nacional de San Martin (UNSAM) y que de tan inmenso no entró en el espacio. Es decir que “a pesar de tener el taller tuve que trabajar bajo la nieve”, se ríe con ojos pequeños y brillantes.
Cuenta que ahora viene experimentando con la proyección de las sombras de las esculturas y el movimiento. “Tengo una idea, pero todavía no probé si funciona, es una parte del trabajo que es incierto, así que se trata de dedicarle un motón de tiempo a algo que no sabés en qué va a terminar, o si va a resultar o derivar en otra cosa. Pero me importa mucho todo ese proceso de darle lugar incluso a la equivocación”. Aparece así el experimento en medio de “lo seguro que es para mandar a tal lugar. La escultura que se trasporta y se exhibe” en conjunto con lo lúdico de la prueba y error, que no es tal. “Es un poco más incierto, porque no solo está el tema de llegar a ver si funciona, sino que además presenta dificultades en la exhibición, es decir, son otros modos, y eso también me interesa investigar: otras formas de exhibir la escultura, sería una instalación, podría incluir sonido, tiene una relación con lo escénico”, describe.
Las vivencias, las cosas que la impactan, las observaciones, son así a veces trasladadas a las esculturas. “La sombra de unas hojas en el jardín, cómo eso que tiene movimiento, que le interviene la luz, tiene un impacto en el que lo mira”, parece pensar en voz alta. “Eso es experimentar con que jueguen otras cosas, no sólo el volumen, el espacio, que ya al trabajar con materia que ocupa un lugar, en el cual uno se relaciona corporalmente y que puede recorrer, ya genera una diferencia con algo bidimensional, incorporarle esto que cambia en el tiempo, en vez de un recorrer, es el objeto el que se mueve, y generar estas diferentes vistas e interacciones de las esculturas con sus sombras”.
-¿Acompañas con escritos el recorrido de tu obra?
Voy escribiendo en la medida que hace falta. A veces para presentar un proyecto, acompañar la propuesta de una muestra. Ayuda también a pensar, porque a veces hasta no tener que decirlo no organizás esas ideas. Trabajo más intuitivamente.
Nuevo capítulo
A fines del año 2017, Nadia Guthmann renunció al cargo que tenía en la Secretaría de Cultura, tras haber asumido como docente de Escultura y Cerámica en la Escuela de Arte La Llave. Se inicia así una nueva etapa que transita con alegría, donde de algún modo el cien por ciento de su hacer está dedicado al arte.
-¿Cómo fue el paso por la gestión cultural?
Fue una experiencia interesante, porque en realidad, cuando me propusieron trabajar en la Secretaría era porque iban a abrir un espacio de exposiciones nuevo, como primer puntapié a la apertura de un Centro Cultural. Yo justo había ganado el Gran Premio, estaba trabajando con la Asociación de Artistas Plásticos y se me propuso que ayudara a organizar esa sala. Después eso no ocurrió: no se abrió el centro cultural, no se abrió la sala, ese Secretario de Cultura renunció. Se perdió lo que era el sentido original, y de lo que me hice cargo es de organizar las muestras en la sala Panozzi, mejorar las condiciones para las exhibiciones, ayudar con otros temas. Pero no dejaba de ser en gran parte un trabajo administrativo y cuando se hizo el llamado para La Llave me presenté y fui seleccionada.
-También sos parte de la Asociación de Artistas Plásticos, ¿qué trabajo se está haciendo desde ahí actualmente?
La Asociación existe desde 1986, pero estuvo varios años inactiva. Hubo varios intentos de reflotarla hasta el 2009, que nos volvimos a organizar y desde entonces creció mucho, actualmente hay más de 80 socios activos, además de todos los que van pasando. El objetivo en general es estar conectados para lograr mejorar las condiciones de producción, exhibición…
-El tema de los espacios…
Estamos convencidos de que debería haber un espacio público para exhibición, que tenga las dimensiones y las condiciones adecuadas. Hasta ahora hay un par de lugares que son adaptaciones de usos múltiples. Te dan poco tiempo. Es una oficina reacondicionada, hay esculturas que no pasan por la puerta… esto lo venimos pidiendo cada vez que asume una gestión: un centro cultural que tenga todo. Pero desde las artes visuales al menos una sala de exposiciones que te permita tener una agenda. También pasa que la comunidad al no tener espacios adecuados no llega a valorar el “ver” artes visuales. Hasta que no observás una exposición bien presentada, que te emocione, las personas no incorporan la costumbre de ir a mirar.
Por otro lado, estamos tratando de conseguir una sede donde hacer un espacio de exhibición ya más modesto, no pretendemos ser la sala de exposición de Bariloche, sino que sería un complemento.
La cuestión de género
La entrevista ocurre justo el Día Internacional de la Mujer Trabajadora y urge preguntar cómo en el mundo de arte se refleja la cuestión de género. Cómo se da la igualdad o no de oportunidades en este espacio. “Creo que para la mujer hacerse el lugar es más dificultoso que para un varón. Por cosas externas y otras internas, por la educación y todo lo que se dice desde el sentido común de la gente que te rodea. Justamente dedicándome a la escultura me pasa hasta ahora que voy a un encuentro de escultores, y te preguntan: ¿Le gusta trabajar con estas herramientas de hombre? Y nosotras decimos, son herramientas y la que las quiere usar las usa”. Dice así que hay que defender esa libertad de hacer el trabajo que a una le gusta y con las herramientas que quiere y a la manera que las puede manejar. “Incluso entre colegas pasa a veces que hay que hacer más trabajo para ganarse el lugar. Porque llegás a un lugar y es como que la primera mirada suele ser un poco de menospreciar y tenés que demostrar con el trabajo que estás trabajando en serio”, explica Nadia y dice que hasta cuando llega con el overol, que ahora mismo tiene puesto, llama la atención. “Hay algo de la división de roles. Cuando los varones aparecen en overol nadie se da cuenta”.
-Cuando decidís participar de la marcha, ¿qué es lo que a vos te mueve?
A apoyar ese movimiento de lograr esta mayor libertad de la elección que como mujeres podemos hacer en cuanto a tu trabajo, a la vida familiar. Digamos que hay muchos frentes para defender, ha habido muchos espacios ganados y leyes y derechos, pero han sido todos con mucho esfuerzo y siguen quedando cosas pendientes, y por más que me gustaría quedarme trabajando acá, porque trabajar como artista también es un acto feminista, me parece que hay que estar. Hay mucha idea errónea de lo que es el feminismo o los feminismos, porque en este momento no hay uno solo. Por más que no quiera, en algún momento me encuentro con tener que dar una explicación y ahí me doy cuenta, que está muy atrás la cosa. Incluso uno por ahí tiene actitudes que tiene que revisar de uno mismo.
-¿El uso de las máquinas lo aprendiste en el camino?
Si, justamente una de las cosas que por ahí no es tan frecuente es que una niña o adolescente esté con esas máquinas. Ahora hay muchas chicas que van al industrial, o están aprendiendo. En estas culturas no ves la imagen de una mujer con la máquina, no podés imaginarte usando herramientas de este tipo, eso ya genera una dificultad mental, después las máquinas, en general, y toda la indumentaria, están diseñadas para hombres más voluminosos; yo tengo manos chiquitas y a veces me doy cuenta, que no están diseñadas para un tamaño de persona como yo. Ahora tengo más facilidad de incorporar otras herramientas. Aprendí a usarlas a mi manera, que es ayudándome con el resto del cuerpo.
Así se va dando ingenio y cruzando todos los obstáculos. “Cosas pesadas con poleas o palancas las podés mover sin necesidad de tener un forzudo”, se ríe. La inmensidad de su obra trasciende todo.
Por Violeta Moraga
Fotografías: Eugenia Neme
Equipo de Comunicación Popular Colectivo al Margen