Policías y empleados de Benetton secuestraron y torturaron a siete personas que se acercaron a la Pu Lof tras la represión de enero de 2017. Ahora la Justicia busca transformarlos en “terroristas”.
Hace un año, Ivana Huenelaf fue tiroteada por policías de Chubut y empleados de Benetton. Les sacó fotos y logró avisarle a una abogada, poco antes de ser golpeada y detenida en la comisaría de El Maitén. La secuestraron junto a otras seis personas. Todas fueron torturadas. Mientras tanto, un fiscal negaba una y otra vez que estuvieran allí.
Junto a Daniela González, Jorge Buchile, Javier Huenchupan, Gustavo Jaime y los hermanos Pablo y Gonzalo Seguí y decenas de personas más, Ivana había llegado a la Pu Lof en Resistencia de Cushamen, tras escuchar en la radio que Gendarmería estaba reprimiendo a mujeres y niñas de esa comunidad. Nunca imaginaron la pesadilla que vivieron después: fueron desaparecidas por el Estado durante varias horas. Una historia que aún no termina, porque la Justicia -en vez de investigar a los policías, gendarmes y empleados de Benetton que persiguieron, dispararon, golpearon, detuvieron, secuestraron y torturaron-, investiga a las víctimas. Esa es la orden desde el Ministerio de Seguridad que dirige Patricia Bullrich.
Así las cosas, la causa está cajoneada. En ella se detalla, con pruebas y testimonios, el accionar represivo del Estado. En cambio, la causa “oficial” -plagada de testimonios falsos de policías, pruebas plantadas, y en la que se quiere hacer pasar a las víctimas como “terroristas”- va rápido. Ivana está imputada en esa causa, a cargo del juez José Colabelli, famoso en Chubut por fallar siempre en contra de las comunidades mapuche.
Ivana, antes que nada, se presenta en mapuche. Después traduce: “Mi nombre es Ivana Huenelaf, vivo en El Bolsón. Mi familia viene toda de Cushamen. Y mi espíritu viene de la tierra, de toda la tierra”.
Ivana siempre mira a los ojos cuando habla. Salvo en los momentos en que su relato se convierte en un recuerdo tan vívido, que la garganta se le cierra. Suspira. Por momentos lagrimea. Recuerda las cientos de muertes y desapariciones de su pueblo; se le viene a la cabeza Santiago Maldonado; sus abuelos; su propia pesadilla del 10 de enero de 2017. Pero siempre decide seguir contando.
“Porque ellos nos protegen, y nos siguen guiando para tener resistencia y poder seguir todos los días. Porque no es que este tipo de cosas solo pasan como pasó en enero o en agosto. Esto va a seguir. Es mucho dolor, porque Santiago es una persona que se jugó por nosotros, por nuestros ideales, por nuestras convicciones. Y hay mucha gente que también lo hace y que no sale a la luz. Llevamos otra muerte impune encima. Son años de sufrimiento. Yo me crié viendo a mis abuelos sufriendo todo el tiempo. Y trato de que mis hijos no me vean sufrir, sino de que vean que la lucha sirve, que tenemos que seguir. Hay que prepararlos para esto, para lo que se viene. En medio de una incertidumbre, por toda esta violencia desatada contra nuestro pueblo”.
-¿Cómo empezó para vos ese 10 de enero de 2017?
-Ese día, a las 6 de la mañana, nos enteramos que había represión en la Pu Lof, entonces nos acercamos a la radio de FM Alas, y salimos para allá en varios autos. Yo iba con unas chicas periodistas y con Pablo Seguí, a quien no conocía, y hoy también es uno de los imputados. Al llegar a los retenes, hicimos un corte simbólico de ruta. Eso habrá sido a las once de la mañana. Recién a las dos de tarde levantaron los retenes y pudimos entrar a la Pu Lof.
-¿Con qué panorama se encontraron?
-Habían destrozado todo, era un desastre. Había niños llorando; las hermanas estaban azules y moretoneadas por todos lados. Yo junté algunas cosas tiradas y las llevé al puesto de guardia. Ahí escuché el relato de algunos hermanos. Mucha gente lloraba, mucha gente sacaba fotos. Habremos estado media hora. Entonces vino un peñi (hermano) corriendo y dijo: “Necesitamos buscar los caballos, se llevaron los caballos de ceremonia, se llevaron todo”. Entonces nos fuimos a buscar a los animales, éramos varias personas. Yo iba en la cabina de una camioneta, hablando con Jorge Buchile (otro de los imputados). Cada tanto parábamos para buscar las huellas de los animales. Después de haber andado mucho, encontramos las marcas de los animales pero estaban en los campos de Benetton. Entonces desistimos. Dijimos: “Ya está”. Pero en el momento en que estamos pegando la vuelta, salió un camión del campo de Benetton, y desde atrás nos golpean el techo y nos dicen: “Ahí están los caballos”. Entonces giramos y nos pusimos al lado del camión.
-¿Ese era el camión de la división Abigeato de la policía de Chubut?
-Ahora sabemos eso, en ese momento no lo sabíamos. Era un camión sin patente, no tenía ninguna identificación afuera, era un Mercedes Benz antiguo con una cúpula roja, y ahí iban los animales. Cuando nos ponemos al lado, veo que el camionero saca un arma. Y mientras pasábamos por al lado, empiezan los tiros. Les gritamos que paren, que tenían a los animales. Saco el celular y empiezo a filmar. De pronto se asoman más personas de la parte de atrás y nos disparan cada vez más. Entonces tratamos de alejarnos. Entonces aparece una camioneta blanca, que después se confirmó que era manejada por un empleado de Benetton, que les hacía la asistencia y era quien ayudaba a la policía llevando y trayéndola. De esa camioneta bajan tres personas, y nos empiezan a disparar.
-¿Eran policías?
-Sí, pero eso lo supimos después. En ese momento, como era enero, y en la ruta había muchos turistas, comenzaron a parar, y ver lo que pasaba. Nosotros intentamos llegar hasta la ruta, pero nos empezaron a disparar más, entonces tuvimos que pegar un giro. Ahí nos fuimos para El Maitén. Nos seguían disparando. Todo era gritos, llantos y desesperación. Yo empiezo a llamar. De hecho hay una grabación en FM Alas, donde yo pido auxilio. De pronto vemos que de frente viene la policía y yo pienso: “Qué bueno, le podemos avisar que nos están tiroteando”. Y cuando estamos -más o menos- a cien metros, del patrullero veo a un policía que baja y nos empieza a disparar.
El relato se corta abruptamente. Los ojos de Ivana siguen allí, en ese momento, rodeada de disparos. Y vuelve al relato.
“Esa es una imagen que nunca se me borrará. Uno de los policías me apunta y dispara; y explota el vidrio. Yo pensé que le había dado a alguien, y todos creyeron que me habían dado a mí. Ahí entramos en pánico. Encaramos para El Maitén, pensando que los que venían atrás estaban heridos, porque estaban todos tirados en el piso. Yo estaba gritando, pidiendo auxilio. Llegamos al hospital viejo. Había un hombre parado. Yo le pedí auxilio y dijo: “Yo no puedo hacer nada”. Y ahí apareció Infantería, Gendarmería y la Policía. Le pegaron al compañero que estaba conduciendo. Lo cagaron a palos. Yo, siempre gritando. Logro llamar a la abogada Sonia Ivanoff, y ella avisa que estoy detenida. Yo tenía un ‘macumu’, un poncho. Estaba vestida de mapu, y pensaba: “Me la van a dar peor”. Y trataba de ir sacándome las cosas a medida que iba gritando. Me cubría con el poncho, mientras me pegaban de todos lados. En un momento veo como, a la chica que venía atrás en la camioneta, la bajan de los pelos. Intento defenderla”.
-¿Quién era?
-Daniela, una fotógrafa de 21 años. Ella también queda detenida. Es de Bariloche y sólo se había sumado para sacar fotos. En esa camioneta también estaban Jorge y Jaime, a quienes -en el tiroteo- les pegan un tiro en la escápula, de nueve milímetros, pero no le alcanza a perforar, porque la almohadilla del asiento le frena la bala.
-¿Del hospital viejo adónde los llevan?
-Nos llevan -golpeándonos todo el tiempo- a la comisaría de El Maitén, en donde nos sacan las pertenencias y ellos mismos nos plantan molotov. Nos querían poner las botellas en las mochilas, pero nosotros nos aferrábamos a nuestras pertenencias y decíamos: “Esto (por las molotov) no es nuestro”. Y esa es otra de las cosas de lo que nos acusan. Nosotros nunca tuvimos molotov. Y de hecho aparecen en las fotos de los policías, paraditas, intactas, unas botellas de cerveza, que nosotros -cuando vamos al campo- nunca tomamos. Y botellas de fernet, que nosotros ni siquiera podemos comprar, de tan caro que es. Es tragicómico. Después de toda la balacera y la persecución, nosotros estábamos todos golpeados y revolcados. Pero las botellas estaban intactas.
-¿Qué pasó en la comisaría?
-Nos encapucharon, y nos siguieron golpeando. Las mujeres policías también nos verduguearon un montón. A mí, cuando me agarraron, me fracturaron la mano. Doble fractura tengo, y me tienen que operar. En la comisaría, al ver que yo no iba a firmar ni dar declaraciones -porque primero quería saber por qué estaba detenida- me llevaron para el calabozo. En esas idas y vueltas, todo el tiempo te pegaban en las costillas, y en los tobillos, con los borceguíes. Estaba toda amoretonada. Además, como estábamos encapuchados, te decían: “Cuidado con el escalón”, y te ponían el pie para que te tropezaras. Y después ellos decían: “Se golpeó con la pared”; lo cual era verdad, te golpeabas con la pared porque ellos querían eso. Esos mismos policías, entre agosto y septiembre, declararon ante la fiscal Ávila lo que había sucedido. De hecho, uno de los policías dijo: “Salimos a cazar mapuches”. Y era verdad, porque cuando a mí me detienen, uno me dijo: “Empezó la segunda Conquista del Desierto, ¿sabés?”. Y como yo gritaba y pedía auxilio, me insultaban, porque era muy gritona y no me callaba.
-¿Qué te decían?
-India de mierda, callate. Mirá dónde tenemos que estar por culpa de ustedes. Y nos cargaban las itakas en la cabeza. En ese momento no tenía miedo. Tenía tristeza. De ver gente que manipula “si vivís o no vivís”. Yo intentaba mirarlos a los ojos cuando me ponían las itakas en la cabeza o nos gritaban cosas. Y ellos no podían sostener la mirada. Nos tiraban desodorante ambiental en la cara, para que tengamos otro olor. Porque teníamos olor a humo. En un momento uno me dice: “¿Qué mirás, qué pensás?”. Y yo pensaba: “Qué tristeza tener gente a nuestro alrededor que sea así, que tenga esa bronca, esa rabia”.
Ivana se queda en silencio, con la mirada en esas horas que la marcaron para siempre. Suspira. Toma aire y trata de dibujar una sonrisa. “También una sale fortalecida. Cuando me enteré que era Santiago el que encontraron en el río y que nosotros estamos acá y sabemos cómo es el contexto, sentí que Santiago fue ese grito que nosotros necesitábamos. Y siento que mañana puede ser otro grito de nuestro pueblo mapuche que sirva. Ojalá que en algún momento llegue el diálogo y se termine la violencia. Nuestro pueblo sufre así hace muchísimo tiempo”, afirma.
Se guarda las lágrimas por un instante, y vuelve con el recuerdo a la comisaría de El Maitén. “A eso de las 6 de la tarde me metieron en el calabozo. Llevábamos como cuatro horas ahí y nadie nos decía por qué estábamos detenidos. Se escuchaba que iban y venían. Con el compañero de la otra celda tratábamos de hablar. Nos dábamos fuerzas. De repente apagaron las luces. Y no sabíamos qué iba a pasar. En un momento nos enteramos que llegaba el fiscal. Yo golpeaba el candado del calabozo y gritaba para que el fiscal nos viniera a ver. Él estaba muy cerca y escuchaba, porque es una comisaria muy chiquita. Pero nunca vino a vernos.
-El nombre del fiscal tampoco te lo olvidás más, ¿no?
-No, y su cara tampoco, porque después fue el fiscal que pusieron en la causa que nos armaron: Carlos Díaz Mayer.
Este fiscal, este “funcionario público del Poder Judicial”, hace unos meses fue entrevistado en el programa Periodismo Para Todos. El hombre estaba indignado por el accionar de la RAM. Hablaba en contra del “terrorismo”. ¿Cómo se califica a un fiscal que no sólo ignora el llamado de auxilio de una mujer, sino que además, cuando en esa misma comisaría, un abogado defensor llega y pregunta por esa mujer, el fiscal dice: “No, acá no está”? Eso también pasó ese 10 de enero en El Maitén. Eso tampoco salió publicado en los medios que entrevistaron a Díaz Mayer para hablar de la RAM.
El abogado Carlos González Quintana llegó a la comisaría de El Maitén junto a muchas otras personas. No tenían noticias por ningún lado de quiénes habían sido los que fueron a buscar los animales de la Pu Lof y nunca regresaron. Al ser recibidos por el fiscal Díaz Mayer, este negó que alguna de esas personas estuviera en esa dependencia policial. “¿Seguro que Ivana Huenelaf no está detenida acá?”, le insistieron. El hombre volvió a negarlo. Mientras, Ivana lloraba de dolor, tirada en el calabozo. Minutos después, se desmontó la mentira oficial.
-¿Cómo logró la gente de afuera saber que estabas ahí?
-Estábamos con mucho miedo, consternados. Se presentía algo peor aún de lo que nos estaba pasando. Esa fue la primera megarepresión de Gendarmería. No lo podíamos creer. Nadie nos decía nada, y yo tenía que saber de mis hijos. Entonces en un momento escucho el ñorkin (un instrumento musical, con un cuerno) y eso me da ánimo, porque quería decir que había gente mapuche afuera. Yo estaba tirada de dolor, llorando, pero entonces decido pararme y -con Daniela- logramos romper un vidrio. Es la foto que anda girando. Empezamos a gritar y a decir “estamos acá, estamos acá”. Y ahí se asoma “Chuzo” Quintana. Me filma y me pregunta cómo me llamo. Yo le digo “Ivana Huenelaf”; y él me dice que “es imposible”, porque acaban de preguntar y en la comisaría le habían dicho que yo no estaba ahí. O sea, me estaban dando por desaparecida. Ellos sabían quién era yo, me lo habían preguntado. Y además tenían mis pertenencias. Pero cuando el abogado preguntó por mí, dijeron que yo había sido traslada a Esquel. Imaginate cuando me entero de eso. Más miedo me dio.
-¿Y ahí ellos reconocen tu presencia?
-No, y se armó una batahola afuera. La gente gritaba “sí, está ahí adentro. Está quebrada”. Entonces los policías dicen: “Mirá, ésta tuvo contacto con gente de afuera, así que la vamos a tener que callar un poco porque se va a complicar”. Se los veía nerviosos, viendo qué iban a hacer. Y ahí decido quedarme tranquila, no gritar tanto. Me relajé al saber que estaba la gente afuera, y que se iban a comunicar con mis hijos. Y que mis hijos estaban bien. Intenté estar mas tranquila, aunque de los siete detenidos, yo era la que más lloraba y gritaba. Eran momentos de desesperación. Vienen, no me dan la medicina que me tenían que dar, nos encapuchan, nos llevan al baño, nos golpean y nos dicen que nos teníamos que quedar tranquilos porque nos iban a trasladar. Pero nos advierten que no podíamos gritar ni decir “afafán, afafán”, que es un grito que hacemos los mapuche, que es “ay, ay, ay”. Es un grito que nace desde el abdomen, que nos da mucha energía. Yo le decía a (el juez Guido) Otranto hace un tiempo: “Si usted hicera afafán, si usted supiera por la cosas que luchamos, la vida sería mucho más facil. Incluso las causas serían mucho más fáciles si pudieran entender”. Yo ahora, por ejemplo, tengo que aprender a entender todo lo que es la Justicia, los procesos y los pasos. Pero ellos nunca se dan la posibilidad de entendernos a nosotros, qué es lo que necesitamos, por qué estamos en los territorios. Los invitaría un día al campo. Un día nomás, para que pudieran ver todo lo que uno quiere sostener, por lo que nosotros luchamos. Es eso nada más. Simplemente un pedazo de tierra, para poder plantar y tener tus animales.
-¿Finalmente los trasladaron?
-Sí, eso fue lo peor. Eran como las once de la noche y nos encapucharon, pero con sus propias capuchas. Hasta ese momento nos encapuchaban con nuestra propia ropa,con los vestidos dados vueltas sobre la cabeza. Pero ahí nos ponen unas capuchas negras. Se escucha como ruido de soldados pisando. Y se corta la luz en todos lados. Con Daniela nos abrazamos. Y se escuchaba cómo le pegaban a los compañeros. Nos empezaron a pegar a todos. Tenías que pasar por una fila de policías, que nos dieron y nos dieron…
Ivana vuelve a llorar. Y en esos momentos le proponemos detener la entrevista. Lloramos juntos. Pero ella dice: “No pasa nada”, e insiste en seguir con el relato: “Estoy muy agradecida que puedan acercarse medios de comunicación como ustedes, que puedan difundir. Difundir bien, sin mentir. Hoy tenemos mucha impunidad, sobre todo de parte de la Justicia, del aparato represor y de los medios. Hoy vale más cuidar los bienes de un terrateniente que de un pueblo entero. Estamos pasando cuestiones muy dolorosas. Nosotros venimos viviendo esta situación de toda la vida. Esto de perder gente, de que desaparezcan. De hecho, en Chubut hay más de 140 desaparecidos mapuche. Y esto no se sabe y no se dice. Y vamos a seguir teniendo desaparecidos. Y no se cuentan las personas que aparecieron muertas en las comunidades. Nosotros no naturalizamos esto, sino que lo aprendemos a llevar. Con mucho dolor, sobre todo”.
Cabe destacar que cuando se llevó a cabo esta entrevista en El Bolsón, Rafael Nahuel estaba vivo. Ivana retoma el relato entre lágrimas, y cuenta: “…nos dieron y nos dieron desde el calabozo hasta la traffic. Ahí nos sientan y nos esposan. A mí no me podían esposar las dos manos, por la férula, entonces me esposaron con Daniela. Con precintos nos ataron. No podía mover las manos porque me cortaba. Nos pusieron en posición fetal y bajaban el asiento de atrás sobre nosotros, aplastándonos. Cuando intentábamos levantar la cabeza, nos pegaban con la cachiporra.
-¿Cómo los sacaron si había tanta gente afuera?
-Armaron todo un operativo. Había mucha policía y Gendarmeria. A la gente la convocaron adelante, y a nosotros nos sacaron por atrás. Además cortaron la luz de todo el lugar, para que no vean el trasaldo. Cuando ya estábamos en la camioneta, volvió la luz. Pero ya estábamos ahí, rodeados de Gendarmería. Los compañeros no se enteraron y nosotros no pudimos gritar. Porque sabíamos que nos iba a pasar algo peor. Nos lo habían dicho. Y les creímos.
-¿De El Maitén los llevaron a Esquel?
-Sí, pero nosotros -acostumbrados a viajar y a conocer el camino- nos dimos cuenta que no íbamos por el camino correcto. Uno sabe esas cosas. Son dos horas de viaje comunmente, y ese viaje duró más de tres. Era todo por ripio. Se sentía. Cuando nos dieron la libertad, volvimos a hacer el camino y resulta que nos dimos cuenta de que nos habían llevado por los caminos internos de los campos de Benetton. Fueron por ahí porque ellos tenían miedo que los intercepten. Al menos es lo que dicen ellos ahora. ¡Nos llevaron por los campos de Benetton! Nos golpeaban. Se escuchaba como golpeaban a los compañeros. Y ellos estaban con esas máscaras y cascos, todos blindados. Nos insultaban. Y nos alumbraban con linternas a la cara.
Ivana, de pronto, se queda callada, y sonríe. “Me acuerdo de la luna”, cuenta, “porque había una agujerito en la camioneta, y se veía la luna. Y yo cantaba bajito, trataba de cantar en mapundungun, para tranquilizarme, porque estaba aterrorizada. ¿Sabés qué recuerdo me venía a la mente? Cuando yo tenía ocho años, y salió la película “La Noche de los Lápices”. Yo la quería ver y mi abuelo me dijo que no, porque era muy fuerte. En un momento me escapé de mi habitación y fui a chusmear porque la estaba viendo mi familia; y veo cuando los jóvenes estaban en la cárcel y pedían auxilio a gritos. Yo pensaba en eso. Pensaba que eso que yo estaba viviendo en ese momento, ya lo había visto en películas…”.
Ivana recupera fuerza en su voz, en su relato. Una voz suave, pero firme. “El traslado fue lo peor para todos. Los cinco que fuimos trasladados manifestamos lo mismo. Fue el peor momento. No sabíamos cómo íbamos a terminar. Llegamos a la comisaría de Esquel, y ahí estuvimos un poco más aliviados, porque había gente esperándonos. Se nos levantó un poco el ánimo. Me volvieron a llevar al médico para ponerme otra férula. Todo el tiempo me decían que “no tenía nada”. Pero después, el médico de El Bolsón, me dijo que tenía una doble fractura. Y como había pasado tanto tiempo y no se soldó bien, había que operar. Pero ahí -en Esquel- empezó a mejorar la situación. Los policías eran un poco más buenos, aunque también nos tiraban desodorante. Siempre nos tiraban. Se ve que el olor y esas cosas les molestan. Ellos están muy contaminados, y sienten cosas que le hacen mal. Como los que no fumamos, cuando sentimos el olor a cigarrillo. Uno siente la incomodidad que tienen ellos para con nosotros.
-¿Cuánto tiempo estuvieron detenidos en Esquel?
-Dos días, hasta el control de detención, que fue el 12. Recién ahí pudimos saber por qué estábamos detenidos. Ellos no nos dejaron tener contacto con nadie, salvo al otro día, cuando pudimos ver a los abogados, que tampoco sabían por qué estábamos detenidos. Después nos informaron: abigeato (hurto de ganado). Dicen que estuvimos robando y arreando 360 animales de Benetton. Que cortamos los alambres, los cuales son casi imposibles de cortar. Que tiramos molotovs. Que disparamos armas, las cuales nunca aparecieron. Lo que sí aparecieron fueron muchos más casquillos, en la camioneta, que sobran. Todo fue armado. Después del 10 de enero, cambió todo. Cambió toda la realidad. Si bien una viene luchando desde hace tiempo, hoy lo hago con más fervor, con más ganas. Porque no quisiéramos que sean nuestros hijos los que vivan esto. Esto lo venimos viviendo desde hace mucho años. Y esto que aconteció con Santiago es muy doloroso, muy macabro. Es la misma matriz de antaño. Es el mismo plan sistemático que están llevando adelante.
-¿Cómo se hace para mantener el espíritu ante tantos golpes e indiferencia?
-Es que -para nosotros- es la historia de siempre. A los cinco años sufrí mi primer desalojo, en Gobernador Costa. Mis abuelos fueron perdiendo la tierra, y nos fuimos a vivir a la ciudad. Y cuando ya no tenés tu pedazo de tierra, es difícil llenar el espíritu. Ellos creen que nos empobrecen. Eso tenemos que corregir los seres humanos también. La pobreza no es estar roto, ni vivir en un racho. La pobreza pasa por dentro, es lo espiritual. Y eso es lo que a uno lo va a sostener y lo va a guiar. A veces no tenemos para comer, y no sólo a mí me pasa, como mapuche. Eso le pasa a mucha gente. Y eso nos fortalece, y no nos hace pobres. Nos hace conscientes y más convencidos de que tenemos que sostener el territorio. Porque no queremos ver a nuestros hijos jalando, drogándose, o a mis hijas violadas. Es mentira que somos pobres, es mentira que la raza mapuche está terminada. Nosotros tenemos nuestra propia historia, nuestra manera de ser. Y esa manera de ser es la que nos sigue sosteniendo. Y es la que queremos trasmitir. Mi abuelo fue uno de los lonkos más conocidos en el Bolson, Don Casimiro Huenelaf. De hecho, hay un mural de él frente a la terminal. Y mi abuelo decía: “Somos todos mapuche. Somos gente de la tierra. Todos somos gente de la tierra”.
-A veces entender lo más sencillo es lo más difícil.
-Sí, es que ¡el buen vivir es tan sencillo! Si yo pudiera traer a cualquier persona aquí, a Carrió, a Macri o a Benetton, que vengan un día al campo y que vean lo que es la vida de campo. Yo les decía a los gendarmes: “Estás cuidando a Benetton, te están pagando para cuidar a alguien que ni siquiera está pisando el territorio, cuando a nosotros nos ves todos los días, yendo a buscar el agua, nuestra comida, nuestra carne. Defendés a ese que no lo ves, y al que pone la tarasca, que tampoco ves. Y a nosotros nos cagan a palos, nos matan los animales, nos sacan la comida”. Nosotros sentimos que tenemos que seguir con la lucha, y que juridicamente tenemos todas las pruebas. Y si ellos alteran, como pueden alterar la muerte, como pueden alterar la vida de un ser humano, su conciencia no se puede alterar. Y sabemos que la concienca nos pasa factura todas las lunas. Y eso me deja tranquila. De poder mirar a Otranto a los ojos. De poder mirar a Colabelli y decirles: “Yo puedo dormir tranquila, ¿sabe?”. Y yo voy a seguir con mi pensamiento. Por más que me pongan otra ley, por más que me digan terrorista, por más que me hayan plantado molotov, por más que hayan dicho que me resistí a las fuerzas de seguridad, por más que sigan mintiendo y mintiendo.
Por Revista Citrica