Los 11 años de Facundo ya no son. La policía tucumana lo asesinó. La bala entró por la nuca mientras él, con un amigo, circulaba en moto. Se trata de otro niño que muere por una bala policial. El recuerdo del joven Rafael Nahuel, entre tantos otros casos, se vuelve a actualizar.
El positivismo criminológico se relame, estira los brazos y sonríe. Armado o desarmado, en ocasión de robo o jugando a la pelota, en una persecución o tirando patadas invisibles en la murga de cualquier barrio, el pibe de la villa, el pibe de la calle o el pibe de los sectores populares ya está predestinado a una muerte anunciada. Muerte de olvido, muerte de hambre, muerte de encierro o muerte de plomo. El resto son detalles, versiones y lecturas que, generalmente, siempre nacen de un lado del mostrador, afirmando lo que ya se había cocinado, argumentando lo que ya se había decidido, justificando lo que ya habían preestablecido. Pensemos Chocobar, por ejemplo.
El positivismo criminológico hace dulce con los cuerpos de los pibes. Antes de que caminen, antes de que terminen el primario, antes de que transiten la adolescencia, antes de todo eso, ya están marcados, ya están marcadas las cartas, ya están esperando los institutos y las cárceles y la triste muerte tendida de un niño en el asfalto. Y, cuando por fin llega la muerte estampada en una esquina cualquiera, los cientos de miles de militantes del nefasto médico y criminólogo Lombroso terminarán cerrando la bolsa negra del muerto, tapándole la cara y negándole la historia. Matan de nuevo al muerto y lo disfrutan exhaustos, lo miran, lo señalan tendido en la calle, le miran el rostro y la ropa y concluyen excitados de que “el algo habrá hecho” es una hipótesis más que actualizada en nuestros malos y actuales tiempos.
Pero el niño está tendido boca abajo, cuerpo pequeño, sangre rodeando. Está desparramado por entre las fronteras de lo invisible, está con los ojos cerrados demasiado temprano, demasiado dolor, demasiada tristeza.
Hay niños que nacen en su muerte o en su encierro. Por primera vez en su vida tienen un legajo con nombre, apellido y foto.
Como Facundo, que nace hoy en su muerte, que hoy se nos presenta y nos convida el horror de la finitud apurada, de la niñez matada, del horror imperdonable.
Nace Facundo en su muerte y nos dice, como yéndose, que hay tantos Facundos que siguen esperando que la bala por favor no los alcance nunca. Que siguen esperando que el encierro no les tape el sol. Que la violencia no los envuelva. Que el mundo no les sea tan chico y que la noche no les sea tan larga.
El niño Facundo, el niño Facundo asesinado por la espalda, el niño Facundo rodeado de su sangre niña se lleva en su cuerpo la grieta incurable de la deshumanización mas paria y desesperante que, impune y terrible, nos sigue habitando.
Por Bernardo Penoucos
Agencia de Noticias Pelota de Trapo (APE)