Mayormente ser víctima de un delito legitima el pedido de venganza. “¿Y vos qué sabés qué harías si te tocan a tu…?” reza la fórmula común. Ellos hicieron otra cosa, se llaman Víctimas por la Paz.
No es lo más común. Quizás, que alguien víctima de un delito busque una alternativa a la venganza, es lo más extraño hoy. Porque la forma de entender la justicia, de la mano de la massmediatización de los pibes pobres como enemigos sociales, nos coloca mayormente del lado del punitivismo.
Somos como niños con martillos en la mano, lo que aparezca delante de él será martillado, al que cometa un delito, sólo le cabría el castigo. Por ello Víctimas por la Paz es casi un fenómeno de otra época y cultura. Como los Tojolabales de México, que si uno de ellos robaba algo, era relatado por el resto como un “nosotros que robamos” y puesto en medio de una ronda para decirle las cosas buenas que veían de él o ella, para mostrarle un mejor camino entre ese nosotros.
Se hacen llamar Víctimas por la Paz. No todos piden lo mismo. Algunos piensan que la cárcel puede ser un lugar para contener y dar otra oportunidad; otros que las personas que han cometido delitos contra ellos, fueron primero víctimas de otras circunstancias, y la reparación tiene que estar asociada a algo que los aleje de la cárcel y los acerque a la vida en la calle.
Las historias se van compilando en la web que armaron con la ayuda de la Asociación Pensamiento Penal (APP). Al Margen habló con algunos de ellos. Aquí les compartimos las historias de Alex, un gerente de banco de Córdoba que vivió una película pero le cambió el final; y también la historia del taller de bicicletas de Sergio en Tandil, armado con los pibes que molieron a palos a su hijo.
“Ahora no me pueden decir que no lo viví”
El 22 de septiembre del 2016 Alexis Mischis y su familia dormían en su casa de Despeñaderos, Córdoba. A eso de las 4 de la mañana escucharon ruidos adentro y encontraron a Jhonny, armado, que les exigía dinero. Alexis es gerente de un banco en ese pueblo. Durante más de una hora Jhonny los amedrentó con su arma hasta que Alexis lo convenció de ir a un cajero.
Jhonny estaba drogado, hacía dos meses que había salido en libertad y Alexis conocía a su familia porque a veces colaboraba con el comedor de ese barrio. El pibe desde los 12 años que necesitaba ayuda. Cuando salieron de la casa, Patricia llamó a la policía que los interceptó en el camino. Los dos forcejearon adentro del auto, se dieron un par de piñas; Jhonny gatilló su arma contra Alexis pero el tiro no salió. El joven salió del auto y fue muerto por la policía mientras Alexis se refugió dentro del auto.
“Somos todos víctimas” dijo Alexis en la entrevista telefónica. Su tono no es de héroe, todo lo contrario. Sabe que en la balanza la familia de Jhonny es la que más sufrió, la que siempre sufrió más. Pero en vez de aislarse en los extremos, las dos víctimas se juntaron, Alexis les ofreció ayuda y la madre de Jhonny el perdón.
Alexis siempre tuvo una mirada empática con los sectores más vulnerables. En sus círculos de trabajo discutía bastante. “Ahora nadie me puede decir `vos no podés hablar porque no te pasó´” remarca Alexis que hoy tiene un rol preponderante en la organización Víctimas por la Paz. Admite que tuvo que cambiar algunos modos de vida “porque el miedo te queda”, y tiene algunos coletazos de lo sucedido, como por ejemplo dificultades para dormir. Al comienzo se encerró en su casa con su familia, pero cuando vio lo que los medios decían de él y Jhonny, decidió salir al ruedo.
Ahora sigue colaborando en el barrio, porque explica que “no es lo mismo que te transmitan el odio y la venganza que la comprensión del otro”.
“Yo hice justicia por mano propia”
Hace un año medio el hijo de Sergio Núñez fue brutalmente golpeado por una patota de pibes de Tandil, que junto a otras bandas tenían a la ciudad en vilo. Medio Tandil quería que los metan presos y la otra ir encapuchados de noche a romperles las piernas. Sergio fue a marchas por seguridad, buscó justicia de la Justicia y terminó por otro camino. Los buscó uno por uno. Los invitó a aprender un oficio y hoy tienen un taller de bicicletas.
Él nos contó que “Se estaban armando pandillas, donde otras barras alentaban a los chicos a la formación de estos grupos de chicos violentos. Era una matanza, barrio contra barrio. Hay pibes que aún están con tratamiento psicológico, chicos que han perdido un ojo, parte de la dentadura, con ataques de pánico, que no quieren salir de su casa”.
Su hijo no quería sumarse a ninguna barra y lo golpearon. Lo dejaron cuatro días internado. Se hacían llamar “Los flasheritas”, se paraban en la puerta del colegio y a veces se trenzaban con la cana ante la llamada de los docentes.
Sergio empezó a ir a las marchas y foros de seguridad, y dice que “eso no bastaba ni servía para nada. Ir a exigir que los menores vayan presos, cuando era algo realmente imposible desde lo penal, darme cuenta que las marchas no servían mucho y que los padres lo único que querían era ponerse las capuchas e ir a castigarlos sin saber quiénes eran realmente, no coincidía con mi pensamiento”.
Se apartó de esos espacios y decidió armar un proyecto desde el cual trabajar con los chicos “para que cambien el rumbo de sus vidas”. Y cuenta que se dio cuenta que “el lugar desde donde había que trabajar con ellos era más profundo. Cuando empiezo a conocer el sistema penal, lo que me doy cuento que estos chicos en la cárcel, con todo el bagaje que tienen encima y lo que implica estar en situación de privación de la libertad, solo empeoraría su situación”.
Lo que cuenta suena extraño, Sergio vio que si se acercaba cuando estaban juntos, lo rechazaban, entonces les hizo inteligencia. Observó cuándo podía encararlos solos y así lo hizo. Los encaraba así: “Si quiero lastimarte, lo puedo hacer, pero si yo lo hago van a venir otros padres a hacer lo mismo y así te van a dar tantas palizas que la mía va a ser una de las tantas, que no va a ser útil que yo empiece. Lo que sí va a ser útil, es que puedas cambiar tu vida, y yo te puedo ayudar” y así empezaban a bajar la guardia y a hablar.
Les preguntaba qué iban a hacer cuando tengan 20 años, cuando crezcan o tengan hijos. Ellos comenzaron a preguntarle “¿Cómo voy a hacer? ¿Qué voy a hacer?” Y les decía “Hoy somos lo que decidimos ser ayer, mañana vamos a ser lo que decidamos ser hoy“.
Los invitó a su casa a pensar un proyecto. Les decía “vení el sábado a las 4 a casa, nadie se va a enterar” para que no sintieran el peso de sus compañeros. Luego, explica Sergio, “cuando empezaron a llegar se encontraron todos sentaditos ahí… mirándose… ` ¿Vos también??´”.
Sopesaron varias opciones y vieron que mucha gente tenía bicicletas abandonadas en sus casas. Bicis que también se podían recuperar. Buscaron apoyo y el patio de Sergio fue el taller. Cuando le explicaron a la sociedad de Tandil el proyecto, recibieron en poco tiempo más de 70 bicicletas, incluso de gente que antes pedía mano dura para esos pibes.
Cuando le preguntamos por el impacto de esta decisión a nivel personal se rió y nos contó: “Es una historia aparte. Cuando mi hijo se enteró de este proyecto, agarró su bolso y se fue de casa, y mi mujer me hizo dormir solo. Mis hijas me cuestionaban, me decían que me había vuelto loco. Fue un precio muy alto que tuvimos que pagar. Los primeros meses fue muy difícil para mi hijo. Pero ahora está trabajando en la bicicletería con nosotros”.
Actualmente hay 12 pibes trabajando en el taller. Aprenden otros oficios también y están todos escolarizados. “Cambio 100% a lo que era el año pasado. Contamos con todo el apoyo de la ciudad. Los chicos que participan en los talleres tienen de 11 a 17 años. Nunca habían arrancado la escuela, entonces va a un programa que se llama Fortalecimiento, que son 3 horas diarias y en 3 años hacen el secundario”.
Por Fabián Viegas Barriga
Equipo de Comunicación Popular Colectivo al Margen