Facu tenia 12 años y un mundo hermoso por delante. El inicio de la secundaria en una escuela técnica y apostar por el fútbol para ver si la suerte lo tocaba de cerca y podía cumplir el sueño de la casa propia para su mamá. La abuela le pudo conseguir unos zapatos para empezar las clases, a el no le gustaron pero no le importó.
Eze, el hermano de Rafa faltó a la escuela el mismo día que lo asesinaron a Facu en Tucumán. No quería aparecer el primer día de clase con las zapatillas viejas que la bici y el verano por las calles de tierra gastaron como nunca.
Diego corrió con llantas espaciales en la fría madrugada del 17 de junio de 2010. Corrió entre plazas y monoblocks hasta caer muerto en el piso. Sus hermosos ojos se cerraron para siempre. Tenía 15 años.
Nino salió de su casa con las zapatillas de siempre, se las había comprado su vieja y aunque eran de lona en pleno invierno, no lograban borrar la risa de Nino en su rostro. Con esas zapatillas pudo esquivar el frio en los pies pero no la bala que le borró la sonrisa a él y a su familia para siempre. había cumplido los 16.
Rafa también sonreía y una hilera de dientes preciosos salían de su boca. No le importaban tanto las pilchas, como pasarla bien con sus amigos. Tenía 22 años y una promesa de una vida distinta cerca del lago y las montañas.
Rafa, Diego, Nino y Facu fueron asesinados por quienes deberían protegerlos. Pero no. Ser pobre y joven en las periferias de las periferias de Argentina es un delito y se paga con la vida. Mas cuando el presidente recibe con honores al policía que asesina de varios balazos por la espalda a otro pibe. Cuando la ministra de Seguridad plantea que primero les cree a los uniformados y después a la Justicia. Cuando la vicepresidenta fantasea enfrentamientos imaginarios.
Esta es la triste realidad de la Argentina de hoy.
Mientras, todos los niños del cielo sueñan con zapatillas nuevas para empezar las clases y cruzan los dedos para que una bala no los mate.
Por Alejandro Palmas
Equipo de Comunicación Popular Colectivo al Margen